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Hambruna inminente en Norcorea

LA HABANA, Cuba. – El titular de un suelto publicado en este mismo diario digital este jueves nos deja atónitos (en la medida, claro, en que uno todavía pueda quedarse pasmado ante las ocurrencias y las desvergüenzas de los comunistas). Leemos allí: “Corea del Norte pide a sus ciudadanos que coman menos debido a la escasez de alimentos”.

Ante noticias como esa, quien lo necesite para reafirmar sus convicciones, puede quedar persuadido, más allá de cualquier duda razonable, del infinito desastre que, para cualquier país y sus habitantes, significa caer bajo la férula de ese sistema de opresión, miseria y carestía que es el comunismo.

Siempre he afirmado que la península coreana constituye la demostración más irrefutable de la gran verdad encerrada en el párrafo precedente. Algunos invocan también el caso de las dos Alemanias, pero este otro ejemplo no sólo es obsoleto (felizmente el gran país centroeuropeo está unificado desde hace más de treinta años), también es más débil.

En primer lugar, las diferencias entre la República Federal y la llamada “Democrática”, aunque evidentes, eran mucho menores que las que existen entre las dos Coreas. En segundo lugar, la propaganda roja, para tratar de justificar las primeras, podía invocar que el mayor desarrollo industrial alemán estaba concentrado en la zona occidental: la imponente Cuenca del Rühr.

En Corea no. Los modestos progresos que había alcanzado la península asiática en ese terreno se concentraban precisamente en el Norte, en la ciudad de Pyongyang. De todos modos, después vino la guerra (desatada —nunca está de más repetirlo— por el tirano comunista y fundador de la actual dinastía norteña Kim Il-Sung, ansioso por apoderarase del país completo). El conflicto arrasó de punta a cabo la península.

Terminadas las hostilidades, ambas mitades de Corea comenzaron su reconstrucción en un plano de igualdad, prácticamente desde cero. Al cabo de 68 años las diferencias abismales están a la vista de todo aquel que no sea un fanático o un “tonto útil” plegado a la propaganda roja y convencido por sus mentiras.

El Sur es una república democrática altamente desarrollada; los productos de sus grandes conglomerados industriales, como Samsung y Hyundai, gozan de merecida fama mundial; y su pueblo disfruta de un elevadísimo nivel de vida. Pero lo más importante de todo es que, a pesar de esto último, ese pueblo puede protestar todo lo que quiera.

El Norte, aunque tiene título de “república” (y “popular y democrática”, por más señas), es en realidad una monarquía. Lo rige el jefe de turno de la dinastía Kim (al presente, el tercero de sus miembros, que heredó el trono con sólo veintitantos años de edad). El país vegeta en el subdesarrollo, el atraso y la opresión. Sus súbditos están sumidos en la más negra miseria. Pero lo peor de todo es que, no obstante esto último, cuando protestan son desaparecidos por la omnipresente policía política.

Y como si todo lo anterior fuese poco, de tiempo en tiempo sus habitantes se enfrentan a terribles hambrunas de proporciones bíblicas. El bajante de la información de CubaNet citada al principio nos informa: “Algunos de los residentes en Corea del Norte dicen que la situación actual es tan grave que no saben si podrán sobrevivir al próximo invierno”.

Y lo peor de todo es que, de materializarse esos sombríos pronósticos, no se trataría de la primera vez. Porque hay que decir que las escaseces de ese tipo se han sucedido y repetido en el desdichado feudo de los Kim. La hambruna más reciente se inició en 1995 y alcanzó su cénit en 1997, todavía en vida de Kim Yong-Il, segundo monarca de la dinastía.

Ahora estamos en presencia de una realidad francamente bochornosa. Constituye una desvergüenza que un gobierno exhorte a sus súbditos a que “coman menos debido a la escasez de alimentos”. Pero el descaro es aún mayor cuando, como todo el mundo sabe, quien predica esa austeridad (el tirano Kim Yong-Un) es un señor decididamente gordo.

El caso no es único entre los comunistas. Recuerdo que, hace años, traduje del ruso al castellano el libro La hazaña de Leningrado. Versaba sobre el tremendo esfuerzo realizado por los habitantes de la segunda ciudad rusa (que ahora, felizmente, recuperó su nombre histórico de San Petersburgo) al enfrentar durante la Segunda Guerra Mundial el férreo bloqueo de la Alemania nazi y sus aliados.

El texto se abandonaba, entre otras cosas, a una pormenorizada descripción de las raquíticas cuotas de un pan de guerra en el que se echaba cualquier cosa comestible, y que era el único alimento que recibían, en magras cuotas, los ciudadanos de a pie. Pero en las fotos que ilustraban el libro llamaba la atención el rostro mofletudo que, en esas circunstancias, ostentaba el jefe civil de la ciudad, el tristemente célebre Andréi Zhdanov.

Lo mismo pudimos observar hace unos días en una foto publicada en la prensa alternativa de Cuba: En la imagen, un guajiro cubano, esquelético y de rostro famélico, brindaba a una nutrida delegación de dirigentes castristas algunas explicaciones sobre la producción agrícola.

Y debo aclarar que he utilizado el mencionado adjetivo en sus dos sentidos. La delegación era nutrida no sólo por ser numerosa; también por la buena alimentación de la cual disfrutan sus miembros. Algo evidente en los prominentes barrigones que todos sin excepción exhibían, los cuales amenazaban con hacer saltar la botonadura de sus guayaberas y camisas.

Decididamente, los comunistas pueden insistir mucho en que, bajo su régimen, todos los seres humanos son iguales, pero es innegable lo que decía el gran George Orwell: “algunos son más iguales que otros”.

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