Por Madelyn Sardiñas Padrón*
El año 2012 fue uno de los más tristes de mi vida. En un lapso de doce meses, mi hijo fue ingresado por una sospecha de dengue, que no tenía, probablemente en la peor de las salas (en todos los sentidos) del Hospital Pediátrico Provincial de Camagüey; mi papá tuvo su primera gran crisis de insuficiencia renal, mi mamá sufrió un infarto cerebral hemorrágico que la dejó postrada con hemiplejia derecha y una gastrectomía; y mi hermana falleció sin haber cumplido 49 años. Otro en mi lugar pudiera pensar que mis familiares pagaron los platos que pude haber roto en esta u otra vida.
Los sucesos de ese año, por un lado, pusieron a prueba mi capacidad de adaptación a nuevas y complicadas situaciones, y por otro, me enseñaron que la muerte es la fase final del proceso de la vida y que de lo que se trata es de que sea lo menos dolorosa posible. Pero sucede que nadie sabe cuándo llegará ese momento, ni cuánto será capaz el organismo de resistirse a ella. Por tanto, mientras exista vida, hay que cuidarla y hacerla lo menos engorrosa posible, hasta que la ciencia ya no dé más para mantenerla. Esa fue la enseñanza que, con todo el dolor que representa, me dejó la partida de mi querida hermana.
Cuatro largos años estuvo mi mamá apagándose poco a poco; me tocó aprender varios de los cuidados de enfermería gracias a la valiosa ayuda de profesionales conocidos y desconocidos. En esa época había con qué ofrecer todos esos cuidados paliativos para aliviar el sufrimiento que padecía.
Hoy es mi papá quien muestra, a sus 93 años, los síntomas de que se va apagando y de muy poco me sirven los adelantos de la ciencia y los conocimientos, experiencia y habilidades que me tocó adquirir para aliviar su dolor. Sencillamente, no hay con qué hacerlo. Riñones a media máquina y no hay furosemida, lesiones en la piel y no hay yodopovidona ni sulfadiazina de plata ni ketoconazol o terbinafina y triamcinolona; mucho menos analgésicos, antipiréticos y antibióticos; ni siquiera las sondas vesicales y los colectores de orina se han ofertado para todos los que los necesitan en todo un año.
¿Alguno de los que decide emplear el dinero en otra cosa tiene un familiar que necesita esta clase de cuidados? Si lo tiene, ¿sufre las mismas carencias que la mayoría? ¿Por qué si los urólogos recomiendan cambiar una sonda cada diez días, en la farmacia sólo venden dos al mes por persona, cuando el suministro es estable? ¿Quién es el irresponsable que sugiere o indica que se reutilice un insumo destinado al uso una sola vez?
A un paciente postrado hay que cambiarle la ropa de cama al menos una vez al día, pero no hay jabón suficiente para lavarla ni manera de sustituirla cuando ya no da más. ¿Quién le dijo al Ministerio de Comercio Interior que doce jabones, dos metros de tela antiséptica, una toalla y un metro y medio de hule, si hay, es suficiente para mantener la higiene de un prostrado durante seis meses?
Entras a un hospital por una insuficiencia renal y, además de no haber diuréticos, sales de allí con una escabiosis, para lo que tampoco hay tratamiento disponible.
Se dice que se prohíben actividades de comercio en el sector privado porque, por política, esa es una responsabilidad estatal, pero si el Estado no es capaz de cumplir su responsabilidad, sean cuales sean las causas, entonces lo lógico sería cambiar esas políticas.
Si para que haya ofertas de lo que el pueblo necesita, el comercio tiene que ser privado, ¡que lo sea! Y no me refiero a corporaciones «privadas» como las de GAESA, esas son empresas de un Estado paralelo. Tampoco estoy hablando de que regalen el trabajo de otros a quienes puedan pagarlo.
Facebook me da la oportunidad de expresar un sentimiento, pero en situaciones como esta uno se debate entre la tristeza, la impotencia y la frustración, todos conducentes a la inestabilidad emocional de las personas a cargo del cuidado de estos pacientes.
¡Y no! ¡No me voy a tirar del techo de la casa! Todavía no he llegado a ese límite y espero no cruzarlo. Pero no me voy a cansar de denunciar lo que considero incorrecto. Necesitamos cambiar nuestras políticas y nuestros métodos. No es el éxodo de los cubanos ni ignorar las críticas lo que nos va a sacar de esta miseria.
Si este gobierno y su partido único no son capaces de entenderlo y actuar en consecuencia, no me dejarán otra opción que dejar de confiar en su intención expresada de trabajar por el bien de todos los cubanos, con la cola de efectos que ello puede implicar. Yo soy sólo una, pero deben haber más que todavía confían en que se puede hacer mucho mejor y podrían decepcionarse.
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*Tomado con su consentimiento del perfil de Facebook de la autora.
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