LA HABANA, Cuba. – Cuando era yo muy joven me atrevía a reírme de mis desgracias y de cualquier cosa, y aunque esa cosa resultara tremebunda podía terminar en una carcajada. Yo me reí de esas desgracias porque para entonces creía que con la risa conseguiría deshacerme de los peores males, los más tremebundos, y ese comportamiento nunca me hizo excepcional, más bien me acercó a muchos compatriotas.
En Cuba nos reímos hasta de nuestros peores infortunios, “tiramos a changa” nuestras desdichas. Yo mismo he soltado enormes y estruendosas carcajadas desde que miré un video que circula por estos día en las redes y en el que aparece una mujer que, “harta ya de estar harta” de los apagones, sale a la calle a gritar: “Dios mío, se fue la luz otra vez, yo no…”. Eso dice la mujer, y nada más.
Resulta que cuando iba a explayarse, cuando iba a soltar todo lo que tenía dentro, y quizá desde hacía mucho, aparece detrás de esa mujer al borde de un ataque de nervios, un guardia de “verde olivo” que la sujeta y, lo que resulta peor, le precinta la boca para impedir que grite, luego se escucha la música que identifica a ese serial policiaco que se ve algunos domingos en la televisión nacional, que conocemos como “Día y noche”.
El video tiene muchas visualizaciones y supongo que a muchos de los que lo miraron, como sucedió conmigo, provocó estruendosas carcajadas. Yo me reí una vez, y también luego, y sé que volveré a carcajear, y que compartiré las risas con un montón de amigos, aunque podría resultar, al menos para algunos, un acto muy irresponsable, desconsiderado. ¿Y realmente lo es?
La escena hace una caricatura de la realidad cubana, muestra la inconformidad de una mujer, las angustias y el desespero que provocan en ella los múltiples apagones. Ella está dispuesta a gritar, está dispuesta a todo, pero un policía lo impide, un policía le cierra la boca, pero no con un golpe, no con el encierro en una celda. El policía despliega la precinta que tenía guardada y enmudece a la mujer, la precinta cubre su boca y la hace callar.
Ella es el pueblo harto, el pueblo cansado y decidido a protestar. El video muestra algo que es cierto pero que el discurso oficial etiqueta como malo, o no bueno, pero, por suerte, también tiene la etiqueta de bueno: como lo que se debe hacer, aun cuando sepamos que nos pueden tapar la boca, y no con precinta, e impedirnos el chillido. Es importante la vestimenta de esos dos personajes; ella en “ropa de calle”, él, uniformado con un traje verde olivo, eso hace la diferencia en los procederes de cada uno.
El poder, el de verde olivo y su policía, obligan al silencio, a la reserva, al más férreo hermetismo, aunque en su casa no tenga luz. De los apagones no se puede decir algo que vaya más allá del discurso oficial, y ese discurso indica que ni siquiera se pueden advertir las angustias que acompañan al calor. No se puede hablar de sudores, de los aparatos de televisión apagados, de la radio muda, de los alimentos que se descongelan en el refrigerador, que sufren y se pudren, de todo cuanto va a parar a la basura y de la mesa pobre, de la mesa desolada, de la mesa también hambrienta.
El poder manipula el discurso adverso, lo silencia, lo impide. En el video es solo una precinta la que consigue ocultar la palabra del doliente, pero los procedimientos son más, son múltiples y se consiguen de muchas maneras. Ese silencio se consigue a fuerza de golpes, se consigue encerrando, desapareciendo a los que se atreven a quitarse la precinta de la boca y expresarse luego.
La precinta lleva al silencio, nos vuelve herméticos, pero no al modo de aquellos escritos místicos que se dieron tras la aparición del cristianismo. Es más, el miedo impide reaccionar en muchas ocasiones, pero en otras produce el humor. El humor consigue también hacer visible todo lo patético que resultan ciertos poderes. El poder es serio, y grave es el tono de las dictaduras, y de ahí que el humor, cuando lo ridiculiza, lo convierte en patético, en caricatura. Y eso funciona, eso es bueno.
Nuestro dolor no es cosa de risa, nuestro dolor es espantoso, pero el humor también sirve para hacer denuncia, para hacer visibles nuestros miedos. El humor invita a cambiar los procederes. De la risa decía Hegel: “Es un indicio de que tenemos criterios, nos muestra que sabemos comprender las leyes del contraste”, y nadie podrá negar que entre nosotros y la dictadura hay muchos contrastes.
“El humor es la gentileza de la desesperación”, escribió Oscar Wilde, y el sí que reconoció muy bien la desesperación, él conoció la cárcel y sus injusticias al dedillo. Sin dudas el humor es el antagonista de los poderes totalitarios, y si no lo cree, suponga a Díaz-Canel haciendo un chiste, o mirando ese que propongo y que apareció en las redes, ese que con tanta gracia, supongo hizo reír a muchos cubanos que sufren apagones y carencias de todo tipo. Las tiranías provocan chistes y los chistes libertad. El humor, sin dudas, podría salvarnos de un infierno muy oscuro, y traer la luz.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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