Montezuelo sigue verde brillante como lo describiera la pluma inmortal del mambí, Miró Argenter, y es la tierra que vio nacer a Jesús Fernández Moreno, conocido como el licenciado.
En la cuna del maíz, con un valle partido en dos cuyas mitades bendecidas por el microclima, paren cada año el mejor tabaco, frijoles y, por supuesto, maizales de ensueño, tiene la morada este hombre que inspira por su visión peculiar de la vida.
El apodo de Jesús data de 1994, cuando se graduara de español y literatura en el entonces Instituto Superior Pedagógico de Pinar del Río.
Me licencié e impartí clases doce o catorce años en Sandino, y cuatro años aquí en Mantua, después mi papá no pudo trabajar más la tierra y yo decidí terminar con esa parte de mi vida y dedicarme a la tierra, junto a mi hermano.
La vega de Jesús
La vega de Jesús es similar a las demás en el valle norte: no hay marabú y los cultivos crecen en líneas rectas y cuadros compactos. Presomina el verde del tabaco y los frijoles, cultivos principales junto al maíz que el viento mece en olas disparejas.
Plantamos cien mil posturas de tabaco y ya estamos cogiendo la libre pie. Este año la llovizna y el frio han hecho crecer las hojas, y pararon un poco la plaga, porque productos para combatirla, no hay muchos.
Damos una vuelta por los frijoles. Campo envainado que se extiende hasta el final del lindero donde comienzan las estribaciones de pinos. “Vamos a aportar a la cooperativa unos cuantos quintales- afirma Jesús- lo demás será para el autoconsumo de la familia”. Mientras conversa muestra a la cámara una auténtica arboladura de vainas y guías que pronto secarán, listas para la recolección.
“Podríamos acopiar más, pero no hay abono, ni combustibles, sabemos la situación del país y hay que guapear duro, pero algo se hace”.
Jesús me invita a un café. Nos vamos hasta la casa y se me antoja que llame a la cría de aves para hacerle unas fotografías. “¡Muchacho!, vas a ver lo que se logra con constancia”. Dicho y hecho. Bastan unas mazorcas desgranadas y un pi-pi-pi-pi para que el alud de pollos, gallinas, patos y guineos se precipite a sus pies.
Se comienza con poco, pero se logra mucho si se es constante…bueno, eso usted lo debe saber bien. Y no deje de poner ahí que tengo carneros y chivos, y también unas puercas paridas, porque la carne de cerdo no puede faltar en la mesa campesina que se respete.
Habla y prepara el caballo, porque debe salir a gestiones en la cooperativa. “Este caballito- dice- es mi medio de transporte. Me muevo en él y resuelvo todos mis movimientos aquí en Montezuelo. Por eso lo cuido, y aunque es lento, mejor no lo quiero”.
Sonrío y pienso cuanto bien hace la tierra a un hombre, cuando ama a sus animales de tal modo. A punto de marcharme, le pregunto a Jesús cómo quisiera que le imaginaran las personas que lean el reportaje. Guajiro fino y licenciado en letras, responde galante.
“Aquí ahora les habló, Jesús Fernández Moreno, el profesor de español, que la vida transformó,
en campesino y muy bueno”.
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