La Habana conoció la mano de lo que son los malandrines, un término en desuso pero que, hoy, puede hacernos comprender su profunda vigencia. Los protagonistas de los hechos reales que padecimos el pasado domingo 11 de julio de 2021 a lo largo de todo el viejo y nuevo cordón de la capital habanera no son otra cosa que eso: unos cultivadores y practicantes del odio y el mal que conlleva su ejercicio.
Algunos ancianos, boquiabiertos, levantaron el puño en señal de condena. Luego, sus bocas pronunciaron una palabra clave: la que uso en esta sencilla viñeta. Fueron esos cubanos de ley, los que recurrieron al término: ¡Son unos malandrines!, repetían sin dejar de reclamar justicia para los que, pagados por el oro del imperio, pretendían subvertir el orden civil, la tranquilidad ciudadana, el derecho a la tranquila convivencia que hemos tejido, día a día, como pacientes espartanos. Los jóvenes no solo aprenden la lección, sino que se suman a la defensa de la Patria.
No hay otra opción que la condena unánime de todo un pueblo que, desde la manigua del siglo XIX, ha forjado su identidad, su independencia frente a los intentos -fuertes o débiles- de las tendencias que abogaban por un anexionismo vergonzante. Los malandrines fueron derrotados porque somos Cuba: una Isla en medio de hermosos archipiélagos que hemos sabido plantar y defender, sin tregua, una Revolución más grande que nosotros mismos cuya raíz más legítima se ha alimentado de aquel principio inolvidable que no olvidamos: Esa lucha ancestral se ha inspirado siempre en favor de los humildes, por los humildes y para los humildes de todos los tiempos.