«Si tuviera que describir la cárcel en la base norteamericana en Guantánamo, yo diría al mundo que es una prisión sin ley, donde Estados Unidos ha desperdiciado más de 6 000 millones de dólares, para encarcelar a personas, sin juicio, ganando nada más que una reputación de injusticia».
Esta afirmación corresponde a Ahmed Rabbani, un taxista de Karachi, de origen paquistaní, identificado «erróneamente» en el año 2002 como «extremista», por miembros de la CIA y militares estadounidenses, quienes lo detuvieron ilegalmente en su país y años más tarde lo llevaron hacia la instalación, convertida en centro de torturas en el territorio que EE. UU. ocupa ilegalmente en la provincia más oriental de Cuba.
La explicación de sus captores es que fue confundido con un terrorista identificado como Hassan Ghul. Y, aunque muy pronto Estados Unidos supo que se trataba de la persona equivocada, Rabbani fue llevado, primero a uno de los «sitios oscuros» de detención de la CIA en Afganistán, donde fue torturado durante 545 días y posteriormente trasladado a la cárcel en Guantánamo, en la que ha permanecido preso, sin acusación alguna, torturado y sin abogado defensor, ni juicio por casi 20 años.
Vale recordar que en un informe al Congreso de Estados Unidos, de 2014, se revelaron las torturas a que ha sido sometido el reo, incluyendo largo tiempo colgado por las manos, lo que provocó que sus hombros se dislocaran.
El verdadero terrorista Hassan Ghul fue capturado por la CIA en 2004, pero fue liberado dos años después a cambio de colaborar con las fuerzas que lo apresaron.
Sin embargo, Rabbani lleva casi 20 años preso.
Finalmente debe ser puesto en libertad, luego de que Estados Unidos reconociera que fue «equivocadamente detenido».
¿Ficción, película de suspenso? Ni lo uno, ni lo otro. Se trata de cómo se aplica la «justicia» y qué valor se da a los derechos humanos de quienes están a expensas de lo que decidan las autoridades de ese país, donde su violación es sistemática y monstruosa.
«Me han torturado usando más de 60 métodos diferentes… Casi dos décadas de mi vida han sido robadas, porque Estados Unidos pensó que yo era otra persona», argumentó el detenido en una misiva en la que exigía su libertad y el cese de las torturas.
Lo que ha sucedido en la tenebrosa cárcel, abierta durante el gobierno de George W. Bush, quizá no sea del conocimiento y del interés de una buena parte de la población y las esferas gubernamentales estadounidenses y poco, o nada, aparece reflejado al respecto en un poder mediático que acompaña ciegamente al sistema y a la «justicia» que se aplica, por muy cruel y manipulada que sea.
Este no es el único caso. Muchos otros reos, salvajemente torturados –algunos hasta la muerte–, nunca se han enterado por qué fueron detenidos, ni tampoco han tenido acceso a abogados defensores o, al menos, a quienes se propongan hacer justicia de verdad y mitigar, aunque tardíamente, las heridas abiertas entre los prisioneros en un sistema legal permeado de injusticias.