Carente de información una minoría, pero la mayoría movida por malas intenciones, no pocas personas se han hecho eco, en las redes sociales, de imágenes correspondientes a enterramientos de fallecidos por COVID-19, en supuestas fosas comunes, abiertas en la localidad de Juan González, a poco más de 20 kilómetros al oeste de Santiago de Cuba.
Mientras algunos medios dependientes publican noticias falsas sobre extravíos de cadáveres, Granma indagó sobre la situación actual que presentan los servicios necrológicos en esta urbe, a propósito del infundado rumor.
En conversación con el ingeniero químico José Gonzalo Borrero Sotomayor, director provincial de Servicios Comunales, se conoció que, ante las limitaciones de espacio que presenta el cementerio patrimonial Santa Ifigenia, se tomó la decisión de trasladar algunos de los cadáveres hasta Juan González, un proceso que ha sido acompañado de medidas organizativas.
Explicó que, al ser inaugurada, en 1868, la necrópolis de Santa Ifigenia resulta insuficiente para los índices de mortalidad de una población de más de medio millón de habitantes. Por el lugar donde está enclavada, no tiene posibilidades de extender su superficie, por demás proclive a inundaciones ante intensas lluvias.
Dadas esas condiciones, se decidió sepultar en el cementerio de Juan González a los fallecidos por cualquier causa (no solo por la COVID-19), cuyas familias carecen de bóvedas privadas, o que no fueran incinerados en el crematorio construido en 2012, también necesitado de una reparación capital que obliga a explotarlo con limitaciones.
Según el directivo, el necesario empleo de medios mecánicos para ampliar la capacidad del cementerio, existente hace años en Juan González, pudo generar la impresión de que allí se realizan excavaciones informales, sin embargo, cada operación se ha ejecutado según las normas técnicas planteadas para esta actividad, por el Ministerio de Economía y Planificación.
Establecidas en diciembre de 2007, su Artículo 17 precisa textualmente que, en cada fosa, todo ataúd será cubierto por una capa de tierra de 1,5 metros de espesor al menos, y en caso de ubicarse más de un ataúd, la distancia se medirá desde la parte superior del ataúd más superficial, y la tierra que se utilice no será comprimida ni aplastada.
«Todo esto –aseguró Borrero Sotomayor– se cumple al pie de la letra, y además de contar con el seguimiento de las autoridades de la provincia, se insiste con nuestros trabajadores en que, no obstante las limitaciones materiales conocidas, se trata de un servicio de mucha sensibilidad que exige la mayor atención al pueblo, al cual le aseguramos que ningún cuerpo se ha extraviado».
Agregó que, desde mucho antes de la pandemia, se ha trabajado en la microlocalización, diseño y ejecución de dos nuevos cementerios para la ciudad de Santiago de Cuba, de los cuales el más adelantado está diseñado para 10 000 cadáveres, en el sitio conocido por Hicaco, de la carretera Siboney, y cuyo primer bloque dispondrá de 365 capacidades en los próximos meses.
Como pasa en el mundo, en el primer anillo de ese camposanto se crean condiciones para el enterramiento directo en tierra. El otro cementerio será edificado en el kilómetro diez de la carretera central que conduce a El Cobre, y debe conocerse que, cumplido el tiempo para la exhumación, pueden trasladarse los restos de familiares, desde Juan González a estas instalaciones.
Granma puntualizó que, en todos los casos, los cadáveres están siendo enterrados en ataúdes, y en breve intercambio con Roberto Alejandro Ibarra Ruiz, autor de la publicación en Facebook de imágenes que sugerían imprecisiones en la ubicación de su difunta abuela, quedó demostrado que hay claridad en el sitio de su enterramiento (hilera 4a, fosa 16) en el cementerio de Juan González.