La inflación no es algo que se pueda anular con un decreto ni con la orden de combatirla. Por más que se oriente que no puede existir, la inflación no es subordinada de la burocracia, de los gobernantes ni de sus seguidores. La única forma de controlarla es aplicar las medidas apropiadas en el momento y los lugares apropiados; lo cual nos remite a la ciencia, a la experiencia histórica, al estudio y el análisis, nunca al panfleto.
Lo que importa
La inflación consiste en el aumento de precios de manera sostenida, en una economía, en un período de tiempo (un año, por ejemplo). Se mide a través de los índices de precios, y lo relevante o esencial de este indicador es la pérdida del poder adquisitivo: la capacidad de compra del dinero.
Ahí entra la primera particularidad para Cuba. La economía que reportó un 6 900 % de inflación; es decir, en la que los precios han aumentado un número de veces indecible, no era una economía cuyo poder adquisitivo estuviera bien. En diciembre de 2020 un salario mínimo era de 400 CUP. Una canasta básica real de bienes y servicios equivalía a 1977 CUP, aproximadamente. Se puede afirmar que la economía que superalimentó sus precios y solo aumentó los salarios 6,75 veces como promedio, ya estaba en crisis. Primera conclusión: aun si se corrige la inflación, el problema persistirá, con la magnitud previa al Ordenamiento.
Las causas
Las causas de la inflación pueden ser varias.
1. Si la demanda supera a la oferta, en un momento dado, y por ley económica, suben los precios. Una espiral de escasez es una clásica fuente de inflación. Esta es una forma de medir el costo de la escasez en el corto plazo.
2. El aumento de los costos de factores primarios, tales como materias primas, combustibles, electricidad, gas, agua. Ello obliga a que ese costo sea la base sobre la que se aplique un margen de ganancia.
3. Un aumento de dinero en circulación asociado, por ejemplo, a una política de las entidades emisoras de dinero destinada, entre otros fines, a llenar con “papel” los altos precios que deriven de las causas 1 y 2. Sí, tentar la inflación para curar la inflación. De hecho, la inflación, como muchos otros procesos, termina por convertirse en un ciclo. Luego, inflación reproduce inflación.
4. Los agentes de la economía esperan una inflación a futuro, siendo ellos la base para que se mantenga la inflación. Ante la inflación, la respuesta humana del vendedor es procurarse más dinero a través de un alza de precios, que genera una demanda de más salario. Se le suele llamar expectativas inflacionarias. Es la guerra social, y nadie lo sabe.
Por supuesto, en Cuba tenemos algo de 1, 2, 3 y 4. Una buena mezcla. Comenzó con el más reciente período de escasez, que ha existido con altas o bajas desde 1959. Más tarde, el Ordenamiento trajo su paquete de elevados precios de servicios asociados a las materias primas antes mencionadas. También trajo el aumento del dinero vía salario, para que cada cual pudiera pagar los nuevos precios. Por supuesto, hubo tensión: ante la inflación, se intenta tener más dinero.
Más allá de las causas
Viejos principios dicen que, si se quiere desaparecer un resultado, se eliminan las causas. Mientras existan, se reproduzcan y se mantengan las estructuras, mecanismos y prácticas que dan vida y aumentan las condiciones 1, 2, 3 y 4, habrá inflación. No acaba ahí.
Aunque algunos de estos factores no continuarán creciendo eternamente, el efecto secundario de cualquier causa de inflación es que la redistribución desigual del “exceso” de circulante por los diferentes sectores productivos y de servicios, distorsiona la relación de ingresos y costos de la economía.
Por tanto, aun habiendo anulado las causas desde el punto de vista estructural, el efecto podría continuar. Funciona parecido a un efecto dominó: la primera ficha que cae deja de ser la causa de la caída directa de las demás, para ser siempre la directa anterior. El juego acabará cuando se detenga una ficha, o se acaben. En economía, lo esperado es que el efecto secundario se agote en un punto antes de agotar las fichas.
Por tanto:
a) La reducción de oferta de determinados bienes no es creciente en el infinito; es decir, en un periodo de tiempo la oferta no se reduce sin parar. En muchos casos, este efecto llega a un tope, a no ser que se agudicen los sucesivos desincentivos institucionales y del mercado. Con independencia de esto, el daño de origen secundario puede continuar.
b) El precio de la electricidad, el combustible, el gas, etcétera, subió una sola vez. La espiral causada de forma directa; es decir, por la transferencia de costos, es finita. Pero en dependencia de cuánto esto arruine sectores productivos, habrá efectos secundarios cuyos encadenamientos pueden durar más en una especie de efecto multiplicador negativo.
c) Es similar lo que puede ocurrir con el aumento del dinero en circulación. No se trata, en un periodo breve de tiempo, de algo progresivo. Puede ocurrir una vez por año, a lo sumo un poco más. Pero al igual que con las causas anteriores, los efectos secundarios adquieren su propia movilidad.
d) Las expectativas inflacionarias se podrían contar como el efecto secundario de la inflación; pero en el plano de la subjetividad. Los ciudadanos se mantienen en la búsqueda de más circulante para responder. Al igual que toda redistribución, en un punto “natural” también se detiene.
Como resultado, Cuba está en el momento de solidez inflacionaria: no solo tenemos la estructura saludable para la inflación, sino la cultura correspondiente en nuestros ciudadanos.
Segunda conclusión: la inflación puede continuar, aun habiendo desaparecido sus causas estructurales.
La herida
Dado que las causas de la inflación son agotables, así como los ciclos inflacionarios que estas generan, en algún momento tendrán fin. Imaginemos que es mañana. Mañana dejan de crecer los precios, nos damos cuenta, y dejamos de responder a ello con las expectativas inflacionarias. Sería como estar en medio de un combate recibiendo golpes, hasta que de pronto el contendiente se detiene. El daño está hecho y el fin del combate por sí solo no lo hace desaparecer. La inflación tiene la particularidad de que su principal efecto, la pérdida de poder adquisitivo, permanece. Cuando se detenga la inflación, habrá poco que celebrar: el poder adquisitivo del moribundo peso cubano estará muy mal. Lo beneficioso no sería que la inflación se detenga, sino revertirla.
Lo demuestra la Cuba de treinta años antes del Ordenamiento. Luego de la caída del campo socialista, hubo procesos inflacionarios en el país. Tiempo después, a grandes rasgos, los precios se estabilizaron; precios muy altos respecto a los salarios. El dolor dejó de aumentar, pero seguía ahí.
Para lograr revertir —y no solo detener— el efecto de la inflación, no se necesita magia sino voluntad política. Y pagar los costos políticos necesarios.
Aumentar la producción no puede ser una utopía en una economía moderna. En el caso cubano, se necesita generar incentivos económicos para que aumente la producción de manera significativa; y hacerlo con calidad, con métodos eficientes, en ambientes favorables para la toma de decisiones óptimas, así como para la actividad económica de utilidad social y la innovación. En pocas palabras, se trata de eliminar trabas, trabas y más trabas. Trabas que están puestas en función de intereses no colectivos.
Sin embargo, el Gobierno no hizo mucho para que aumentara la producción. De hecho, intensificó la policialidad alrededor de la actividad económica de actores privados y cuentapropistas. Por otra parte, no cedió en el régimen estatal que desestimula la producción en lo agropecuario ni permitió una flexibilización favorable para las importaciones y exportaciones privadas y estatales. Ninguna de las políticas que acompañaron el Ordenamiento ha sido efectiva para el aumento de la oferta. Al mismo tiempo, el Ordenamiento sí aumentó los precios de la electricidad, gas, combustible y telefonía fija. También aumentó el dinero en circulación para que el consumidor hiciera frente a los nuevos precios.
Por si fuera poco, con sus empresas militares estrella, enseña que es mejor revender que producir. Revender es ilegal para el ciudadano; pero producir, aun cuando sería lo deseable para la economía, es mucho más difícil y puede acarrear peores consecuencias. Y, como “lo malo se aprende rápido”, nos hacemos entre nosotros la guerra de precios.
Por tanto, como última conclusión: la inflación no cayó del cielo; tiene autores intelectuales y prácticos, conscientes o no de serlo. Deberían asumir públicamente su responsabilidad.