El histórico triunfo de Gabriel Boric en la segunda vuelta presidencial en Chile, el 19 de noviembre, no solo es inédito porque después de treinta años se rompe el duopolio político que gobernó el país, sino también porque consolida un proceso constituyente en curso, el cual iba a estar fuertemente amenazado en el caso de que ganara el candidato de extrema derecha José Antonio Kast.
Si bien los resultados en primera vuelta parecían poco entendibles, dadas las anteriores votaciones en Chile, donde las fuerzas transformadoras se impusieron ampliamente por sobre los sectores más conservadores del país (plebiscito constitucional y elección de constituyentes), la posibilidad de una restauración conservadora, luego de la segunda vuelta, queda completamente descartada.
De ahí que la alta participación total (55,65%) y votación a Gabriel Boric (55,87%), no solo lo convierten en el presidente más joven y con más votos en la historia de Chile (4.620.890), sino que será quien firme, de aprobarse, la primera constitución legítima y redactada democráticamente en el país.
Ante esto es lógico que Gabriel Boric entienda que su rol político es mucho más importante que el de otros presidentes elegidos anteriormente, al estar inserto en un momento de cambio de época. Como planteó en su primer discurso como presidente electo: «Defenderemos el proceso constituyente, que es motivo de orgullo mundial. Es la primera vez que escribimos una Constitución de forma democrática. Cuidemos este proceso para que sea una Carta Magna fruto del acuerdo y no de la imposición».
Siendo coherente con tal declaración, es muy destacable que a la primera persona que haya llamado Boric, luego de enterarse de los resultados de la segunda vuelta, fuera a la presidenta de la Convención Constituyente, Elisa Loncón; una muy buena señal de lo que vendrá en el futuro para el desarrollo del proceso en curso.
Asimismo, la visita de Gabriel Boric a la Convención Constituyente dos días después de su elección, marcó una clara diferencia con Sebastián Piñera, quien no solo no fue capaz de asistir a un espacio tan importante para el futuro del país, sino que incluso lo entorpeció y trató de influir sobre él con declaraciones sobre algunos contenidos de la nueva Carta fundamental.
Por el contrario, Gabriel Boric ha sido cauto en sus declaraciones respecto a la Convención Constituyente. Ha dicho que no será pautada por el presidente, porque sabe que su rol es acompañar el proceso, respetando siempre su autonomía y la capacidad de ese órgano para funcionar de manera independiente al poder constituido.
En consecuencia, la responsabilidad que tendrá el nuevo presidente es enorme, pero estará sostenida no solo por un partido político, coalición o sector determinado, sino por millones de chilenas y chilenos que exigieron ser parte de la construcción de un nuevo Estado, como también por cientos de organizaciones sociales que pusieron en el centro la defensa de los Derechos Humanos y de la Naturaleza.
Por lo mismo, el cuidado y apoyo ciudadano en los próximos meses hacia la Convención Constituyente es clave, ante la campaña de desprestigio de grandes medios de información y de una derecha en ruinas, a la que solo le queda denigrar a base de mentiras al órgano más inclusivo, participativo, vinculante y universal que hemos tenido.
Podrán decir muchas cosas de la Convención Constituyente, pero es por lejos el espacio institucional que más se parece a Chile en toda su diversidad. Como país, nos mal acostumbraron con instituciones ilegítimas y autoritarias, hechas por y para las élites, que dejaban fuera a la gran mayoría y obligaban a subordinarnos así a normas y códigos jurídicos elaborados a la medida de unos pocos.
Además, es muy destacable de parte de la Convención Constituyente, en lo que respecta a democracia participativa, las instancias previas a la redacción de la nueva Carta Magna, como son: la iniciativa popular de norma, los encuentros auto-convocados, las audiencias públicas obligatorias, la cuenta popular constituyente, las jornadas nacionales de deliberación, los foros deliberativos, los cabildos comunales, la semana territorial, el plebiscito dirimente y la consulta indígena.
En definitiva, somos testigos y parte de un proceso político completamente distinto e inédito a lo que hemos vivido como chilenos por siglos, y que seguramente romperá con un Estado secuestrado por las élites económicas nacionales e internacionales desde la Constitución Portaliana de 1833 en adelante, la cual sentó las bases para imponer en el país un orden completamente excluyente y negador de la pluralidad existente.