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Carolina Barrero. La prisionera de la Loma del Ángel

Los modos y las prácticas de subjetivación de Carolina Barrero son hermosos. Una capacidad de obrar, clara y sinfónica, a través de la cual ella se desidentifica de esa enfermedad de poder, diría Foucault, que es el Estado cubano. Estado que la nombra y le ordena y la asigna un lugar y una tarea y le dicta unas reglas e intenta convertir en ruido su discurso. Así como los plebeyos —“seres sin nombre y privados de logos”— inscribieron en palabras un destino colectivo, hay en Carolina una pujanza por hacerse presente en la distribución de lo sensible, por detener el ciclo recursivo y la reproducción de la estructura social en Cuba.

Carolina ha sido golpeada. He visto cómo unas mujeres, despojadas de toda razón, la aprietan y la levantan y la empujan hacia el interior de una patrulla. He visto cómo un agente le vocifera desde los bajos de su casa y pernocta allí, entre la oscuridad, la locura y la desidia. He visto a una manada que se le abalanza y la he visto a ella ejercer su independencia ciudadana por encima y tras cada ilegalidad, vejación, amenaza, secuestro, acusación, interrogatorio; tras cada imposición del miedo que en ella crece poco.

Carolina ha permanecido (y permanece) durante más de 120 días bajo prisión domiciliaria, entre abril, mayo y a partir de junio de 2021. Prisión domiciliaria arbitraria, resultado de un esfuerzo maniático del poder por controlar la voz y los cuerpos de ciudadanos que fueron despojados de esa condición desde hace mucho tiempo. La férrea vigilancia que se mantiene sobre ella —que incide y espolea su vida privada— no es posible de sostener bajo ninguna lógica, bajo ninguna ideología, mucho menos al amparo de una concepción marxista.

“El hecho de que una forma de dominación totalitaria haga uso del marxismo, y en apariencia se haya desarrollado directamente a partir de él, es por supuesto el más formidable cargo que nunca se haya elevado contra Marx”[1], escribió Arendt; y está claro que el elemento fundamental sobre el cual debería erigirse cualquier revolución, la libertad —y no solo la liberación—, ha sido pisoteado por completo tras 1959.

La Seguridad del Estado nombra sus operativos, “Órbita”, caso “Iluso”; y ahora “El cierre” es el que mantiene recluida a Carolina y a muchos otros activistas, en un ejercicio violatorio de los derechos fundamentales.

Conversar con Carolina, a pesar de la distancia, ha sido uno de los ejercicios más cercanos y afectivos que he tenido. Su voz que no se entrecorta, la entereza que puedo imaginar en su rostro, la negativa a que nuestro diálogo peligrara y se moviera en la cuerda floja —sobre la línea imperceptible que parece separar al activismo político de nuestros afectos—, su coherencia y su sinceridad demuestran cómo, a pesar de lo terrible, es posible luchar por la cordura y la justicia en un lugar que ignora que entre una relación de poder y una estrategia de lucha “hay una atracción recíproca, una unión perpetua y un perpetuo revés”[2].

Carolina me habló de Václav Havel y yo de Schutz…, y, entre desacuerdos, consensos, escucha, construimos un pequeño espacio para hablar de Cuba desde una postura experiencial que es, sin duda, la única postura humana posible.

Cuando has dicho que la lucha contra el poder en Cuba es también una lucha por (o desde) el lenguaje, he pensado que en la Isla no solo estaríamos ante la presencia de una batalla por nombrar las cosas, sino, incluso, por esa capacidad del ser parlante. Se trata de un pensamiento absurdo, incluso históricamente, pero al que aún apelan las autoridades…

El poder autocrático necesita de un orden propicio que lo sustente, distinto del orden natural, complejo y plural, en que se manifiestan y prosperan todas las cosas. Sin ese ejercicio de reescritura forzada, la proliferación natural engulliría la rigidez autocrática. El mundo se muestra en la medida que lo nombramos; y así el lenguaje teje silencioso el mapa y las rutas, el territorio y sus recorridos, los deseos y sus condiciones de posibilidad.

Como un manto le sirve a la autocracia el lenguaje, para cubrir y sujetar la preeminencia natural de la diversidad. De ahí que se trate de una lucha del lenguaje, cuyo fin será descoser los hilos de un tejido demasiado uniforme y compacto, en un esfuerzo paciente y dedicado por desaprender, deshacer, soltar.

Pongo algunos ejemplos. La equivalencia de conceptos como Estado, Patria y Partido —en un grumo semántico pegajoso y simplificador— que hace del cuestionamiento de unos la traición de otros. La suplantación de términos jurídicos antitéticos, delitos comunes toman la forma de derechos, verbigracia: desorden público por manifestación pacífica, resistencia, desobediencia y desacato por legítima defensa ante el abuso de la autoridad. El uso de eufemismos para encubrir prácticas represivas, “conversar” por interrogar, “cuidar” por vigilar y reprimir, “estar tranquilos” por estar sometidos.

La voz, la capacidad del ser parlante, la tenemos. Solo nos la quitan cuando la dejamos ir. Lo que debemos preguntarnos es si la estamos usando, si nuestra voz sirve al tejido opresor o a la descostura de la emancipación.

Escribió Rancière que “hay política porque quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre estos e instituyen una comunidad”. Desde tu perspectiva, ¿crees que después del 11J en Cuba pueda fraguarse esa comunidad? ¿Qué retos tangibles ves por delante y cómo se podrían ejecutar en un escenario tan hostil, polarizado?

Hay una potencia creadora incalculable en el acto de decir “no”. La escultura, por ejemplo, en específico la talla, es un procedimiento artístico que consiste en remover la materia sobrante hasta dar con la forma subyacente. En el acto de negación reside su poder revelador.

El 11 de julio la gente salió a la calle precisamente a decir “no”. No más mentira, no más censura, no más represión, no más usurpación de las libertades civiles y políticas. Ese ejercicio de negación juntó el deseo de todo un país. No hay comunidad más fuerte que la de los deseos unidos en el acto rabioso de la negación.

En esa tesitura, nuestro mayor reto será el de madurar como sujetos públicos. Necesitamos cultura ciudadana y cultura de derecho; entender qué significa, en nuestro día a día, independencia de poderes, funcionamiento real de las instituciones democráticas (Asamblea, Fiscalía General, Tribunal Supremo), ejercicio privado de la abogacía, libertad de prensa, libertad de expresión, libertad de manifestación y asociación.

Nada es, ni será igual, después del 11 de julio. Nada parecido sucedió jamás.

La operación “El cierre” vista como mecanismo o estrategia de represión y contención no se desliga de otras que ha llevado a cabo la Seguridad del Estado por más de seis décadas. Tú que la vives y que la has descubierto desde dentro, ¿crees que ello te ha ofrecido elementos para caracterizar, quizá morfológicamente, el aparato represor en Cuba?

No creo que tengamos todos los elementos para hacer un dibujo preciso de la morfología del aparato represor, pero lo intuyo aburrido, paranoico y gris. No muy distinto de la forma que tuvieron los aparatos represores de Europa del Este, como si fuese una especie de Stasi tropical.

Una cosa puedo asegurar, su estrategia se basa en hacer de la sospecha y la desconfianza la base de las relaciones humanas. Cuando la Seguridad del Estado te interroga por primera vez, le interesa mucho hacerte dudar de los otros, de la legitimidad de sus principios, de su proceder; pero más que alguna otra cosa, le interesa que dudes de ti mismo; que te sientas utilizado o que te veas inmerso en una realidad que te supera. Si logran sembrar un ápice de esa duda para que crezca y prolifere, habrán ganado.

Los agentes de la Seguridad del Estado son como entes abstractos que sigilosos susurran al oído suspicacias y sospechas hechas para la desunión. Algo que se nos olvida siempre es saber que un agente de la seguridad en funciones no tiene autoridad jurídica ni cargo ni nombre que podamos verificar; por tanto, ninguna de sus amenazas, información o formas de coerción tienen validez, credibilidad o son contrastables. Solo por ello su influencia sobre nuestro ánimo tendría que ser nimia. Ellos están allí para confundir, más que para hacer, y en ningún caso para ayudar.

La operación de cierre, en específico, tiene como objetivo principal aislar la presencia de una persona de los otros y del curso de los acontecimientos. El fin que persigue es el agotamiento y la normalización/aceptación de un procedimiento que dentro de la ley vigente es por completo ilegal.

El procedimiento es en realidad inoperante pues contiene en sí mismo su destrucción. El acto de ocultar resignifica la presencia, la convierte en ubicua; es el resorte que opera, por ejemplo, al interior de la obra de Christo Javacheff.

Tu trabajo de denuncia de los detenidos durante y después de las protestas del 11J, el acercamiento con los familiares y las historias que has conocido, ¿te han permitido resignificar algunas nociones que funcionen en un nivel comparativo e histórico para describir desde tu percepción los conflictos que enfrenta el Gobierno cubano hoy?

El mayor conflicto del Gobierno cubano lo tiene contra sí mismo cuando desconoce, se empeña en desconocer, que su existencia se justifica en la capacidad para escuchar, representar y encarnar la voluntad ciudadana. Pero el Gobierno, en su soberbia, no solo se limita a no escuchar, sino que a sordas se atreve a hablar por los ciudadanos, de sus demandas, de sus motivaciones, de sus necesidades, de su emoción.

Ha dicho el presidente Díaz-Canel que a la calle salieron los confundidos el 11 de julio, los manipulados y los mercenarios remunerados. Si el presidente tuviera la sensatez y el decoro de hablar con las familias de los cientos de presos, vería y palparía la honestidad de sus reclamos, la sobriedad de sus vidas, el dolor incompatible con la confusión y el provecho utilitario. Si el presidente se atreviera a mirar sin prejuicio los videos de las manifestaciones, también aquellos que intentaron borrar, vería sin reparo la determinación y la valentía de quienes salieron a gritar “libertad”. Pero el presidente salió en televisión nacional y convocó al enfrentamiento civil entre cubanos, y amparó jurídicamente a unos sobre otros.

La mayoría de los detenidos del 11J eran jóvenes, muchos de ellos menores de edad. Sabemos que, como promedio, las familias de los presos no supieron dónde se encontraban sus familiares hasta casi una semana después del arresto; algunos estuvieron desaparecidos hasta mucho después. Sabemos también que la media de los juicios sumarios colectivos no fueron notificados y que se realizaron sin la presencia de un abogado. A día de hoy, cientos de personas continúan presas en toda la Isla; la cifra exacta es imprecisa, pero se estiman más de 700 presos. Muchos de ellos han enfermado de coronavirus en las cárceles y sus familias fueron notificadas solo después de que pasaran la enfermedad.

Debo decir que, cuando esas familias acudieron desesperadas a las unidades de la policía, los días que sucedieron al 11 de julio, escucharon siempre la misma petición: “silencio”, “paciencia”, “nada de hablar con la prensa”, “será lo mejor para el detenido”. La experiencia esclareció que a quienes serviría el silencio sería a la impunidad de los fiscales, de los instructores penales, de los jueces, de la policía, de la Seguridad del Estado, del Gobierno de Miguel Díaz-Canel. Gobernar es, en primera instancia, asumir responsabilidades. No se puede ser el líder de la excusa infinita; la ineficacia de la gestión administrativa y la violencia contra civiles desarmados no las explica el embargo.

En la pregunta se me invita a determinar relaciones posibles en el tiempo sobre el conflicto que atraviesa el poder hoy en Cuba. Aunque parezca aventurado establecer esta analogía, y este parecer, que viene más desde la emoción que desde la racionalidad, y que intuyo compartido, me hace asociar nuestra lucha por la libertad con la de quienes pelearon por la independencia de Cuba, allá en el lejano siglo XIX. Como ellos, también nosotros sentimos necesidad de deshacernos de la limitación a nuestras libertades civiles y políticas, y deseamos participar de la hechura del destino de la nación.

La historia cubana, aunque no sea esto un elemento irreversible, muestra que el Estado ha sido eficaz, a través de disímiles mecanismos, en aplastar a la sociedad civil que se defiende de un poder totalitario y arbitrario. Según tu experiencia y tu vida al interior del 27N, ¿qué crees que tendría que ser diferente para que esto no suceda otra vez y se logre, eventualmente, la democratización en Cuba?

Cuando la libertad esté en nuestras vidas por encima de todo bien, de toda aspiración, de la vaga diferencia, será la libertad. Después del 11 de julio veo ese día cada vez más cerca.

[1] Arendt, H. (2007). Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental (Marina López & A. Serrano de Haro, Trads.). Ediciones Encuentro, S. A.

[2] Foucault, M. (s/f). El sujeto y el poder. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS, pp. 1-21.

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