Ahora, cuando se vislumbra alguna claridad en este túnel de la covid, la insistencia sigue siendo la misma: reforzar la responsabilidad —que no siempre se logra— a fin de evitar dolorosos retrocesos
Los especialistas insisten en extremar todas las medidas para evitar que nos vuelva a minar la Covid. (Foto: Oscar Alfonso/ACN)
Relacionados
Si la vida anduviera realmente al compás mismo de las estadísticas podría decirse que en esta montaña rusa de la covid andamos ahora mismo con el sobresalto que provoca el estrepitoso descenso. Sí, porque para quien ha experimentado las alturas de los contagios, el aterrizaje viene a ser, cuando menos, un espejismo.
Y no son incredulidades. Que del pico de los enfermos —en el que estuvimos semanas y semanas— hayamos pasado a la llanura de una meseta extensísima y de ahí pendiente abajo viene a ser el tránsito normal de la epidemia que delinean los epidemiólogos, aunque a más de un inexperto se le figure tan “anormal”.
Ha ido declinando todo y tal descenso provoca una sana contradicción: a la alegría por los decrecimientos de los reportes le sobreviene siempre la preocupación. Lo digo porque —a mi modo de ver— no es del todo tranquilizador que, por ejemplo, las consultas de Infecciones Respiratorias Agudas (IRA) sean hoy los mismos locales de puertas abiertas y sillas vacías. Con la circulación viral que aún padecemos, que acudan menos enfermos no quiere decir, creo yo, que verdaderamente haya menos casos.
Hay un sesgo y no es de ahora. Desde que en Sancti Spíritus y Trinidad cambiaron los protocolos y de test rápido pasó a hacerse test SUMA con la obligatoriedad de que el paciente espere el resultado en un centro de aislamiento la asistencia fue mermando.
Se sabe porque a más de uno se le ha oído decir que prefiere quedarse en casa antes que aislarse; porque de otro se ha conocido que ha preferido ocultar síntomas antes que acudir al médico; porque hace más de un mes, cuando Escambray auscultaba las consultas de IRA, advertía que la gente iba menos, aunque estuviésemos en el peor momento del rebrote.
Pero no tan poco como ahora, cuando no exceden las 200 atenciones médicas allí en un día en toda la provincia —pese a que se sigan ingresando hasta la cuarta parte de los que acuden por sospechas de padecer la enfermedad—, o cuando se ve en 24 horas en una consulta la misma cantidad de enfermos que antes se atendía en media hora.
Salud no descarta del todo tal posibilidad; mas, esgrime una certeza: los casos han disminuido porque ha mejorado la situación epidemiológica. Así lo advertía a Escambray el doctor Manuel Rivero Abella, director provincial de Salud: “Está acudiendo a consulta el que realmente tiene síntomas, porque epidemiología tiene cualquier espirituano por la situación que tenemos, pues el virus está disperso en todos los territorios”.
Y en todos los municipios hoy disminuyen los sospechosos y, en algunos, los confirmados. Lo otro que han intentado las autoridades sanitarias que decrezca son los ingresos domiciliarios, aunque en algunos lugares sea a veces solo una aspiración.
En la provincia, decía Rivero Abella, rondan el centenar los positivos ingresados en el hogar y los municipios que más apelan a esta modalidad son Trinidad y Jatibonico.
¿Las razones? Desde la negativa de las personas a ingresar en las instituciones sanitarias hasta el incumplimiento de la medida de aislar a todos. Y no se justifica, fundamentalmente, porque hoy los centros de aislamiento están al 50 por ciento de su capacidad y porque es un síntoma recurrente durante la pandemia: en casa suelen abundar las violaciones de las medidas de seguridad y aumentar los contagios.
En un escenario que se sigue figurando tan complejo no debería desatarse ningún cabo: ni el aislamiento oportuno —que implica también a los contactos de un caso positivo, que desde hace rato se han convertido en una especie de eslabón suelto de esta cadena—; ni los estudios poblacionales para detectar a tiempo posibles contagios; ni las pesquisas, que de un tiempo a la fecha no siempre tocan a todas las puertas.
Los números nos van acortando el camino hacia la nueva normalidad y no será este un tránsito expedito. Para que la provincia decrezca las cifras de confirmados aún más deberán transcurrir, según Rivero Abella, alrededor de 21 días y, mientras tanto, deberíamos prepararnos por todos los flancos para evitar que nos vuelva a minar la covid.
Porque la nueva normalidad, que una vez vivimos para luego volver a retroceder a ese estado de sitio que semeja todo rebrote, implica otra vida: con el nasobuco protegiendo hasta la sonrisa, con la solución desinfectante a mano y en las manos, con la distancia que nos une en el cuidado de los otros, con la prudencia que no debiera dejar de acompañarnos nunca.
Y podrán pasar los años, pero desde marzo del 2020 y, por ahora, vivir significa más que nunca andar todos los días sobre el filo del peligro.