La lógica es la lógica. Cuando alguien apedrea a un vecino, insulta y desbarra a otro, daña la propiedad de un tercero y hace del comportamiento indecente y hosco una doctrina de vida, entonces lo natural es que los agredidos se concierten, confluyan, y se apoyen mutuamente en defensa propia.
Y si eso puede acontecer a escala de barrio o calle, no es nada extraño ni condenable que ocurra en el orden de las relaciones internacionales… Sobre todo cuando las víctimas no se intimidan, no acatan servilmente los maltratos y vejámenes, además, se saben con la fuerza necesaria para dar una respuesta contundente a cada agravio.
Bien lo han afirmado a lo largo de la historia no pocas figuras políticas descollantes. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, diría el presidente indígena mexicano Benito Juárez, una verdad que confirma la urgencia de que cada país, gobierno y persona interioricen que sus prerrogativas terminan donde empiezan las de los demás… En pocas palabras, nada de imposiciones.
Por estos tumultuosos días de desborde de la estrategia hegemonista subyacente en las bases políticas e ideológicas de un imperio en apuros como el norteamericano, tales reflexiones son importantes.
El derecho a la defensa está legalmente aceptado, por lo cual, las naciones y pueblos que con toda razón optan por su independencia, su propio y soberano camino, sus modelos sociales, económicos y políticos decididos por voluntad propia, ciertamente les está inexcusablemente permitida toda medida que les garantice su integridad y su soberana elección.
De manera que no es raro entonces que entre blancos preferentes de la agresión y el encono del expansionismo gringo —como China, Rusia o Irán— surjan lazos de colaboración, concierto de opiniones, convergencia de enfoques comunes caminos en favor de sus opciones y del derecho de los demás a hacerlas valer con total respeto, seriedad, responsabilidad y decencia.
De hecho, entre Beijing y Moscú, por ejemplo, a partir de las declaraciones de sus dirigentes, existen hoy las mejores relaciones en la historia de ambos colosos, como muestra de que el mundo puede vivir tranquilo sin tener que convertirse en una masa homogénea bajo una omnipotente tutela individual, con la simple práctica de respetar el derecho legítimo de los otros.
Es en ese contexto, en intercambio a escala de cancillería, China e Irán también acaban de anunciar su interés de ampliar mucho más los vínculos bilaterales, luego de la elección de un nuevo gobierno en la República Islámica. Según el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, durante una llamada telefónica con su par iraní, Mohamad Yavad Zarif, se trata de elevar la cooperación para erradicar el “unilateralismo” y las “conductas intimidatorias” que se intentan como práctica habitual en el escenario internacional.
En ese sentido, el canciller chino agradeció a Teherán el apoyo a Beijing en los asuntos relacionados con sus intereses fundamentales, y enfatizó que, como siempre, el gigante asiático “secundará a Irán para salvaguardar su soberanía y dignidad nacionales”. La parte iraní explicó a su vez la importancia de los lazos bilaterales y el papel clave de ese entendimiento en la lucha frente a las agresiones que contra ambos países ejecuta Washington.
Vale recordar que no hablamos de nada nuevo, toda vez que desde marzo último, y justo a cuenta de favorecer repuestas coherentes y contundentes a la hostilidad hegemonista, Irán y China firmaron un convenio de cooperación por veinticinco años para elevar sus lazos bilaterales a un nivel “integral y estratégico”.
