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“Yo creo en todo lo bueno”. Conversando con el artista Miguel Ojito Fariñas

“En Cuba he sido quien he querido ser”, asegura el restaurador matancero Miguel Ojito Fariñas. Foto: Roberto Jesús Hernández/Cubadebate

Dice que perdió las huellas dactilares de tanto frotar con sustancias corrosivas los bronces en casa de un anticuario. De pequeño se le escapaba a su madre para pasar horas en un camposanto embobado por la belleza solemne de la piel de los ángeles hecha de mármol de Carrara. No sabe decir otra cosa que un rotundo “sí” ante cualquier encargo que entrañe retos, una práctica que le ha valido un montón de aciertos y no menos líos en sus apenas 29 años de vida.

Quienes hoy presumen de las fotos tomadas en el teatro Sauto, Monumento Nacional ubicado en la cubana ciudad de Matanzas, puede que no conozcan el nombre de Miguel Ojito Fariñas, pero el toque de este joven artesano está en cada cocuyera adornada con cristal de Baccarat que con su luz permite comerse con los ojos todos los detalles del edificio neoclásico, primorosamente conservado.

Sus manos, torpes para el dibujo, tantearon hasta dar con el oficio a su medida, ese que le reserva el privilegio de restituir la elegancia a las obras más exquisitas, fundiendo su trabajo con el de los artífices de antaño, desde los diseñadores de puentes hasta quienes produjeron piezas únicas del arte funerario en el siglo XIX.

Oriundo de uno de los barrios más humildes de la urbe tricentenaria, Miguel es hombre de razón y espiritualidad, con influencias tan diversas como el estudio del marxismo o su devoción por el legendario San Jorge, patrono de su grupo de restauradores que aspira a ser pequeña empresa privada. Así como el santo sobre un caballo blanco mata al terrible dragón, el joven cubano también derrota cada día a los monstruos de estos tiempos que amenazan con robarle la esperanza.

─ ¿Cómo surgió tu interés por la restauración de bienes patrimoniales?

─Desde muy pequeño sentí atracción hacia todo lo antiguo o viejo, como decía entonces. Recorría el Palacio de Justicia, actual sede de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Matanzas (OCCM), y me quedaba maravillado con su belleza arquitectónica. Me le escapaba a mi mamá y a veces me iba para la necrópolis de San Carlos Borromeo. Allí se me iban las horas tratando de dibujar (no tenía dominio del dibujo, ni tengo) aquellas esculturas de mármol con una acabado de infinita belleza.

Todo el mundo en los museos me conocía. Yo siempre estaba en el Palacio de Junco, o en el teatro Sauto. Participaba en cuanto círculo de interés de la Oficina del Historiador había. Me di cuenta de que tenía una atracción especial por todo lo relacionado con el pasado, aquellos objetos que, como comprendí luego, forman parte de los bienes patrimoniales de la nación cubana.

Siempre he sido una persona muy independiente. Mi madre Mercedes Fariñas, y mi padre Luis Ojito, siempre me dejaron, dentro de lo permisible, hacer lo que yo entendiera. Con 12 o 13 años de edad me montaba en una guagua para ir a recorrer los museos de La Habana. Antes de cumplir 20 años ya había llegado hasta Santiago de Cuba. Como dice el dicho “conozca a Cuba primero y al extranjero después”.

Cada vez que iba a alguna provincia era a la iglesia, a los cementerios, a los parques centrales. Estuve muchos años de observador, mirando los detalles. También veía documentales en televisión sobre las bellas artes. Así comenzó mi formación. Traté de entrar a la escuela de arte, pero no pude, no pasé las pruebas de ingreso. Siempre pensaba: si yo lo que admiro es lo que ya está hecho, de qué forma podría entonces incidir como un artista en esa pieza. Uno no puede coger una crayola y dibujar sobre la Mona Lisa o sobre una obra de Víctor Manuel, por ejemplo.

Desde muy joven comencé a trabajar en casa de un anticuario amigo de mi familia, ayudándolo a limpiar sus colecciones, porque era una persona muy mayor. Me sentí en mi medio. Aprendí de una cosa que en nuestro país era entonces muy mal vista, el tema de los precios de las obras de arte, que es un tema tabú aunque no debería ser así.

Las instituciones deben conocer cuál es el valor monetario de las obras de arte, para así poder preservar y poder tener realmente un control de lo que cada centro tiene. ¿Cuántas veces hemos visto destruirse piezas únicas por desconocimiento? Es una historia que se ha repetido. Muchos bienes de valor patrimonial salieron del país, desde las grandes obras de las artes plásticas hasta piezas de valor más utilitario, pero todas con un significado especial. Hoy recorremos las grandes casonas coloniales de Matanzas y vemos que están despojadas de un gran atractivo, los objetos distintivos de varias épocas.

Desgraciadamente, con todas las dificultades económicas que ha atravesado el país, en ocasiones las personas han tenido que deshacerse de bienes que pasaron de generación en generación, para satisfacer sus necesidades individuales. Esos valores tenemos que rescatarlos porque son parte de nuestra identidad y del atractivo de la ciudad. Los turistas no vienen a Matanzas a ver edificios modernos y grandes instalaciones de lujo, todo eso pueden encontrarlo en sus propios países. Aquí quieren ver lo autóctono preservado a lo largo del tiempo, las antiguas fachadas restauradas, los techos de tejas, las calles con adoquines.

De todo eso tomé conciencia poco a poco. En esa etapa cometí muchas barbaridades. Una vez traté de abrir un orificio a una pantalla de cristal con una puntilla y un martillo. Fue un desastre. Prueba y error. Yo perdí las huellas dactilares limpiando el bronce de las lámparas con estropajo y ácido de batería. Con el tiempo aprendí la técnica y me metí más en ese mundo. Llegué a la conclusión de que las artes son lo mejor de cada ser humano, lo más limpio del alma. Cuando aprecias una bella pieza de arte, incluso aquellas con función utilitaria, te das cuenta por el nivel de dedicación que en ella está puesto lo mejor que su creador tenía para dar.

La restauración de las lámparas originales del teatro Sauto es uno de los trabajos más importantes de su carrera. Foto: Roberto Jesús Hernández/ACN

─La primera vez que escuché hablar sobre ti me dijeron que eras un “mago de las lámparas”. En aquel entonces comenzaba a darse a conocer tu trabajo en el Sauto. ¿Cómo llegaste a esa obra y qué tal fue la experiencia?

─Yo tenía un negocio particular de restauración de lámparas. Siempre me han gustado mucho las luminarias, porque son mágicas. Uno las encuentra siempre en un estado tan deteriorado, tan destruidas. Y entonces cuando tú logras revivir todo su esplendor es muy gratificante. En la calle de Medio arrendé un espacio y comencé a comprar lámparas deterioradas, a restaurarlas y luego venderlas. Me fue muy bien, tuve una muy buena aceptación. Gracias a eso conocí a personas muy valiosas, amantes de las antigüedades como yo.

Israel de León, un gran artista de la ciudad de Matanzas con una obra importante en el trabajo con el bronce, fue un día a la tienda y me comentó sobre su labor en el teatro y me invitó a tomar parte. Yo tengo un gran defecto: siempre digo que sí.

Acepté sin ni siquiera ver las lámparas. A Israel le agradeceré toda la vida por confiar en mi cuando muy pocas personas conocían mi trabajo.

Yo me había formado de forma empírica leyendo mucho. Así encontré el camino más corto, porque los libros clásicos me parecían interminables, pero aprendí mucho más sobre lo que no se debía hacer de los autores que criticaban las malas restauraciones.

Cuando era niño me quedaba bobo mirando aquellas lámparas del Sauto. En aquel entonces me parecía más chiquita la araña central, pero cuando la vi en el suelo delante de mi me impactó su tamaño. Tenía aproximadamente dos metros de altura. Era un monstruo. Una pieza única. Israel me dijo “yo voy a importar los medios que hagan falta pero tú te harás cargo de todo”. Fue impresionante.

Estuvimos dos años restaurando las lámparas del teatro. Hasta hoy es el mayor trabajo de restauración de luminarias que yo he hecho.

Creo que cumplí mi misión. La obra sigue ahí. Aquellas piezas estaban deterioradas, algunas en la oscuridad del ático. Ahí es donde el restaurador gana porque le atribuyen, sin ser el fabricante, parte de la responsabilidad por crear algo tan bello. Lo nuestro es darle vida a un cuerpo que estaba allí. Es como ponernos en contacto con el artista primario.

─Éramos muchos los matanceros que nos quejábamos del desorden causado en la ciudad por las obras en saludo a los 325 años. Ahora extrañamos hasta el ruido de los taladros en las calles. En aquellos días daba la impresión de que tú estabas en todas partes al mismo tiempo. ¿Fue para ti la gran oportunidad?

─El plan por el aniversario 325 de Matanzas me abrió un amplio espectro de oportunidades. Tuve la suerte, en medio de esa vorágine, de conocer a Leonel Pérez Orozco, el Conservador de la Ciudad, una persona a la que estimo muchísimo. Me involucró en los proyectos. De ahí nació la idea de restablecer la fuente con la escultura de Leda y el cisne al Parque de La Libertad. Ese espacio siempre tuvo fuentes. La de Leda se quitó en un momento sin que se sepa exactamente la razón, aunque a lo largo del tiempo siempre hubo cambios por razones de diseño.

Alguien me dijo “no te metas en eso porque vas a caer preso”. ¡Qué clase de augurio! Pero me gustan las cosas difíciles. Por encima de esas personas negativas hay que construir nuestras obras más grandes. Me metí en el Palacio de Gobierno, donde estaba la fuente. En aquel entonces dos mujeres ocupaban los principales cargos en Matanzas: Teresa Rojas Monzón como primera secretaria del Partido Comunista de Cuba (PCC) y Tania León Silveira como presidenta de la Asamblea (hoy Gobierno) Provincial del Poder Popular, y ambas demostraron un sincero compromiso con la restauración del Centro Histórico. En ellas encontré mucho apoyo.

Había que sacar la fuente del edificio. Nos reunimos varias veces. Se consultó con los trabajadores de la Asamblea porque aquella era una pieza icónica allá adentro. “Es la mujer que está fajada con el cisne”, decía alguien. “No es una mujer, es un hombre”, decía otro. Había toda una leyenda en torno a la estatua.

Teníamos que sacarla pero no podíamos usar grúas porque no llegaban al patio interior donde estaba ubicada. Habían construido muchas cosas desde que se colocó y ya no podía salir.

Saltó un muchacho que trabajaba en el comedor: “por dónde único cabe es por aquí”. El comedor tenía un piso de grey cerámico nuevo de paquete, acabado de poner. Buscamos una carretilla de las de cargar grandes pesos y entre varias personas logramos bajar a Leda del pedestal. Era muy pesada. Cuando faltaban 30 centímetros aquello se le fue a todo el mundo de las manos y dio contra el piso. Pensé que de verdad iba a ir preso por romper la obra. Pero tuvimos suerte porque el artista Juan López Conde hizo unos pasadores de acero por dentro, entre la escultura y su base, que todavía están intactos y no son fáciles de partir.

Se trasladó en un montacargas hasta un taller en Pueblo Nuevo donde la restauramos. Lugo volvió en una procesión épica hasta el Parque de La Libertad donde fue emplazada. Tuvimos el honor de que nos acompañara ese día el maestro Agustín Drake, que estuvo cuando se hizo la pieza, era uno de los niños que frecuentaba el taller de López Conde, como lo demuestra una fotografía de la época.

Después nos dedicamos a buscar mármol para enchapar la base de cemento del monumento a José Martí que está en el Parque de La Libertad. Recorrimos los edificios antiguos de la ciudad que estaban en demolición en busca de los mármoles. Así logramos darle una nueva visualidad. Trabajamos también en otras obras, el parque de la catedral, el de la rueda. Fueron los comienzos de lo que es hoy mi Grupo de Creación San Jorge.

Se crearon nexos de trabajo permanentes con la OCCM y la dirección de Servicios Comunales, hoy nuestros principales clientes, instituciones con un alto impacto en la salvaguarda del patrimonio tangible, y a las que agradecemos la confianza de permitirnos asumir casi la totalidad de las labores de restauración y mantenimiento en el Centro Histórico local.

─¿De tus trabajos como restaurador cuál crees que está más cercano a la gente?

─Durante la Bienal de La Habana que en 2019 se extendió a Matanzas bajo el título de Ríos Intermitentes, nos dimos a la tarea de iluminar el puente Calixto García o de Tirry. Fue todo un espectáculo. En Cuba no había experiencia en iluminar un puente, y como Matanzas es la ciudad de los puentes no podíamos permitir que alguien nos arrebatara la primicia. Luego iluminamos el General Lacret Morlot, de Versalles.

Aunque no fue reconocido como parte de la Bienal recibí el reconocimiento del pueblo, de las personas más humildes. Años después ya la mayoría de las luminarias se han fundido y pronto tendremos que pasarle la mano, pero la gente ahora me para por la calle y me lo dice porque recuerdan que yo fui quien las puso.

Hace poco restauramos la fachada de la casa natal del mártir Carlos Verdugo, en ocasión de los 150 años del injusto fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina. En este momento nos encontramos enfrascados en la creación del monumento funerario donde descansarán los restos del naturalista alemán Juan Cristóbal Gundlach, identificados por el doctor Ercilio Vento Canosa, Historiador de la Ciudad, quien es una enciclopedia viva. Aquel europeo estudioso de nuestra naturaleza fue un gran amigo de Cuba, y es un privilegio tener la oportunidad de brindarle un digno lugar de descanso, que estará en la Oficina del Conservador.

─¿Puede decirse que te consideras a ti mismo un hombre de fe?

─Llevo en mi la fe precisamente porque nací en el seno de una familia revolucionaria. Mi bisabuela Reina Collazo, quien murió recientemente, fue fundadora del PCC en Matanzas, y una destacada luchadora de la clandestinidad. Ella fue un gran ejemplo para toda la familia. Mi bisabuelo fue capitán del Ejército Rebelde. Ambos veneraron hasta el final de sus días la imagen de la Caridad del Cobre. Tengo entre mis ancestros a gente de piel negra, como parte de ese gran ajiaco que somos los cubanos, como bien dijo Fernando Ortiz.

Yo creo en todo lo bueno, lo que aporte energía positiva, y respeto la forma de pensar de cada cual. Crecí en la barriada de La Marina al lado de un plante abakuá, lugar de religiosidad y gente humilde donde la Revolución encontró la tierra más fértil para su obra. En esos barrios está presente Changó, Yemayá, Obbatalá, pero cuando llegas a un lugar donde existe una bóveda espiritual puedes encontrarte una foto del Ché Guevara o de Fidel Castro. Están los que como yo adoramos la luz y el espíritu de José Martí más allá del Apóstol que es, como una guía espiritual.

─Tanto en público como en privado siempre manifiestas un gran amor por la tierra donde naciste. ¿Qué es lo que realmente te enamora de Matanzas, de Cuba?

─El amor por mi ciudad y mi país viene por el alto grado de realización que he alcanzado a lo largo de mi vida, con mucho sacrificio personal. En Cuba he sido quien he querido ser. Hoy estudio una carrera universitaria gracias a las oportunidades que me brindó la Revolución. No tenemos todo lo que necesitamos pero disfrutamos de una paz que hay que defender siempre. Son muchas cosas las que me enamoran de Cuba, la posibilidad de practicar cualquier creencia religiosa, la solidaridad y la igualdad que caracteriza a este pueblo.

Hoy estoy en una obra de restauración pero mañana puedo estar en el barrio de La Marina en un toque de tambor para Changó, porque lo siento y no hay nadie que pueda limitar mi libertad individual. Por eso creo que dialogar en paz entre los cubanos aunque tengamos opiniones diferentes es la mejor manera de construir un país mejor.

Amo Matanzas, que para mi es la ciudad más bella del mundo. La tranquilidad que se respira en sus noches tiene el espíritu de una madre que te invita a volver a casa. Es un lugar de paz. Aquí tengo mi Grupo de Creación San Jorge, que conformamos desde hace varios años algunos restauradores que ejercíamos por cuenta propia, cada quien buscando en el otro la habilidad o el conocimiento que le faltaba. Crecimos poco a poco. Cada vez fuimos capaces de hacer trabajos más especializados. A un artista y en especial a un restaurador no lo avala un papel sino su obra. En estos momentos optamos por constituir una mipyme (micro, pequeñas y medianas empresas privadas) especializada en servicios de restauración, decoración y preparación de eventos. Escogí la imagen de San Jorge porque tengo una devoción especial por ese santo y la simbología que representa, la figura del hombre sobre un caballo blanco que mata un dragón.

Tiene para mi un significado muy relacionado con vencer los males que nos acechan en este país, y a los que tenemos que sobreponernos todos los días.

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