Cuba vive un pico en su crisis estructural. Asistimos a la crónica de un estallido anunciado. Se veía venir, era cosa de cualquier momento. La fatiga cotidiana por la pandemia, las carencias y la incertidumbre; los ajustes políticos postergados que no permiten canalizar demandas y soluciones; así como las malas intenciones programadas desde fuera, con más bloqueo e incitación a la violencia, hicieron detonar la caldera social.
Cuba mostró diversidad de demandas cotidianas y pluralidad política de una manera polarizada, confusa, con sentimientos encontrados. Mostró las tensiones que genera el diálogo estrecho entre la sociedad y el Estado. Mostró el extremo posible de una política imperial inhumana, asfixiante y persistente. Mostró la perversidad de la comunidad de odio enquistada entre cubanos y cubanas fuera de la Isla.
Ahora es necesario restablecer el orden público, pero no es suficiente. Debemos mirar más profundo, hacia el proyecto revolucionario de nación. Se requiere comprender la actual situación, hacerlo entre todas y todos, con las emociones en reposo; con comunicación, no con comunicados, con comprensión, más que con juicios, con más puentes que barricadas, con más entendimiento que represión. Hacerlo implica tomar decisiones colectivas, ajustar las perspectivas políticas, nombrar y articular las diferencias, más que sobrevalorar los antagonismos.
Anoto algunas claves para este arduo camino:
- La verdad es colectiva y plural. Ningún grupo social o fuerza política la puede. Solo el diálogo, la búsqueda de consenso y la unidad en la diversidad ayudan a pautar esa verdad que condiciona la viabilidad de un proyecto nación de justicia, dignidad, independencia, pan y belleza.
- La soberanía popular es el horizonte. El pueblo es el soberano, a él debe regresar el ejercicio de la soberanía. La justa indignación y protesta popular emanó, también, de su soberanía limitada. Al soberano no se le representa, se le organiza para hacer política en la comunidad, en la fábrica, en las familias y en la cultura.
- La política también está en la ley. Se debe legalizar el pacto social que viabilice, asiente y naturalice el derecho a reclamar y demandar públicamente. La ley debe ordenar el respeto a la diferencia y su manifestación cívica, así como sancionar a quienes la socaven o la deriven en violencia.
- La radicalidad no es sectarismo. Ser radical como opción no es negar el derecho a otros y otras de optar. No es imponer una opción, es dialogar sobre ella. Es convicción en el acierto, y respeto al otro y la otra en su propia convicción. Intenta convencer y convertir, pero no reprime a su oponente. De manera contraria, el sectarismo no respeta la opción del otro y la otra, pretende imponer la suya. La actitud sectaria, sea de derecha o de izquierda, asume la historia como su propiedad. El pueblo no cuenta para el sectario, salvo como apoyo a sus fines. La radicalidad es condición de posibilidad para el proyecto nación. El sectarismo lo cercena.
- La política es discernimiento. De un lado, severidad frente a la violencia, la mentira, el odio, el desprecio a la vida, a la dignidad y a los derechos. Del otro, indulgencia, compasión y empatía frente al dolor, al miedo, la angustia, al desespero, al agotamiento y la indignación. Severidad frente a los antagónicos al proyecto de nación soberana y justa. Derecho permanente a la diversidad que lo dignifica y enriquece.
- La crítica y la humildad son actitudes políticas. Criticar es ver los límites a la soberanía popular, su historia y sus estructuras, es impulsar su transformación. La humildad es sentido de servicio al proyecto y no propiedad sobre él, es aceptar las tesituras diferentes del empeño común, es sentirse parte y no el todo del proceso.
- La solidaridad y la caridad expresan la política. Ambas significan sentir, pensar y actuar en términos de comunidad, priorizar la vida de todos y todas por sobre el ego, los privilegios y la apropiación de los bienes por una minoría. La solidaridad y la caridad son derechos y responsabilidades, no son dádivas ni soberbia, hacen parte de la lucha contra las causas estructurales del estallido reciente, externas e internas.
- La esperanza como optimismo crítico. Refundar la esperanza es un imperativo político. La gente cofia en lo que ve, en lo que hace, en lo que puede sostener. Optimismo no es ilusión sin contexto, es obrar en el esfuerzo colectivo, conocer los escollos y los límites, es ser protagonista de la política, es tener claridad de sentidos y sentido de pertenecer.
- La otra política como camino. La mala política polariza, acude a la estrategia de ridiculizar, sospechar, cercar. Alimenta un estado permanente de cuestionamiento y confrontación. La otra política sirve al bien común, adelanta un replanteo integral de los diversos aspectos de la crisis. Es sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. Fundada en el derecho y el diálogo, confirma que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales.
- La posesión cotidiana del proyecto. Ser parte, hacer parte, sentirse parte de un proyecto país que se realiza en la cotidianidad es condición inalienable para su defensa y preservación en cualquier circunstancia. El proyecto revolucionario necesita ser reapropiado por el pueblo que lo gestó, verificado en su cotidianidad y sostenido, entonces, sin condiciones.
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