Ocupado por tropas norteamericanas desde fecha muy temprana en la “batalla global antiterrorista” de Washington luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Iraq apunta a escalones claves de confrontación o distensión, según se derive de la seriedad o el fraude de la mediata actitud de Washington.
El pretexto agresivo en aquel entonces fue el decomiso de las inexistentes armas de “destrucción masiva” del depuesto gobierno de Sadam Hussein, otro sainete que permitió a los hegemonistas desarticular el país, promover regionalismos y tribalismos, embolsarse ganancias millonarias a cuenta de suministros militares, despliegue de cuerpos de seguridad, construcciones a medias y tráfico de petróleo, entre otras muchas triquiñuelas, incluido el intento de fragmentación territorial a manos del criminal y nada espontáneo Estado Islámico.
No obstante, lo cierto es que todo el aparataje intervencionista ha visto esfumarse sus tiempos de gloria aún con la suma del contumaz descalabro anterior de Afganistán y el ulterior de Libia.
Y ha sido en Siria donde la resistencia nacional junto a la aparición de trascendentes actores como Rusia, Irán y el Hizbolá libanés, pararon en seco la falacia antiterrorista gringa.
Afganistán regresó a manos talibanas luego de la reciente y aparatosa retirada de USA tras veinte años de ocupación, y en Iraq, como ya se dijo, estaría pactado un escenario similar para fines de año.
Las autoridades de Bagdad lo han confirmado, con la salvedad de que deberán quedar en el país varios contingentes estadounidenses para labores de “asesoramiento” al personal militar nativo, un subterfugio impuesto que no despierta ninguna simpatía entre los iraquíes.
De todas formas, Iraq e Irán han logrado coaligarse sobre la base del interés mutuo de establecer en Asia Occidental un clima estable y seguro, y para ello coinciden en el retiro total de las tropas extranjeras hoy dislocadas en la región.
Y más que una proclama, los ocupantes con Washington a la cabeza deberían asumir ese juicio como una advertencia.
La muta asistencia entre Teherán y Bagdad ha sido fundamental en el control de los grupos terroristas avalados por la Casa Blanca y sus socios en un área de vital importancia geoestratégica, y con toda seguridad no es descartable su accionar conjunto, de ser necesario, frente a una posible burla con relación al retiro castrense gringo pactado entre Iraq y el gobierno de Joe Biden en julio último.
Mucho más, en medio de un escenario nada halagador para el hegemonismo a partir de lo sucedido en Afganistán semanas atrás, y las batallas concluyentes que contra los terroristas y ocupantes foráneos se vienen ejecutando ahora mismo en la región siria de Hama y la provincia noroccidental de Idlib, como parte del sagrado interés de Damasco y sus aliados de liberar totalmente al país.
Como advirtió recientemente el portal digital Responsible Statecraft, el anuncio por la Oficina Oval de una retirada de tropas norteamericana de Iraq, cuando “en realidad no se va a cumplir”, refuerza la posibilidad de un conflicto más extendido y violento.
La publicación evidentemente aludía a la ya larga lista de adelantados avisos que viene haciendo a los injerencistas el denominado Comité de Coordinación de la Resistencia Iraquí, en el sentido de que no admitirá una burla a lo pactado con Washington, y por tanto la confrontación sería inevitable si con el cierre de 2021 los militares foráneos no se largan del país.
Y lo dice un entramado de milicias populares que desde hace buen tiempo hostiga y bombardea bases y convoyes norteamericanos como expresión de que el asunto va muy en serio.