LA HABANA, Cuba. — El régimen castrista, desaprovechando la oportunidad de lavarse la cara ante el mundo y disimular su talante dictatorial, ha declarado “ilícita”, “con propósitos desestabilizadores” y “violatoria del artículo 45 de la Constitución”, la marcha cívica convocada para el 15 de noviembre.
En consonancia, preparando el terreno para la represión desembozada que vendrá, ya entró en una fase superior —y que promete ser cada vez más estridente — la campaña de difamación en los medios oficialistas contra quien convocó la marcha: el dramaturgo Yunior García Aguilera.
En Cubadebate y Con filo —el programa televisivo de las ciberclarias que conduce, derrochando infamia y cinismo, el bloguero Michel Torres Corona— al joven dramaturgo lo acusan de ser “contrarrevolucionario” y condenan que “connotados contrarrevolucionarios” del exilio hayan expresado su apoyo a la marcha.
También acusan de “contrarrevolucionarios” y de “querer instaurar el neoliberalismo, propiciando con sus actos subversivos y desestabilizadores una intervención militar norteamericana”, a los miembros de Archipiélago, la plataforma virtual creada por García Aguilera. Eso, a pesar de la pluralidad de posicionamientos políticos entre los miembros del grupo, donde no escasean los moderados, los reformistas, e incluso los convencidos de la perfectibilidad —con solo unos retoques— del socialismo castrista.
Y es que el régimen, luego de seis décadas de uso y abuso de la terminología, sigue confiando en que gracias a su bombardeo propagandístico y adoctrinante, las palabras “contrarrevolución” y “contrarrevolucionario” desagradan, asustan, al ser asociadas por muchos con la violencia, el terrorismo y todo lo malo existente más allá del acatamiento incondicional de las ordenanzas del Partido Comunista (PCC).
Así, son muchos los cubanos que se quejan y protestan por la situación calamitosa a la que el castrismo ha llevado al país, pero hacen la salvedad de que “no están contra la revolución”. Les sembraron en el cerebro, desde que eran pioneritos por el socialismo, que “estar contra la revolución” o ser “contrarrevolucionario” es algo terrible.
Ahora mismo, seguramente algunos de los integrantes de Archipiélago se desgastan y echan mano de sus credenciales de izquierda y de sus pronunciamientos contra el embargo norteamericano (que invariablemente llaman bloqueo), para probar que, aunque estén por la marcha cívica, no están contra la revolución ni son contrarrevolucionarios.
Es una aberración semántica seguir llamando “revolución” a un régimen de 62 años que hace 46, en 1975, se institucionalizó a la manera soviética, y que se mantiene tercamente inmovilista, fosilizado, a pesar de las caras y caretas nuevas y de jugadas matreras como la Constitución aprobada en 2019 y que violan flagrantemente al negar el derecho en ella consagrado a la protesta pacífica.
Nadie, ni Lenin luego de unos años en el poder, ni Stalin, ni Mao se atrevieron a seguir llamando “revolución” a sus regímenes. Pero Fidel Castro y sus continuadores sí.
Seguir llamando revolución, en el año 2021 a un régimen que se instauró en 1959… ¡Qué disparate!
¿Se imaginan a Brezhnev, en 1979, durante un desfile en la Plaza Roja, 62 años después de la toma por los bolcheviques del Palacio de Invierno en 1917, llamando “revolución” a su gobierno?
Revolucionarios son hoy los que, como Yunior García Aguilera, se oponen al abusivo régimen de la continuidad fidelista, los partidarios del cambio democrático. Pero como asociamos la palabra “revolucionario” con todo lo negativo que ya sabemos, pues nos negamos a usarla. Pero muchos tampoco se deciden a proclamarse —¡que horror!— “contrarrevolucionarios”.
De qué los tilde la dictadura —porque eso es, lo ha vuelto a demostrar— es lo que menos debe preocuparles hoy a Yunior García, a los integrantes del grupo Archipiélago y a todos los que aspiran a un futuro en democracia.
Si nos resignamos a los convencionalismos terminológicos del castrismo, si consentimos en seguir calificando como “revolución” a este régimen retrógrado, pues, entonces, los que nos oponemos y queremos el cambio tendremos que aceptar que nos llamen “contrarrevolucionarios”. Sin tratar de justificarnos, sin complejos, a mucha honra.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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