Si para muchos lugareños y viajeros no se puede visitar realmente La Habana sin desandar el centro histórico y conocer lugares como el imponente Capitolio o la Plaza de la Catedral, para otros lo mismo debe decirse de la populosa avenida 23 y, en particular, de La Rampa, ese tramo empinado que baja o sube, según se mire, entre el corazón de la “ciudad moderna” y el mar.
Oficialmente, La Rampa corre por 23, entre las calles L e Infanta, aunque no son pocos los que la extienden un poco más, hasta el Malecón por un lado y la no menos emblemática Heladería Coppelia por el otro. Una cosa, ya se sabe, es el entorno físico, urbanístico, y otra, su representación simbólica, emotiva.
En cualquier caso, para habaneros y visitantes La Rampa es un sitio único, especial. Imanta como pocos en el entramado citadino. Es imposible calcular cuántas personas, aun en tiempos de pandemia, transitan sus alrededor de 500 metros de extensión, o cuántas llegan hasta alguna de sus no pocas instituciones y edificios públicos o caminan por puro placer por una zona que un siglo atrás lucía un paisaje totalmente distinto.
Cuenta el periodista e investigador cubano Ciro Bianchi que el propietario de los terrenos de La Rampa era Bartolomé Aulet, quien al fallecer, a comienzos de la década de 1940, dejó a su sobrina Evangelina como única heredera. Sin embargo, según una cláusula del testamento, la muchacha no podría disponer de sus propiedades hasta 1975. Ello, sin embargo, no sucedió. La heredera, aliada de poderosos personajes, como el coronel Pedraza, logró anular lo establecido por su tío, y pudo enriquecerse junto a sus compinches.
No obstante, según Bianchi, “sería Goar Mestre, el magnate cubano de la radiodifusión, quien se percató antes que nadie de las posibilidades de La Rampa. Se decidió por este lugar desoyendo otras sugerencias. Pensó que si construía allí, los terrenos aledaños se revalorizarían y la zona se poblaría de inmediato”. Y no se equivocó.
El edificio Radio Centro —luego sede del ICRT— se inauguró el 12 de marzo de 1948, y a partir de entonces La Rampa “creció en un abrir y cerrar de ojos”, apunta el periodista. La zona se poblaría rápidamente de edificios de apartamentos, bancos, restaurantes, centros nocturnos, agencias de publicidad.
Edificaciones como el actual cine Yara —otrora teatro Warner—, el hoy Hotel Habana Libre, antes Hilton, y el Pabellón Cuba, construido en 70 días en 1963, forman parte indisoluble de su fisonomía. Y también lo es la colección artística que se exhibe en sus aceras, con obras de notables creadores cubanos, y que, desgraciadamente, ha sufrido el maltrato y la desidia humana.
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No obstante, a pesar del tiempo y las vicisitudes, La Rampa persevera como un lugar icónico de la capital cubana. Como una concurrida pendiente urbana que, a pesar de no poder disfrutar hoy de sus habituales eventos, ferias y festivales, sigue marcando el pulso del Vedado y La Habana toda. Como una zona mágica de la ciudad, que sube y baja, baja y sube, mientras el mar, apacible o revuelto, la contempla en el horizonte.