Por toda la geografía de ese poblado se esparció en las últimas horas la información, pero esta vez nadie le creyó: Julio Reina Romero, corresponsal y periodista durante años en medios de prensa espirituanos, se despidió tempranamente de la vida, víctima de la COVID-19
Desde Jatibonico, día tras día durante mucho tiempo se agenció su entrada en los espacios informativos de la radio espirituana. (Foto: Facebook Nicolás Hernández)
Relacionados
Hay misiones que uno se niega a cumplir y termina aceptando tal vez por disciplina, tal vez por ese compromiso que se contrae con la profesión, aun en las peores circunstancias; o quizás —quién sabe— por la deuda de la despedida que no fue.
Una encomienda de esas es, nadie lo dude, escribir de la muerte de un amigo. Y lean bien, que no digo colega ni compañero de trabajo: Julio Reina Romero era mi amigo, al que por azar conocí gracias a dos de las cosas comunes que nos unieron: el periodismo y Jatibonico.
Aunque fuera oriundo de Taguasco, se ganó a fuerza de empeño un lugar en el corazón del pueblo del central Uruguay, desde que Radio Sancti Spíritus reclamara sus servicios como reportero en ese territorio.
Ya había bregado como corresponsal de varios medios de prensa, porque la vocación por informar lo hizo cambiar los destinos de su existencia.
Julio no lo dudó, aunque le asaltaran los temores de asumir una empresa de tamaño significado. Se “mudó” en botella para Jatibonico y desde los altos del edificio del Sindicato Azucarero instauró su corresponsalía con la dignidad de un consagrado.
Nadie me dejará mentir: no hubo noticia en ese sitio que se le escapara en aquel tiempo. Se montaba en un camión o en un caballo, pero llegaba a todas partes; lo mismo desde una escogida que desde un plantón de caña, día tras día se agenciaba su entrada en los espacios informativos.
Otros azares nos mantuvieron cercanos. Tal vez gracias a mí —y me enorgullezco de ello— le dijo adiós a la botella. En una visita ocasional a mi casa le presenté a la que luego fuera su compañera hasta el final de sus días. El amor los unió y él se convirtió por un tiempo en mi vecino, para hacerme cientos de veces cómplice de su entusiasmo periodístico.
Llegaba con sus apuntes, sus historias y aquella humildad tremenda para mostrar sus textos. Lo admiré tal vez en silencio, aunque fuera siempre él quien me profesara admiración a toda voz. Julio se atrevía con deseos y pasión a experimentar en el oficio lo que yo, con mi academia y todo, temía tantas veces enfrentar.
Y así venció también su curso de diplomado para reafirmarse como integrante genuino del gremio y de la Unión de Periodistas de Cuba, aunque en verdad demostrara con su ejemplo que en este trabajo no hacen falta tantos los títulos como las ganas. Y la constancia. Y la pasión.
Por esas paradojas de la vida, un buen día se alejó de los micrófonos. Pero la gente siguió recordando con gratitud su nombre. Y hoy ese nombre llega convertido en triste titular: Julio Reina Romero ha muerto, inesperadamente joven, con muchos proyectos por cumplir. Esta vez nadie quiso creer la noticia. Su voz se escucha a ratos entre las torres del Uruguay, mientras yo escribo la crónica más triste de mi vida. He perdido a un amigo y Jatibonico, a un hijo.