Dos ejemplos nada más. Uno de Miami y el otro de Bogotá. En ambos casos se trata de lugares donde el sistema de gobierno imperante se aferra a ponerse de ejemplo de «libertad y democracia». Aunque, como es lógico, cada cual puede dar su propia lectura a ese concepto.
En Miami, Florida, un periodista y presentador, Edmundo García, fue expulsado cuando entró a un comercio, porque su dueño lo tildó de «comunista». La policía local intervino para prohibir que el involucrado fuera atendido en el establecimiento.
«El dueño no deja que me vendan mi comida porque yo tengo ideas políticas que a él no le gustan y entonces me están discriminando», señaló el presentador de origen cubano. La oficial que se encontraba en el lugar le respondió que, si el dueño no quiere que él sea un cliente de ese negocio, tiene todo el derecho de admisión local y, en el caso de regresar nuevamente, podría ser detenido.
Para que nadie se equivoque, se trata de un ejemplo de cómo la otra «libertad» impera en una ciudad estadounidense donde ocurre el libertinaje de que terroristas connotados se paseen libremente por sus calles y hasta congratulen a mercenarios e invasores como los que vinieron a Playa Girón, los que usan un fusil y balean la embajada de Cuba en Washington, o los que organizaron y llevaron a cabo el derribo de un avión civil cubano en Barbados, causando la muerte a sus 73 pasajeros y tripulantes.
Esa «libertad» está ahí, presente, y conspira contra quienes constituyen sus presas, por no pensar ni compartir con el odio impregnado en los que se proponen rendir a Cuba.
El segundo ejemplo de «libertad» tiene su expresión en Colombia, donde el mandatario Iván Duque ha asegurado que su gobierno no restablecerá relaciones con Venezuela.
Duque, a diario, acusa al Gobierno de la nación vecina como «dictadura», calificativo que ha hecho extensivo a países como Cuba y Nicaragua, siempre dando continuidad, primero al contenido del guion de la administración estadounidense de Donald Trump y ahora a la de Joe Biden.
La decisión de Iván Duque la hizo pública –dónde si no– en una conferencia de prensa junto al secretario de Estado yanqui, Antony Blinken, que, «por casualidad», visita la nación sudamericana.
«En una cosa en que no nos podemos equivocar es que lo que Colombia no va a hacer es reconocer una dictadura oprobiosa, corrupta, narcotraficante», afirmó el gobernante, al ser informado de que el Congreso de Colombia y la Asamblea Nacional (Parlamento unicameral) de Venezuela acordaron esta semana, por iniciativa del Senado colombiano, conformar una comisión bilateral para regularizar las relaciones.
Muy claro todo: Duque es un sostén para el fantoche de Juan Guaidó, un ente que hasta invasión a Venezuela ha pedido y que ahora baila en la cuerda floja, pues la mayoría opositora acudió a los diálogos de paz que se celebraban en México y que Estados Unidos hizo fracturar luego del secuestro del diplomático venezolano Alex Saab, quien formaba parte de la delegación gubernamental a la mesa de diálogo.
Al Presidente colombiano, por supuesto, no le vendría bien ningún acuerdo entre el Congreso de su país y el Parlamento de la nación vecina, como tampoco que se llegue a un Acuerdo de Paz, donde Guaidó desaparezca de la escena pública y el actual gobierno de Bogotá sea desenmascarado totalmente por estar involucrado hasta los tuétanos en los planes de Estados Unidos contra la nación bolivariana.
Esa es la «libertad» que reclaman para Venezuela, Cuba y Nicaragua, porque en estos países existen «dictaduras».
¿Qué les parece?