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TOKIO.–Arlen López había dicho, antes de subir a disputar el título olímpico de los 81 kilogramos, que la preparación estaba, también el enfoque, la valentía, el apoyo de su pueblo y el de su familia. «El campeón soy yo, y lo voy a demostrar».
Desde el round inicial no hubo dudas en el ring del gimnasio Kukigan Arena. Solo un hombre, el guantanamero, proponía el combate, dictaba el ritmo de pelea y daba los mejores golpes.
Al referirse al duelo por la presea dorada, el cubano aseguró que había sido un combate 100 % correcto. «Todo salió al pie de la letra, tal cual se planificó».
Dijo que los Juegos no han sido nada fáciles. «Pasamos mucho tiempo sin boxear, mientras en Europa no pararon. Yo tenía el reto adicional, como lo tiene Julio César La Cruz, de estrenarme en una nueva división, esta de los 81 kilogramos, prácticamente en la cita de más nivel del deporte mundial. Pero lo asumimos, y jamás dudamos de un resultado como el de hoy (miércoles, 4 de agosto), no solo el mío, sino el de los que ya vencieron y los que están por hacerlo. Todavía queda historia en el ring».
–Siempre el boxeo carga con una gran responsabilidad en las delegaciones cubanas a eventos como estos. ¿Crea acaso eso una presión adicional?
–La presión siempre existe, y es bueno tenerla porque le saca el extra a los deportistas, sobre todo a los campeones. Para nosotros no es una carga esa responsabilidad con la delegación, más bien es un honor y un compromiso, y una prueba de confianza en la escuela cubana de boxeo.
«Además, no se olviden que yo tenía otra misión, pues, hasta los Juegos de Río de Janeiro-2016, el rey de este peso era Julio César La Cruz, y yo no podía dejar caer ese reinado», dijo, con la alegría de haber cumplido con el capitán de su equipo.
En los latidos de su madre debieron sentir que algo grande estaba pasando. Los jimaguas de Arlen López aún no han nacido, pero así como ellos son dos, él, su papá, ya tiene un par de títulos olímpicos para premiarlos el día en que le den esa otra medalla de toda la vida.
Por eso el del Guaso hizo, con sus brazos, el tierno gesto de mecer a los niños, porque a ellos, como lo había prometido, les dedicó su triunfo. «Nada crea más y prepara más, seas médico, ingeniero o deportista, que la familia. Ellos ya van a nacer campeones, han sido mi inspiración en estos momentos tensos, y cuando te inspiras en algo tan bonito, el corazón te ayuda a ser más fuerte en el propósito».
Arlen López se acaba de convertir en el décimo púgil cubano en alcanzar el bicampeonato olímpico, galería de excelsa obra en la que aparecen Teófilo Stevenson y Félix Savón (los únicos con tres), Ángel Herrera, Ariel Hernández, Héctor Vinent, Mario Kindelán, Guillermo Rigondeaux, Robeisy Ramírez y Roniel Iglesias.
Se siente orgulloso por estar en ese grupo de estrellas, gracias a este nuevo título, aunque no hace una distinción de uno u otro. «Los dos fueron muy peleados, el de Río de Janeiro-2016 y el de ahora. No es fácil mantenerse en la élite».
–¿Feliz y listo para París-2024?
«Seguiré dando lo mejor de mí hasta que tenga fuerzas para defender los colores de mi bandera. Hacer que se escuche nuevamente el Himno Nacional en unos Juegos Olímpicos es algo tan impresionante que se vive como si fuera la primera vez».
Con el puño del pueblo
Arlen López ya era campeón, y Guantánamo lo sabía, porque en cada golpe del joven boxeador iba la fuerza del pueblo, de la familia, que en la distancia le apoyaban seguros de su éxito.
Así lo afirma Reyna Cardona Bonne, madre del actual bicampeón olímpico que regaló, en la madrugada de este miércoles, la quinta medalla de oro a nuestra delegación en Tokio-2020, tras la pelea contra el británico Benjamin Whittaker, en la división de los 81 kg.
Nadie durmió esa noche en el Guaso, al menos Reyna no pudo. Desde que empezó la lucha se le escuchaba gritar: «un gancho, esquiva, métete por dentro, ¡sereno!… El contrario tenía los brazos largos, así que la mejor forma de derrotarle era con golpes contundentes», explica la también entrenadora de Arlen, quien, desde los ocho años del pequeño descubrió su talento para el boxeo.
«Hubo un asalto en que me subió la presión. Benjamin intentaba recuperarse, pero a mi niño nadie le iba a quitar la victoria. Yo estaba ahí, a su lado, junto a la abuela que tanto ama, a los tíos (también boxeadores, no tan conocidos), su esposa, los niños, todos le dimos la fuerza para tumbar al británico, y ganamos como en Río-2016», agrega, emocionada, Reyna.
«Estoy orgullosa de mi hijo, mira que pasamos dificultades, y esta pandemia ni chance le dio para prepararse, pero al final triunfamos, y me dijo que va por el tercer oro en París-2024. Yo sinceramente no sé si aguante tanta emoción, ya tengo 65 años, pero si hay que estar ahí, pues ya nos veremos, y seguro igual venceremos».