LAS TUNAS, Cuba. ─ Este viernes es 24 de diciembre, Nochebuena, víspera de Navidad. Y aunque no existe en la Biblia ni en texto secular alguno señalamiento que autentique el nacimiento del niño Jesús el 25 de diciembre, esa partida de cuna es prescindible. La celebración, inducida por la religión católica, devino encuentro y fiesta de familia universal, para cristianos y ateos, al punto de paralizar las ruedas dentadas de no pocos industrias. Ese es el mayor homenaje que pueda hacerse al ser humano si entendemos la imagen de Jesucristo como la de un ser fraterno.
De un extremo a otro del país ─y en todos los cayos e islas adyacentes y pertenecientes a territorio cubano, habitados aunque fuera por una familia de pescadores, con pocos o con muchos recursos─ hasta 1968 en Cuba celebramos la Nochebuena y esperamos la Navidad con la ya extinta cena nacional: lechón asado, arroz con frijoles negros, yuca hervida, casabe, ensalada de lechugas, tomates, dulces importados (turrón de Alicante o de Jijona), cerveza, ron, vino, y música. Todo en sana alegría. La persona o la familia que no tenía con qué celebrar o no celebraba por permanecer de luto, raro era que no recibiera una cena de manos de un vecino, un amigo o una institución caritativa.
Incluso, teniendo lo suficiente para cenar, era costumbre arraigada que vecinos y familias se intercambiaran comidas y bebidas, intercambios donde el plato con carne de lechón, asado en púa con leña o carbón, o en los hornos de las panaderías, imprimía el sello distintivo de cada cual. Era el cubano en aquellos días, todavía, especialmente festivo y fraterno, pese a diferencias económicas, sociales, religiosas o políticas.
Y no es metáfora cuando dijimos que hasta “las ruedas dentadas de no pocos industrias” se paralizaban por las fiestas navideñas. Era la azucarera nuestra primera industria, a tal punto que solía afirmarse: “sin azúcar no hay país”. Ciertamente, la agroindustria azucarera y sus derivados ─alcoholes, mieles, ceras y otros productos─ aportaba más puestos de trabajo y mayores ingresos a la familia cubana y al país que ninguna otra; así y todo, aunque las zafras comenzaban en noviembre con el grado óptimo de azúcar en los cañaverales, en los campos se detenía el corte de caña y los ingenios ─no importaba si fueran propiedad de cubanos o de extranjeros─ paraban la molienda después del 20 de diciembre para que todos pudieran celebrar Nochebuena y Navidad junto a sus familias, festejos que se extendían hasta el 6 de enero, Día de los Reyes Magos.
Pero Fidel Castro, entonces omnipotente primer ministro, desoyendo las opiniones de los expertos, que pronosticaron que, atendiendo a la infraestructura agrícola e industrial existente, era aquella una cosecha imposible, dispuso que en 1970 Cuba haría la mayor zafra de la historia y produciría diez millones de toneladas de azúcar. Con ese propósito, en 1969 “sugirió”, para no interrumpir la “zafra de los diez millones”, que las ancestrales festividades navideñas fueran pospuestas para el 26 de julio, día del fracasado asalto al cuartel Moncada, para no interrumpir la “zafra de los diez millones”. Aquello fue una falacia contumaz, pues nunca más la Nochebuena sería celebrada en suelo cubano y los militantes del Partido Comunista de Cuba (PCC) que, golosos, prosiguieron con la celebración, perdieron sus carnés del PCC por “falta de ejemplaridad” y manifestaciones de “diversionismo ideológico”.
Como es conocido, durante su visita a Cuba entre el 21 y el 25 de enero de 1998, el papa Juan Pablo II pidió y consiguió de Fidel Castro que el 25 de diciembre se declarara feriado. Pero, así y todo, pese a los esfuerzos de la Iglesia y a la resistencia de muchas familias que con escasos recursos continuaron celebrándola, la Navidad en Cuba ya había perdido su encanto. Tras décadas de ostracismo, los ritos de la Nochebuena cubana se fueron difuminando hasta llegar a este 2021 en estado de necesidad plena.
Con precios inaccesibles para un componente imprescindible en la Nochebuena cubana, la carne de cerdo ─cuyo precio mínimo ya es de 180 pesos la libra, por lo que una pierna de lechón de sólo 15 libras cuesta 2 700 pesos─ es muy poco probable que, a juzgar por las actuales pensiones y salarios, ni los jubilados ni los trabajadores activos puedan celebrar en 2021 una Nochebuena como la última que celebraron sus padre o abuelos en el ya lejano 1968, hace 53 años.
Los precios del lechón asado, el arroz con frijoles negros, la yuca con mojo o el casabe, la ensalada de lechugas o tomates ─artículos todos de producción nacional que se pagan en pesos cubanos depreciados─ impide a la mayoría de los cubanos pensar en una decente celebración de Nochebuena. Ni hablar de los dulces importados (turrón de Alicante o de Jijona), la cerveza, el ron o el vino, que deberán pagarse en dólares o euros bajo la denominación de la moneda libremente convertible (MLC). Pese a esas circunstancias, el primer ministro Manuel Marrero y el gobernante Miguel Díaz-Canel, con un discurso huero y sus caras de sibaritas despistados, siguen hablando de “socialismo próspero”. Habrá de entenderse que se refieren a la prosperidad de ellos y la de los que con ellos celebraran esta Nochebuena, que, para la mayoría de los cubanos, será otra mala noche.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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