Sueño y realidad han sido desde siempre los cómplices perfectos del arte y la literatura. Combinados, permiten deshacerse de la racionalidad y llevar la dimensión innovadora del arte a los extremos.
Soñaron y se nutrieron de imágenes los autores más diversos, empezando por la Biblia, donde el sueño es considerado un don divino; de ahí que, después de soñar, Adán se encuentre con Eva, que vendría a ser el inicio de la humanidad, según la religión cristiana.
La literatura griega hace de los sueños una premisa fundamental, e igualmente la persa y árabe, con Las mil y una noches, y así reconocemos el papel decisivo de los sueños en autores como Dante, Shakespeare, Calderón de la Barca, los surrealistas, García Márquez y una lista interminable.
Relativo a la pintura sucedió otro tanto. Bastaría recordar la famosa frase de Vincent van Gogh: «Sueño con pintar y luego pinto mis sueños». ¿Y qué decir del papel del universo onírico en la plástica del siglo XX, con figuras como Dalí, Picasso y Miró?
Vivimos casi la mitad de la vida soñando mundos en los que la realidad se infiltra y se confunde con los temores y los deseos, aunque sin censuras que molesten.
No olvidemos que antes de crearse la realidad virtual –y el machacante metaverso–, antes de que a la posverdad se le llamara mentira a secas, ya estaban los sueños y sus misterios, a los que Freud les entró con la manga al codo, dispuesto a desentrañar esa dimensión oscura, y siempre por explorar de nuestra personalidad, que él denominó «el inconsciente».
Fue así que el psicoanálisis freudiano vistió de largo el tema de los sueños vinculado al cine surrealista, que brilló con autores como Buñuel, Jean Cocteau, Man Ray, Robert Desnos, y otros tantos, aunque últimamente prevalezca la opinión –si bien discutible– de que el padre del cine surrealista fue, ni más ni menos, Sigmund Freud, no importa que, en reiteradas ocasiones, reafirmara él su desinterés por la sala oscura.
Vinculado a los sueños, y a Freud, la televisión exhibirá próximamente el filme canadiense Hacerse realidad (Anthony Scott Burns, 2020). Su director, ya un agraciado en el género, se ha centrado en temas de terror sicológico ligados, no pocas veces, a la ciencia ficción. Otra vez vuelve a recurrir él a un marginado para otorgarle el papel protagónico. Se trata de Sara, una muchacha de 20 años que abandona su casa y no tiene donde pasar las noches, hasta encontrarse con un programa científico que paga por dormir, solo que con aparatos medidores del sueño aplicados a la cabeza. De entre el grupo escogido, la muchacha se destaca porque tiene la facultad de soñar escenas siniestras, lo que la convierte en un conejillo de Indias de gran interés. ¡A cazarla entonces cuando, ya despierta, trata huir!
Como en otros filmes basados en los sueños, los misterios y las incertidumbres predominarán en la trama de Hacerse realidad, cinta emparentada, pero con vida propia, con el estilo del maestro David Lynch, ese que no deja de sorprender cada vez que se ve su Terciopelo azul.
De sorpresa en sorpresa también irá Hacerse realidad, aunque con un final presto a dividir al público en dos bandos, al tiempo que no se le escatimarán aplausos a su protagonista, Julia Sarah Stone, convincente lo mismo cuando está despierta, que cuando los ojos cierra.