LA HABANA, Cuba. — Rusia ayudará a Cuba a instalar un observatorio astronómico que contará con un telescopio automatizado, de gran alcance y precisión, para observaciones posicionales, fotométricas y espectroscópicas en el monitoreo de la basura espacial y la prevención de riesgos como la caída de meteoritos y otros cuerpos celestes, anunció recientemente Rudy Montero, director del Instituto de Geofísica y Astronomía.
La noticia, que apareció en Cubadebate y en la cuenta de Twitter del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) parece cosa de ciencia ficción, asombra, da risa.
No se trata de que Cuba no tenga derecho al desarrollo científico y a tener, entre otros avances, un telescopio propio del siglo XXI (dicen que los que hay en existencia parecen de la época de Galileo). Pero resulta chocante tanta sofisticación tecnológica en un país donde de tanto escasear lo más elemental, desde la comida a las medicinas, estamos al borde de una crisis humanitaria.
Suena más que a disparate, a falta de respeto, ese descomunal gasto de recursos en un proyecto que para nada contribuirá a mejorar la tan agobiada vida de los cubanos.
¿Monitorear la basura espacial cuando no pueden garantizar la recogida de la basura que se acumula en las calles de las ciudades?
Si no es con paneles solares, ¿qué energía usará el observatorio, ahora que vuelven los apagones de cinco horas y más?
Se hace sospechosa la cuantiosa inversión que haría Rusia en el observatorio cuando ha paralizado temporalmente sus inversiones en Cuba hasta que el gobierno cubano logre resolver sus problemas financieros.
¿Será que pretenden que este observatorio, cuyos objetivos puede que no sean tan pacíficos como dicen, se incorpore a la red rusa de observación de objetos en órbita baja, sumando así a Cuba a la carrera espacial en que compite el Kremlin con los Estados Unidos?
Este observatorio que mucho costará y que en nada beneficiará al pueblo cubano es tan disparatado como repartirles caviar a los afectados por la sequía en Sudán O Somalia. Solo se puede explicar por los intereses geopolíticos de Rusia, por la vanidad de los mandamases castristas, de su afán por la bambolla, por el alarde y el exhibicionismo propagandístico con destino al exterior, mientras el pueblo se muere de hambre. Esa vanidad estúpida que los hace —a pesar de que aseguran no disponer de fondos debido al acoso financiero a que los somete el gobierno norteamericano— construir hoteles que parecen de Dubai y organizar un Festival de San Remo en una Habana que se cae a pedazos.
Presumen de haber hecho de Cuba una potencia médica, pero hay más carros patrulleros que ambulancias, no hay aspirinas para el dolor de cabeza, anestesia para sacarse una muela ni permetrina o algún otro medicamento contra la sarna, así que los muchos afectados que hay tienen que resignarse a la picazón e intentar curarse con baños de hojas de guayaba, escoba amarga y otras yerbas.
La vanidad de mostrar al mundo el desarrollo de la biotecnología cubana los hizo experimentar durante meses, no con uno o dos, sino con cinco candidatos vacunales contra la COVID-19, antes de comprar una vacuna, la rusa, la china, cualquiera, que impidiera que la epidemia se fuera de control. Presumen de la eficacia de Abdala. Ojalá sea así, pero uno no sabe si creerles, porque los que lo afirman son los mismos que siempre nos han mentido.
Ahora, cuando los cubanos envidiamos la vida que llevaban los siboneyes, se aparecen los mandamases henchidos de orgullo con el cuento del observatorio y el supertelescopio. ¡Y no les cae encima a los muy cabrones un meteorito del tamaño del de Tunguska!
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