Serias afectaciones en techos, humedad en las paredes y mal estado de la marquetería han obligado a ubicar en almacenes improvisados buena parte de su colección
El moho, plantas y aleros semidesprendidos son los nuevos elementos “decorativos” de la institución. (Fotos: Yoan Pérez/Escambray)
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Cerradas a cal y canto están las más de 100 puertas de la casona del siglo XVIII, ubicada en el corazón de la villa del Yayabo, donde la grandeza de nuestro patrimonio encanta; una decisión dolorosa tras conocer que el inmueble presenta un diagnóstico crítico con peligro para su vitalidad.
“Es alarmante su situación, porque lleva mucho tiempo sin que se le pueda pasar la mano”, asegura Martha Cuéllar Santiesteban, testigo desde hace 36 años de cuanto sucede en el interior de la institución.
Caminar por sus grandes salones duele. En rincones, huyendo de las goteras, el moho, el comején y posibles derrumbes de vigas se encuentran sus muebles más grandes. El resto de la colección se resguarda en tres improvisados almacenes.
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“Todo comenzó por una tupición en la cubierta de la placa española —cuenta su directora desde hace 24 años—. Después de muchos intentos se pudo sacar el saco que impedía la salida del agua que quedaba empozada. Pero el daño está y ha traído consigo el desprendimiento constante de pedazos de las losas del techo, por lo que en esas salas no podemos tener ningún exponente.
“El grado de humedad en los muros es indescriptible, así como mucha suciedad de las plagas que han invadido, tanto de aves como de murciélagos. En los techos han nacido plantas y la pared que pega con el restaurante Pensamiento está tan deteriorada que existe la posibilidad real de que los espejos colgados en la sala y saleta se desprendan.
“Otra afectación preocupante es el deterioro del alero del frente. Por ahí, cuando llueve penetra el agua a esa primera sala de los altos y se filtra por el cielorraso. Tememos que dañe esa área de donde prende la lámpara principal de la institución. Similar situación provocó que en el año 2011 se hiciera una intervención general”.
Desde entonces, afirma Marta Cuéllar, escasos retoques ha tenido el Museo de Arte Colonial que se inauguró como tal el 10 de octubre de 1967.
“De las últimas acciones quedan deudas. Por ejemplo, en el área de la cochera se aclimató un pequeño local como oficina administrativa y nunca le pusieron el fluido eléctrico. Tampoco a los faroles de la pared del fondo del inmueble. Los baños jamás han podido utilizarse.
“Está estipulado que 15 días al año los museos cierren para un mantenimiento constructivo. Pero casi nunca podemos cumplirlo por falta de recursos, presupuesto, programación…
“No sé cómo funcionarán en otras instituciones, pero lo ideal sería contar con una brigada de mantenimiento fija o plazas para esa función, porque el deterioro en este tipo de casas camina muy rápido. Lo que un día significa apretar un tornillo, mañana es la sustitución de una puerta.
“Así resulta imposible atender al público. Nuestros recorridos son para que observen no solo las colecciones, sino los elementos que distinguen a la construcción. Nadie quiere mostrar un estado así. Estamos conscientes de la compleja situación económica que vive el país y que cualquier acción aquí es súper costosa porque hablamos de soluciones que no admiten cualquier elemento. Pero, confío que se unan voluntades para evitar lo peor.
“Y hablo de voluntades, porque no creo que con el presupuesto de la Dirección Municipal de Cultura se pueda. Hoy eso no existe, ya que se destinó para la Casa de Cultura Osvaldo Mursulí, también muy necesaria. Lo que queda es para salario. Veremos qué nos otorgan para el 2022, pero no debe ser la solución.
“Nos han hablado de hacer un proyecto de desarrollo como una posible vía y en eso andamos, aunque confieso que nos ha sido un poco complejo”.
¿Desde el primer síntoma de que el deterioro era imparable dieron aviso?
“Sí. Incluso, con lo poco que se nos entregó restauramos los aleros deteriorados del patio que, de caer, podían poner en peligro la vida de nuestras trabajadoras y dos vigas partidas en la segunda planta. Pero sin presupuesto no se puede hacer mucho. Cambiar una puerta de este museo equivale a tres puertas de cualquier otra institución. Además de que no puede ser de cualquier material, sino de la madera estipulada”.
En busca de robarle tiempo al galope apresurado de las afectaciones, el colectivo realiza labores de conservación permanente en las colecciones.
“Se ha estado estudiando para hacer una propuesta de nuevo guion museográfico más interactivo, de acuerdo con los estándares internacionales para que sea mucho más atractivo a la comunidad cuando podamos abrir. También seguimos de la mano con el trabajo científico”, asevera Martha Cuéllar, merecedora del Reconocimiento Especial Mejor Museóloga a nivel de país en este 2021.
¿Ha sido este el momento más crítico de la institución?
“No, pero en otras ocasiones había una situación económica distinta. Si me preguntas de cuánto presupuesto se necesita, no pudiera responder. Recuerdo que, en una de las restauraciones, cuando vimos que el monto era de 36 000 pesos nos pareció mucho. Ahora una puerta casi cuesta eso”.