Doy vueltas en la cama con mortificación. A pesar del cansancio, no logro conciliar el sueño. Tú preguntas: “¿Qué pasa?”, y llevas una mano a mi cadera en plena oscuridad- “No sé…”, digo con un suspiro, y entonces te volteas para adivinar mi pelo y acariciarlo con torpeza.
“¿Qué necesitas?”, insistes, ya más consciente, y sin pensarlo me arrodillo en la cama, tomo tu mano a modo de micrófono y canto en pose burlona: “Satisfaction, satisfaction…”
Te ríes porque sabes que el rock no es lo mío, liberas tu brazo y tanteas en busca de mi pecho. Primero suavemente, como si acariciaras. Luego lo empujas firmemente para colocarme de espaldas en la cama, con las piernas flexionadas y entreabiertas.
Aún a oscuras, reptas por el abra entre mis tobillos y descansas tu mejilla en mi ombligo. “¿Tú no tienes que despertar temprano…?”. El tono de la pregunta promete. “Primero tengo que dormirme, y no lo logro…”, digo también en plan negociador, con una sutileza que envidiarían en la ONU.
“Satisfaction…”, susurro esta vez, casi en modo automático. Sospecho que el estribillo me acompañará varios días, como un divertimento de la mente estresada. Al menos no es Maluma, como la última vez…
La mordida es suave, pero me sorprende. Tus manos ganan terreno mientras las mías van a tu cabeza y te despeinan en señal de protesta. El olor del shampú se mezcla con ese otro que ya empieza a brotar de mi deseo. Sonrío sin que lo notes, me dejo llevar, y recuerdo el debate con colegas sobre las diferencias entre hacer el amor o el sexo… Especialmente a oscuras.
Ni que leyeras mi mente: “¿Prendo la luz?”, propones, y mis piernas se enroscan en tu espalda, impidiéndolo. “Ahí no hay nada que no conozcas de memoria”. Ríes y vuelves a morder, y salto, porque esta vez fue más duro, o tal vez en una zona más sensible.
“¿Tú tienes ganas o hambre?”, pregunto con un poco de irritación. “Lo mío es sueño… todavía. Y te toca, que el pacto es ese: quien no duerme, hace soñar”.
La cama se estremece mientras te acomodas. Yo también tanteo el camino, pero me enredo con la sábana y es tu turno de cantar en ritmo burlón: “I can’t get no satisfaction, / I can’t get no satisfaction / ’cause I try and I try and I try and I try. / I can’t get no, I can’t get no…”
Y te pellizco, pero en lugar de protestar te ríes. Jugamos a torturar muslos y piernas hasta que nos concentramos en brindarnos placer los siguientes minutos.
Mi cuerpo se contrae primero, me libero. Las hormonas hacen lo suyo para mi bienestar. Los gemidos despiertan a algún perro del barrio, que aúlla lejos mientras tu aúllas en mi ombligo. “¡Auuuuuh!”, vas subiendo hasta mi garganta, y yo te chisto y te aparto porque quiero dormir.
“Pero… ¡qué descaro!”, protestas, mientras bostezo en una contorsión que atrapa tu mano en mi nuca, en un fallido intento de guiarla al buen camino otra vez. Me ovillo en tu pecho y doy la callada por respuesta.
“¿Y yo ahora…?”, reclamas. Tus dedos caminan mi nariz, tus soplidos en mi oreja suenan a súplica ardiente, pero un sopor riquito me recorre, y en un colmo de crueldad satisfecha balbuceo otro fragmento de las piedras rodantes: “Baby, better come back maybe next week…”.
Entonces tú…
—¿Qué escribes?
—¡Me asustaste! Escribo una crónica sin lenguaje sexista, todo neutro. ¿A que nadie adivina qué tipo de pareja es la de la historia…?
—A ver… ta’ buena. Sí, lo lograste. ¡¿Pero es pa’ Intimidades?! Qué abuso… ¿Y yo cómo la ilustro?
