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La realidad cubana actual y las lecciones de la historia

Cuba está en un punto de inflexión de su historia contemporánea. El modelo económico y político adoptado después del triunfo de la Revolución, se muestra agotado porque no ha sido capaz de conducir a la prosperidad ni a la libertad y la democracia.

A punto de cumplirse sesenta y tres años de aquel momento, la inmensa mayoría de la población debe concentrar la mayor parte de sus energías en sobrevivir bajo condiciones muy difíciles, con graves problemas para asegurar el suministro de víveres y otros bienes esenciales, severas dificultades de transporte, crítico déficit de viviendas y deplorable estado de muchas de las existentes debido a la falta de mantenimiento.

Adicionalmente, los ingresos a partir del salario resultan insuficientes para asegurar condiciones normales de vida. Esta situación es mucho más comprometida en el caso de la población jubilada.

El gobierno se ha caracterizado por no adoptar transformaciones sistémicas radicales que permitan enfrentar la crisis, perdió el tiempo que no tenía combinando «experimentos» con gran lentitud en la adopción de profundas reformas económicas, y ello condena al país a un estancamiento económico que no le permite remontar la situación que tenía antes de 1989.

Los cambios económicos se distinguen por su timidez e intentan evitar la pérdida del control político y el poder sobre el establecimiento de incentivos necesarios para el desarrollo del emprendimiento y la producción. En consecuencia, la insatisfacción crónica de las necesidades materiales de la sociedad, que ha sido persistente en la historia económica del período revolucionario, se ha agudizado notablemente.

En medio de la gravísima crisis actual, los funcionarios del gobierno persisten en un modelo económico centralizado que ha probado su ineficacia en diversas partes del mundo, tal como quedó demostrado en los casos de la Unión Soviética y sus aliados de Europa Oriental, donde tanto el sistema económico como el político implosionaron entre 1989 y 1991.

Adicionalmente se sigue insistiendo en que el actual modelo es el único posible en el «socialismo» cubano, lo cual responde tanto a atavismos dogmáticos como al interés por mantener el poder a toda costa, aunque ello conduzca a un deterioro del nivel de vida de las personas. Al parecer, apostaron a que ese deterioro, que sin dudas conlleva a una reducción del apoyo popular, no se traduciría en protestas sociales. Sin embargo, después del 11 de julio todo eso cambió.

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…apostaron a que ese deterioro, que sin dudas conlleva a una reducción del apoyo popular, no se traduciría en protestas sociales. (Foto: IPS)

Tres décadas es un período suficiente para extraer las lecciones necesarias y actuar en consecuencia con el fin de evitar lo que ocurrió en aquellos países. Lo más importante era crear las condiciones que evitaran el colapso de la economía y la crisis de confianza en el sistema político. Ello debió conducir a profundas reformas económicas y políticas, en cambio, la dirección cubana se decantó por la «continuidad», que bien podría traducirse en inmovilismo.

Las lecciones de la historia

Hace treinta y dos años se desplomaron, uno tras otro, los regímenes comunistas de Europa Oriental. En 1991, apenas dos años después, se desintegró la Unión Soviética (URSS). También en ellos se había producido un agotamiento del modelo económico centralizado —incluso en aquellos en los que acontecieron reformas descentralizadoras con ciertos elementos de mercado—, así como del sistema político totalitario.

En las primeras dos décadas de imposición del sistema en esos países por parte de la URSS, el crecimiento económico se produjo siguiendo un modelo de desarrollo extensivo, basado en la abundancia relativa de ciertos factores de producción, especialmente trabajo, materias primas y combustibles.

A partir de la segunda mitad de la década de los setenta, sin embargo, las condiciones cambiaron. La abundancia se transformó en escasez y se acumularon déficits comerciales en la medida que se incrementaban las relaciones económicas con países capitalistas a los cuales había poco que ofrecer, más allá de materias primas. Los déficits, a falta de inversión extranjera, comenzaron a cubrirse con deuda externa debido a la necesidad de importar tecnología y maquinarias.

A principios de los ochenta —cuando estalló la crisis de la deuda por la política de altos intereses de la Reserva Federal—, varios países socialistas europeos se vieron en severas dificultades de pagos. Prácticamente todos fueron golpeados por la crisis, pero las mayores afectaciones las sufrieron Polonia, Rumanía y Hungría. La URSS, por su parte, cargaba no solo con el fardo que representaba el creciente gasto militar, sino también con la guerra de Afganistán y el apoyo económico a Cuba, Vietnam y Mongolia.

La crisis de sus finanzas externas obligó a los gobiernos a adoptar políticas de austeridad que se reflejaron en un deterioro del nivel de vida de la población. En el primer lustro de la referida década comenzó a ralentizarse el crecimiento económico, y en los últimos años el crecimiento ya fue negativo.

Países

1981-1985

1986-1990

Alemania Oriental*

4,5

-1,8
Bulgaria 3,3 1,5
Checoslovaquia 1,7 1,3
Hungría 1,8 0,5
Polonia -0,2 -0,4
Rumanía 3,2 -1,8
Unión Soviética 4,6 4,8
*En el caso de Alemania Oriental se trata de Producto Material Neto (PMN) que era el indicador medido en el CAME. Los datos del PIB no están disponibles en la base de datos de UNCTAD.

Cuadro 1. Variación promedio anual del PIB de países socialistas europeos en los quinquenios 1981-85 y 1986-90 (porcentajes) (Fuente: Cálculos del autor con base en UNCTAD – 2021).

En términos generales, fueron incapaces de transitar a un modelo de desarrollo intensivo basado en mayor productividad de los factores y aplicación de avances científicos a la producción. Solo en la carrera espacial y en la de armamentos la URSS podía competir con Estados Unidos, a un costo excesivamente alto en términos de bienestar humano.

A lo anterior se sumaba el considerable deterioro de la capacidad movilizativa y del liderazgo de los respectivos partidos comunistas en el poder. Su control se había sustentado en una férrea represión a intelectuales, e incluso a trabajadores que en ocasiones se manifestaron contra fenómenos como la escasez de bienes de consumo, los altos precios o la presencia de tropas soviéticas en sus territorios.

En 1953, poco después del fallecimiento de Stalin, trabajadores berlineses que salieron a las calles para protestar por los altos precios y reclamar la salida de las tropas soviéticas fueron reprimidos por dichas tropas. En 1956, nuevamente ese ejército foráneo puso fin a la decisión soberana de los húngaros de declararse neutrales y cambiar el sistema de partido único por una democracia multipartidista.

Ese mismo año ocurrieron protestas de los obreros polacos en Poznan, reprimidas por las fuerzas militares polacas pero conducentes a la remoción del liderazgo comunista y su reemplazo por dirigentes más reformistas.

En 1962, en la localidad de Novocherkassk, región rusa de Rostov, los obreros iniciaron una huelga contra el aumento de las cuotas de producción impuestas por los planificadores, al tiempo que subían los precios de la carne y la leche. La misma se tradujo en una manifestación ante el comité local del Partido. Dicha protesta, duramente reprimida por el KGB y las fuerzas militares, provocó la muerte a veintiséis personas, varias decenas de heridos y centenas de detenidos, según fuentes oficiales.

Una nueva intervención militar soviética y de otros países del Pacto de Varsovia frustró, en 1968, el intento soberano de los comunistas checoslovacos de iniciar profundas trasformaciones económicas y políticas, en la intención de construir un «socialismo con rostro humano».

Finalmente, en 1980 los obreros de los astilleros de Gdansk, en Polonia, iniciaron huelgas y protestas ante el deterioro del nivel de vida motivado por las políticas del gobierno, el aumento de la inflación, bajos salarios y escasez de bienes de consumo. Crearon el sindicato paralelo «Solidaridad», que rápidamente aglutinó a miles de trabajadores en todo el país, y representó la principal organización contra el hasta entonces dominio monopólico comunista. Esto condujo a la imposición de la ley marcial, la detención masiva de los principales líderes de oposición, y el paso a la clandestinidad del sindicato independiente.

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Lech Wałęsa, fundador del sindicato «Solidaridad».

Ante las reformas de Gorbachov, orientadas a la reestructuración económica (Perestroika), a la transparencia informativa y eliminación de la censura (Glásnost) y a la democratización tanto al interior del Partido como de la sociedad; la mayor parte de los gobiernos comunistas advirtieron en ellas el desplome de su poder monopólico, pero esta vez no contaban con el apoyo de las fuerzas militares soviéticas porque el líder había advertido con claridad que no intervendrían en los asuntos internos de otras naciones, dando fin a la llamada «soberanía limitada».

El 7 de octubre de 1989, mientras Gorbachov acompañaba a Erich Honecker en la celebración del 40 aniversario de la constitución de la RDA, miles de berlineses del Este aclamaron al líder soviético y solicitaron reformas en su propio país. Un mes después caía el Muro de Berlín. Tal como relaté en otro artículo, meses antes miles de germano-orientales habían cruzado la frontera húngara abierta por autoridades de ese país y otros se habían asilado en la embajada de la RFA en Praga.

Los días 16 y 17 de noviembre del mismo año se produjeron masivas protestas estudiantiles en Bratislava y Praga, en ocasión de conmemorarse el asesinato del joven Jan Opletal por los nazis. Una manifestación con el beneplácito del Partido Comunista se convirtió en una reclamación para democratizar la sociedad checoslovaca. Surgió entonces el Foro Cívico, que aglutinó a intelectuales disidentes, muchos de los cuales habían sido firmantes de la Carta de los 77, y opositores al régimen comunista.

La dirigencia del Partido persistía en su posición de que exclusivamente el sistema político de partido único era válido y posible en el país. Las fuerzas armadas se negaron a atacar a la población y las huelgas se extendieron a los trabajadores, la radio y la televisión. El 27 de noviembre se produjo una huelga general y la dirección del Partido solicitó ayuda a la URSS, pero no le fue concedida. Este país también enfrentaba ya una profunda crisis en las relaciones entre nacionalidades y por los deseos independentistas de varias repúblicas.

En noviembre, asimismo ocurrieron protestas en varias ciudades búlgaras, ellas llevaron a la renuncia del veterano dirigente Todor Zhivkov.

A fines de diciembre se produjo en Rumanía el sangriento final de Nicolae y Elena Ceauçescu que puso fin a su régimen. El dirigente rumano había reprimido violentamente las protestas de Timisoara y ello no le fue perdonado por el pueblo, que había resistido las duras políticas de ajuste del gobernante encaminadas al pago de la deuda externa a partir de una reducción del gasto público, con cortes incluidos en la calefacción durante el invierno.

En todos los casos, los líderes comunistas se negaron a aceptar la necesidad de profundas reformas económicas y políticas, y no advirtieron la ruptura del pacto social ni el deterioro de la credibilidad del liderazgo de los Partidos respectivos. En aquella espiral disolutiva comenzaron a desintegrarse los Frentes nacionales en que se agrupaban las organizaciones dependientes de los partidos; reaparecieron entonces algunos partidos socialistas que habían sido obligados a fusionarse con los comunistas.

El año 1990 fue concluyente. En elecciones libres convocadas en estos países los comunistas perdieron el poder. Muchas de esas organizaciones antes de desaparecer ya eran minúsculas en membresía e influencia popular. Después de esto, como es sabido, se produjo la restauración del capitalismo en todos ellos. En algunos casos no se trató de la construcción de un Estado de Bienestar, sino de un liberalismo a ultranza donde, por cierto, muchos de los nuevos magnates y oligarcas eran antiguos jerarcas comunistas y altos oficiales de la seguridad del Estado o de las fuerzas militares.

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Nicolae y Elena Ceauçescu fueron fusilados.

La dirección necesaria de las reformas en Cuba

Ninguno de los países socialistas europeos, quizás con la excepción de Rumanía, tenía en 1989 las condiciones económicas que tiene Cuba hoy. Ninguno de ellos resistía sanciones económicas como las que la Isla enfrenta desde hace más de seis décadas, las cuales, sin embargo, no deberían servir de justificación para no adoptar profundas transformaciones económicas y políticas, sino todo lo contrario, estos cambios son inexcusables en las condiciones actuales para impulsar el crecimiento económico y potenciar la libertad y la democracia.

Las reformas económicas deberían orientarse a promover el emprendimiento, incentivar la producción nacional de bienes y servicios, sobre todo de aquellos que solucionan necesidades directas de la población, así como las que pudieran convertirse en fuentes de ingresos por exportaciones, estimulando así el desarrollo de los sectores privado y cooperativo, junto al estatal ya existente, circunscrito a aquellas actividades en las que su eficiencia no es resultado de una condición monopólica.

Para ello es imprescindible eliminar los actuales monopolios de la banca, el comercio exterior y el comercio doméstico, y estimular el funcionamiento de mercados abiertos y transparentes.

Las reformas políticas tendrían que encaminarse hacia la democratización de la sociedad, a promover un cambio profundo en las instituciones políticas, haciéndolas abiertas e inclusivas. Esto reforzaría los mecanismos tanto de la democracia directa como de la representativa y haría de los derechos ciudadanos el pilar fundamental de una sociedad libre.

Sería imprescindible establecer mecanismos de elección directa y entre varias alternativas, tanto de los funcionarios que ejercen funciones ejecutivas principales a nivel nacional y territorial, como de aquellos que se dedicarían plenamente a legislar. El parlamento debería ser mucho más pequeño y dedicado exclusivamente a la labor legislativa, para que cumpla realmente sus funciones y no exista como simple decorado.

Cualquier ciudadano debe tener oportunidad de ofrecer sus servicios a la sociedad en la labor de gestión política, lo que desmontaría el dañino y arcaico sistema que permite al Partido Comunista, en la práctica, colocarse por encima de la sociedad para controlarla y, al mismo tiempo, quedar fuera del control de esta. Cuba no es el país de los miembros del Partido, es el país de todos los cubanos.

El derrumbe del socialismo en Europa Oriental demostró que cuando el liderazgo no está a la altura de las circunstancias; no evalúa objetivamente la realidad económica, política y social; no interpreta adecuadamente el sentir de la sociedad o de una parte de ella, se producen fracturas que conducen a protestas sociales. La represión de las mismas solo genera un agravamiento de los conflictos y estimula acciones violentas.

El liderazgo y la vanguardia de un partido o movimiento político no se garantizan con un artículo en la Constitución, sino con el ejemplo y la capacidad real de convocatoria social; con la interpretación adecuada de las condiciones históricas para conducirse en sintonía con ellas y con la sagacidad para aplicar las lecciones que la historia les ofrece.

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