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Silva Taboada: Correrías a cielo abierto

Entrevista que en 2008 diera a la revista BOHEMIA el científico Gilberto Silva Taboada, quien falleció a los 94 años el 15 de enero último, coincidiendo con el Día de la ciencia cubana.

“Aquella tarde fría ningún bicho salió a comer a la hora habitual. Yo sabía que eran de la especie que más temprano vuela, y decidí averiguar la causa de la demora. Me trepé hasta el techo de dos aguas donde se refugiaban, y gatee por el interior de la barbacoa. ¡Sorpresa! la pared de fondo entera estaba tapizada de murciélagos que hibernaban. Permanecieron allí inertes solo unos días.”

El descubrimiento de ese fenómeno fisiológico, el mismo que ocurre en los mamíferos de las zonas templadas, no  había sido reportado hasta entonces en dichos alados para el área del Caribe. Sin embargo, el zoólogo cubano Gilberto Silva Taboada protagonizó tal observación en el año 1970, nada más y nada menos que en el centro de la Isla subtropical donde nació.

Otros muchos atardeceres de la misma temporada invernal el hombre aún espió las colonias que habitaban algunas casas del batey perteneciente al central azucarero Pepito Tey, en Cienfuegos. “A diferencia de lo que sucede en las latitudes frías, donde los animales entran en letargo durante todo el invierno, en Cuba caen en ese estado cuando irrumpe un norte y la temperatura baja por debajo de 18 grados”, concluye.

Años más tarde  monitoreó otra colonia que se amparaba en el falso techo de una panadería en la calzada real de Marianao. “Entonces, ningún animal voló por comida durante los nueve días que duró el norte con temperaturas inferiores a 18 grados.”

Aunque ese mecanismo biológico es común en la familia Molossidae, que suele encontrarse en cualquier región del mundo, Silva determinó cómo se comportaba en el llamado murciélago casero, y en las otras especies existentes en Cuba, cuya termorregulación ocurre a temperaturas más bajas. El hallazgo se dio a conocer en su libro Los Murciélagos de Cuba, en 1979, y lo  confirmaron después científicos norteamericanos en Centro y Suramérica.

“Se trata de un mecanismo para ahorrar energía, y aumentar la longevidad”, resume Silva. “Durante la etapa de hibernación el animal reduce casi totalmente su ritmo respiratorio y por tanto también el cardíaco, así como la tasa metabólica. Mantiene una vida latente. Es capaz de bajar la temperatura de su cuerpo al nivel de la ambiental y subsistir de la grasa que acumuló en su organismo durante el verano”, asegura.

La primera evidencia sobre ese fenómeno la tuvo el investigador cuando empezó a preparar sus colecciones de mamíferos. “Era octubre, y noté que al cortar con el bisturí y separar la piel del cuerpo de los animales se me llenaban las manos de grasa. Había una capa de tejido adiposo alrededor del vientre, el pecho y la espalda de todos los ejemplares de aquella especie”.

El estudio de los murciélagos convirtió a Silva en huésped habitual bajo el cielo nocturno de Cuba. El legajo de hipótesis inconclusas que acarreaba siempre consigo le pesaba más que su alijo de mallas para capturar los animales, y le animaba a indagar.

Celador de las sombras

El Jardín Botánico de Cienfuegos, con su laboratorio de excelencia, tranquilidad y ubicación privilegiada fue el  refugio ideal para consumar en 1969 lo que Gilberto Silva hacía rato tramaba: el proyecto investigativo de los murciélagos de Cuba.

Diez años después la originalidad de sus aportes impactó a la comunidad científica internacional. “Se elevó el número de especies que habitan en Cuba de 23 a las 34 que hoy se conocen (ocho de estas extinguidas). Describí varias especies fósiles y vivientes nuevas para la ciencia, o para el país. Entre las extinguidas está el  famoso vampiro que vive actualmente en Centro y Suramérica. Su nombre científico es Desmodus puntajudensis, porque se encontró en Punta Judas, al norte de Las Villas.”

Como fruto de su indagación dio a conocer toda la historia natural de esa fauna: morfología, ecología, ciclo de vida, reproducción, conducta, longevidad y distribución en el país.

En cuanto a la locomoción hizo un estudio pionero. Demostró que el tipo de alimentación condiciona los factores aerodinámicos de estos animales, los hace más vulnerable a los depredadores y provoca una serie de interrelaciones ecológicas.

Noches enteras de vigilia le permitieron comprobar que entre las 26 especies de murciélagos vivientes, un poco más de la mitad se alimenta exclusivamente de insectos; otras tres comen solo polen de las flores que abren de noche, y una más su néctar; dos se sustentan únicamente con frutas; y otra ingiere pescado.

“Los murciélagos vuelan de guapos que son porque no poseen las cámaras neumáticas en los huesos, como las aves, que les dan flotabilidad y les permiten planear. Tienen que invertir una energía tremenda para elevarse y producir el ultrasonido con el cual se orientan y localizan su alimento”, advierte.

Es imposible mantenerse indiferente ante las historias que narra con lucidez este sabio próximo a cumplir los 81 años. Silva emociona con sus correrías montunas, mientras estudiaba la reproducción de casi todas las especies de murciélagos.

“Una mañana entré a una cueva, capturé 50 hembras con su cría y me las llevé al laboratorio. Les puse un anillo numerado a todos los animales y los devolví al lugar de origen. Esa noche, a las once, entré después que las madres salieron a comer. Alumbré con una linterna y la pared estaba cubierta de miles de bichitos rosados que colgaban y chillaban. Entre esos brillaban salteados los que había anillado. Era un espectáculo tremendo.

“Al día siguiente regresé porque yo quería saber si cada madre retornaba a su cría. Logré capturar más de 30 de las 50 anilladas, y cada pareja coincidía. Inferí que esto sucede pues identifican a su cría acústicamente,  por el ultrasonido.”

Cría fama

Después de tantos años viviendo entre murciélagos, Silva especifica que estos, como todo grupo de animales, generan beneficios y perjuicios, y en ese sentido llama a encontrar el equilibrio.

La mayoría de las especies son altamente gregarias, pero además tienen la voracidad más alta que se conoce en un mamífero. Cada murciélago insectívoro, por ejemplo, hace dos comidas en la noche, y en cada uno de esos períodos de alimentación son capaces de ingerir como promedio, la mitad de su peso en insectos.

Por tanto ejercen un control extraordinario sobre las plagas de insectos, en su mayoría nocturnas, que dañan a la agricultura y al hombre.

Las especies de murciélagos que se alimentan de flores funcionan como agentes polinizadores de las plantas. Las que comen frutas, por su parte, son grandes dispersadoras de semillas. “Hace años los norteamericanos captaron la imagen de un campo cubano arado después que lo arrasara un huracán. Lo siguieron con fotografías, y notaron el nacimiento de un montón de plantas a partir de semillas diseminadas por murciélagos”, refiere Silva.

“A mi todas las especies me han mordido más de cien veces cada una”, asevera. Para luego confirmar que la rabia, uno de los perjuicios que se le atribuyen a los murciélagos, es un evento rarísimo en los de Cuba.

Un texto contra el caos

Como curador del Museo Nacional de Historia Natural el incansable Silva atiende la colección de mamíferos. Labora en el departamento de Paleogeografía y Paleobiología, donde el énfasis se hace en la paleontología.

El estudio de los fósiles le motivó a conducir un proyecto en el que participaron además los investigadores William Suárez Duque y Stephen Díaz Franco, que concluyó este año con la edición del Compendio de los Mamíferos Terrestres Autóctonos de Cuba vivientes y extinguidos.

El libro da cuenta de cómo desaparecieron totalmente de Cuba los perezosos y monos que la habitaban hace diez mil años. Además refiere que de las ocho especies vivientes de mamíferos cubanos (el almiquí y las jutías), cinco están en peligro de extinción.

“El volumen –explica Silva– hace dos grandes aportes: uno es el esclarecimiento de la taxonomía de esta fauna (familias, género y especies) existentes en el país, pues se habían descrito especies sobre bases muy endebles. Estaban reconocidas 44 entre fósiles y vivientes, incluso internacionalmente, y como resultado de esta investigación quedaron solo 24.”

Para lograrlo los autores investigaron 27 colecciones estatales y privadas en Cuba, y en varios museos de historia natural de los Estados Unidos donde se encuentran algunos holotipos (ejemplares tipos que los científicos que describen especies nuevas para la ciencia están obligados a depositar en una colección).

La segunda contribución, según miembros de la comunidad científica, es haber efectuado el análisis más completo y actualizado de la biogeografía (el origen, evolución y distribución de todas las especies de esa fauna).

Tras esta nueva entrega, Silva, reconocido y premiado nacional e internacionalmente por su obra, no aspira a más. “Me considero realizado y muy satisfecho porque he hecho todo lo que me propuse en la vida, aunque no haya sido impunemente”.

“Si algo quisiera llegar a ver es que el Museo Nacional de Historia Natural ocupe el lugar que realmente le corresponde en el país por su importancia, que no es suficientemente bien comprendida.” Acaricia ese anhelo con la misma perseverancia con que por años demostró hipótesis que ayudan a ofrecer la base del conocimiento para conservar los mamíferos cubanos.

Atracción inevitable

La zoología atrapó a este hombre desde su primera exploración en la Cueva de Cotilla, en San José de las Lajas, provincia de La Habana, a inicios de los años 40 del siglo pasado. Como miembro de la entonces recién creada Sociedad Espeleológica de Cuba recorrió la Isla, al principio con el fin de estudiar la fauna invertebrada cavernícola.

Pero lo que lo incitó a ir tras los murciélagos fue la lectura del libro Un naturalista en Cuba, de Thomas Barbour, entonces director del Museo de Zoología Comparativa de la Universidad de Harvard.

“Soy prácticamente de formación autodidacta”, reconoce Silva. Matriculó el Doctorado en Ciencias Naturales en la Universidad de La Habana pero no pudo continuar la carrera apenas en el segundo año: el golpe de estado de Batista en 1952 obligó a cerrar la casa de altos estudios.

En la primera mitad del siglo XX, pudo enrolarse en las expediciones que realizaban científicos norteamericanos en el Caribe y en Cuba en particular desde finales del XIX. Lo aprendido con el doctor Carlos Guillermo Aguayo, profesor de la Universidad de La Habana, terminó por fraguar la base científica sobre la que aquel joven capaz se empinaría.

 Lamentaba la ausencia de un museo de historia natural en el país, porque en su opinión creaba un vacío cultural en la formación de la nacionalidad cubana. Sin embargo, el pequeño núcleo de naturalistas al cual ya pertenecía en 1959, pudo satisfacer ese deseo un año después del triunfo revolucionario.

Colecciones privadas nutrieron el Museo Cubano de Ciencias Naturales que nació en la planta baja del Capitolio Nacional. Es el mismo ahora ubicado en la Plaza de Armas, aunque menos espacioso y con otro nombre: Museo Nacional de Historia Natural.

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