La teoría
La inflación es un conjunto de procesos; en específico, determinados comportamientos de los precios.
Como se trata de una abstracción que las ciencias utilizan, sobre todo las asociadas a la Economía, describir esos comportamientos (la magnitud de dicha inflación) dependerá en buena medida de las técnicas y herramientas empleadas en su cálculo.
El objetivo del indicador es medir el aumento promedio de los precios, un índice de precios al consumidor: IPC de una economía, acotada a determinada espacialidad y sectorialidad, en un período de tiempo, normalmente un año.
La magnitud depende de cuáles sean los precios que se utilicen como muestra. Y pueden existir tantos valores para la inflación como combinaciones de datos seleccionados y ponderaciones matemáticas se decida utilizar, así como la cantidad de sujetos (individuales o instituciones) que calculen su propio IPC (índice de precios al consumidor).
Por otro lado, aunque puedan existir y coexistir muchos IPC calculados, no todos reciben el mismo reconocimiento, legitimidad, calidad y atención de los medios. Se reconoce más validez en aquellos IPC ofrecidos por instituciones avaladas, académicas o gubernamentales, expertos o analistas.
En el caso cubano, uno de los IPC que mayor reconocimiento social tiene es el que se ofrece mediante cifras gubernamentales. Cuando Marino Murillo, el rostro público del Ordenamiento, habló en octubre de 2021 de una inflación de 6 900 % estableció una identidad incorrecta entre devaluación del mercado informal e inflación, tal y como explicó el economista Mauricio de Miranda. En diciembre el viceprimer ministro y titular de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, dijo la inflación en Cuba en 2021 cerraría por encima del 70 %. El dato señala que, durante el año, los precios del consumidor —es decir, los de bienes y servicios que tiene que pagar un ciudadano promedio— crecieron un 70 %.
El número podría relativizarse si se tiene en cuenta que no llega a ser hiperinflación, sino que se trataría de una discreta inflación galopante (por encima de los dos dígitos), y que no dista del resto de los países de la región, excepto Venezuela. Pero tales comparaciones se quedan en lo superficial y propagandístico.
Con el 70 %, el Gobierno afirma que en Cuba en el último año los precios no llegaron siquiera a duplicarse (habrían crecido poco más de dos tercios). Pero sabemos que ese 70 % es resultado de los precios que seleccionó para su cálculo el Ministerio de Economía y Planificación (MEP) y la ponderación que les otorgó a estos.
La práctica
A cualquier familia cubana le resultará fácil afirmar que los precios desde finales de 2020 hasta finales de 2021, como mínimo, se duplicaron. Es una realidad que se hizo sentir desde el inicio del ordenamiento. Para el primer trimestre, el salario mínimo era inferior a lo imprescindible para reproducir la vida un mes (representaba alrededor de un tercio).
El costo de la vida ha subido más del doble para el cubano que no gana moneda libremente convertible (MLC) y debe comprarla en el mercado deformado que creó el Ordenamiento. Es una situación palpable y cotidiana para quien debe comprar en el mercado informal porque no tiene tiempo para hacer colas o no tiene dinero el día que está en oferta determinado producto en una tienda; también para quien se le rompe una tubería de agua y tiene que arreglarla; al que debe comprar un cargador de celular; a quien necesita tomar un taxi; al que merienda una pizza en una cafetería.
Antes del cierre de 2021, por ejemplo, en este mismo municipio un paquete de pollo costaba 350 CUP, una libra de frijoles 90 CUP, un paquete de leche 500 CUP, una libra de carne de cerdo 250 CUP y una de tomate 20 CUP.
A esto puede sumarse el precio del transporte (privado y público), de los medicamentos (en el mercado informal), la electricidad, la telefonía fija, un corte de cabello, los servicios de reparación de electrodomésticos, de zapatos, de vehículos, de jardinería, entre otros tantos.
Teoría y práctica
La primera función detrás de cualquier teoría es, como mínimo, lograr una descripción que refleje en el mayor grado posible el fenómeno al cual hace referencia. De nada sirve presentar un valor de inflación en los noticieros cuando la realidad, el malestar social, la escasez, el costo de la vida este último año, la angustia, el aumento de robos, la conversación informal con un padre de familia, una caminata por las calles del país, incluso el inédito 11J dicen algo completamente diferente.
Luego, el IPC oficial no es el único.
Solo tomando en cuenta los precios mostrados para el período de diciembre 2020 a marzo 2021 y cantidades a consumir recomendables por instituciones cubanas, la inflación acumulada en esos meses (120 %) –según un informe de elaboración propia– da un resultado mayor al informado oficialmente para todo el año. Además, ese 120 % excluye elementos como el transporte, la recreación, ropa y calzado, reparación de la vivienda, así como el consumo de bebidas y cigarros; por lo tanto, resulta conservadora su magnitud y se queda por debajo del aumento real del costo de la vida para un ciudadano promedio. Aun así, indica que los precios se duplicaron.
Era de esperarse (más cuando la economía no mejoró en los meses posteriores a marzo) que los precios aumentarían, tal como ocurrió. No puede haber otro resultado esperado que un IPC mayor a 120 %.
Una tentadora cifra es la que ofrece la institución británica The Economist Intelligence Unit, para la cual el IPC para el año es de 740 %, y que había pronosticado anteriormente 424 (cifra también superior al IPC del primer trimestre del año antes mencionado). Uno que indica que el costo de la vida en el último año ha aumentado, como promedio o de forma general, poco más de ocho veces.
Los debates
Los primeros debates posibles sobre la inflación, quizá los menos importantes, son estrictamente formalistas. Tienen que ver con el “camino” para obtener el IPC.
Se trata de la discusión estadístico-económica. Empieza por lo más superfluo, sobre si se calcula la inflación acumulada o la interanual; es decir, si se calculó la variación de precios entre enero y diciembre de 2021, o entre diciembre de 2020 y diciembre de 2021.
En la teoría, dicha distinción solo sirve para establecer reglas parejas para debates teóricos y clasificar los IPC, o para “tapar” el efecto del Ordenamiento. Por ejemplo, si se calcula el acumulado de 2021, no incluirá el salto de diciembre del 20 a enero del 21, correspondiente al Ordenamiento.
En la práctica, esto no cambia mucho para el ciudadano, pues los bienes y servicios están más caros que antes, y el momento exacto en que comenzaron a subir se vuelve irrelevante.
También, asociado al cálculo hay un espacio para debatir los precios de qué productos escoger para hallar el IPC. Es una discusión que puede no terminar nunca. En estos casos la ponderación que se otorga a cada precio dentro de un promedio siempre es arbitraria, y el IPC no dejará de ser sesgado porque no es posible que estén incluidos todos los precios. En la medida en que se agregan precios al IPC, este es más abarcador en teoría; pero, al mismo tiempo, el IPC ha sido construido justamente porque no se pueden abarcar todos los precios. Por último, si se tienen en cuenta todos los precios, también hay un sesgo, pues no todos los precios afectan a todos los agentes económicos por igual, dado que estos no consumen lo mismo ni en la misma cantidad.
Una forma de superar la precisión numérica del valor de la inflación es compararlo con cómo sienten su impacto los ciudadanos; lo que conduce a los debates de cuál es el valor del IPC. Este “método” encuentra como primer obstáculo que ese sentir, no tiene la misma lógica que un modelo matemático de inflación. Dicho modelo matemático utiliza una fórmula específica, pero el sentir del comportamiento de los precios no ocurre mediante proceso mental que promedie automáticamente, sino que los juicios y “medidas” derivan de la forma en que se interactúa con estos, así como sus hábitos, costumbres, emociones y hasta estados de ánimo.
De ahí se desprende el segundo inconveniente: el efecto de la variación no es igual, ni se siente igual, en todos los grupos, estratos y clases. La percepción de la inflación no es homogénea, como tampoco lo son las condiciones materiales que la sostienen. Por ejemplo, debido al origen y la estructura de los ingresos personales, el Ordenamiento no ha tenido el mismo impacto sobre funcionarios con acceso a compras preferenciales en CUP que sobre trabajadores que no gozan de estas facilidades, o personas cuyos ingresos son mayoritariamente en divisas y MLC. Quienes pueden comprar bienes al precio “oficial” en CUP o tienen como fuente primaria de ingresos las divisas, han recibido ciertos beneficios con el Ordenamiento, al menos en algunos aspectos.
En pocas palabras, como el IPC es un promedio, se trata de un efecto estándar de subida de precios en el consumo, lo que quiere decir también que existen zonas de consumo (bienes, pero también sujetos) en las que el efecto es mayor, y otras en las que es menor al promedio.
Por ello, la selección de un IPC es un ejercicio que representa una intención comunicativa y de intereses, que refleja determinadas prioridades. Se trata de un indicador de uso frecuente en materia de comunicación política: es común que se emplee para atacar o defender la gestión de cualquier Gobierno.
Una inflación baja es un buen estandarte del que presumir, es capital político. La inflación es el terror de los políticos, porque su capacidad de desestabilización siempre atenta contra el poder. Por eso, además de su lectura económica, es un índice que sirve como arma ideológica.
¿Qué hacer con la teoría?
Desde la ciudadanía, a lo que más se puede aspirar en el uso de la categoría inflación, tanto en el debate público como en el teórico, es a que sirva para trazar el camino de algunas metas o programas sociales. Para ello, lo primero sería no utilizar el IPC para negar la realidad de quienes padecen escasez y carencias, sino para reflejar esas condiciones de vida de las mayorías o de los grupos marginados.
Todos aquellos que experimentamos un alza de precios superior al doble en el último año sabemos que nuestra situación no fue reflejada en el 70 %. Que, posiblemente, las políticas económicas y monetarias no estén encaminadas a revertir realidades que no registró ese porcentaje, y que nuestra inflación es políticamente incorrecta.
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