GUANTÁNAMO. — El 9 de agosto se cumplieron cien años de la publicación del poemario El mar y la montaña, del poeta guantanamero Regino E. Boti, quien junto con José Manuel Poveda está considerado uno de los renovadores del panorama poético cubano de inicios del siglo XX.
La última década del siglo XIX asestó golpes demoledores con las muertes de Julián del Casal y José Martí. A esas pérdidas irreparables se sumaron las de Juana Borrero y Carlos Pío Uhrbach, dos jóvenes promesas unidas por el amor y la tragedia.
Se ha señalado con justicia que fueron esos dos provincianos, orientales por más señas, quienes se encargaron de colocar a la poesía cubana nuevamente junto con la vanguardia hispanoamericana.
La impronta botiana en la lírica nacional comenzó con Arabescos mentales. Desde la publicación de Bustos y Rimas, de Julián del Casal, en 1893, y hasta el momento en que Boti publicó su primer poemario transcurrieron veinte años que algunos estudiosos han calificado como un lapso de acusada pobreza poética.
Aunque El mar y la montaña fue el segundo poemario publicado por Boti, cronológicamente es el tercero en haber sido escrito, pues La torre del silencio, publicado en 1926, contiene poemas escritos entre 1912 y 1919.
La diferencia entre los poemas publicados en Arabescos mentales y los de El mar y la montaña es evidente, pues en los últimos Boti demostró que se deslindaba de su anterior estética en busca de nuevos rumbos donde las esencias filosóficas y las vivencias del poeta —marcadas indeleblemente por su vocación pictórica— se mostraron más reconcentradas.
Un libro renovador
El mar y la montaña está considerado como el mejor libro del poeta guantanamero y un texto renovador de la poesía cubana.
Quien se adentre en las lecturas de esos poemas comprobará que no solo es menester para su comprensión y disfrute una lectura atenta, sino que también resulta imprescindible comprometer el alma con las resonancias de un lenguaje preciso, sugestivo e inquietante. No en balde el autor escribió en la introducción: “No debe ni puede leer este libro quien no sea artista y filósofo”.
Una de las características de El mar y la montaña resulta la concisión de los textos, la presentación de ideas como rayos que no desaparecen con la fugacidad de su destello sino que permanecen como resonancias inquietantes en el alma del lector porque Boti se apartó de toda ampulosidad para apostar por la brevedad formal y la contundencia del mensaje.
Como su nombre lo indica, Guantánamo y sus zonas colindantes adquieren peculiar relevancia en un texto donde puede advertirse una marcada influencia de la poesía japonesa, tan proclive a la brevedad.
Poemas de sorprendente plasticidad, como el titulado Vuelo, son nítidos ejemplos de esa nueva estética botiana:
“La gama de la tarde
me invita a soñar:
Blanco y azul:
un vuelo de gaviotas
sobre el ras del mar.
Ora es una Z,
ora un pez que va a saltar,
se aleja, se achica,
se acerca, se va…
Blanco y azul:
un vuelo de gaviotas
sobre el ras de la mar”.
Defensor de sus orígenes siempre retornó a su aldea natal, Guantánamo, inmortalizada en poema homónimo del poemario en estos cuatro versos:
“Aldea, mi aldea,
mi natal aldea,
término que clavó entre el mar y la montaña
la flecha siboney!”
Quien ha tenido la oportunidad de visitar la hoy deteriorada casa de Boti y en algún momento ha quedado solo con sus pensamientos en algunos de sus patios sembrados de plantas, seguramente ha imaginado junto a él la presencia del poeta, porque la casa es otra presencia indeleble en el poemario. Así pienso cuando recuerdo su poema “Luz” y su lugar de trabajo.
Lo imagino sentado entre el silencio y el último mensaje de la tarde, pensativo, anotando la idea para algún poema, cuya esencia, por mucho que se esfuerce, tampoco podrá aprehender. No en balde escribió para presentar su célebre poemario:
“Quien pueda y deba leer este libro, luego de gustarlo, que lo tire al fuego;-<<la llama es bella>>-porque le quedará errando en el espíritu la convicción íntima de que nuestro lenguaje como transmisor de las ideas y los sentimientos, y como expresión artística, es un miserable vaso tosco, incapaz por su estrechez y su rudeza de contener el matiz y la emoción. Amén”.
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