Subirse a un podio olímpico, en cualquier piso de ese estrado, es una hazaña. Aun cuando se haga en más de una ocasión, cada vez que una medalla brilla en la geografía humana de quien la mereció, es una proeza.
Puede un atleta, hombre o mujer, ser el mejor del mundo por mucho tiempo y jamás alcanzar ese momento en el que banderas e himnos de los países llenan los pechos de profundo orgullo patrio. No solo basta con dominar el ranking o sistemas clasificatorios, sino que ha de actuarse con mucha precisión, pues una lesión podría abortar los sueños, toda vez que tendrían que pasar otros cuatro años, y tal vez ya no haya más tiempo; o que, en los siguientes Juegos, nuevos talentos hagan más difícil el reto. Hay que hacerlo todo perfecto en el instante crucial, porque ese minuto podría no repetirse.
Esa es la mística de estas citas que la pandemia obligó a realizar en 2021, en el que se cumplen 125 años de la primera edición en Atenas-1896.
En Cuba se dio un proceso cultural, entendido como la apropiación popular de los saberes deportivos, que ni fue casual ni responde a una evolución genética y mucho menos al azar. Fue la voluntad política de un país la que vio, como parte de una obra transformadora, la importancia de la práctica de la educación física y el deporte. En el mismo «primer inning» (1ro. de abril de 1959) de la Revolución, su Comandante en Jefe dijo: «Cuando cada muchacho encuentre en la ciudad, en el pueblo, en el barrio, un lugar apropiado para desarrollar sus condiciones físicas y dedicarse por entero a la práctica del deporte de su preferencia habremos visto satisfecho el deseo de todos los que hemos hecho esta Revolución».
Esa es la esencia de otra hazaña, la que convirtió a un pequeño país insular en una verdadera potencia deportiva, a pesar de estar bloqueado económica, financiera y comercialmente por el más poderoso imperio que haya conocido la humanidad, cuya agresiva política ha lastrado el desarrollo de entrenamientos, presencia de deportistas en lides competitivas, obstaculiza la labor de sus tratamientos médicos, la adquisición de insumos para el laboratorio antidoping, la obtención de los carísimos implementos y entorpece las propias clases de Educación Física. Solo en el año antes de la covid-19, la hoy recrudecida política de Estados Unidos le costó a esta esfera pérdidas por diez millones de dólares.
Sin embargo, atletas, entrenadores, médicos, fisioterapeutas, sicólogos y trabajadores del deporte no se han detenido. Cuba ha enfrentado su ya cercana incursión olímpica en Tokio con la máxima del 8vo. Congreso del Partido: resistir y avanzar creativamente, para escribir otra gloriosa página.
Que será ardua la misión, claro que sí. Que la Mayor de las Antillas pudiera ser nuevamente titular en Tokio, también claro que sí. Y lo es por esa condición de potencia deportiva, que no significa que se traduzca en una superpoblación en los podios, sino en las reales posibilidades de escalarlos.
Por ejemplo, hasta hoy, Cuba competiría en 14 deportes, lo cual ya es una muestra de esa potencialidad, con grandes posibilidades, incluso de titularse, en atletismo, boxeo, lucha, judo, canotaje, taekwondo y tiro. En el campo y pista, en el cuadrilátero y en el colchón de los gladiadores, las oportunidades de pasar de una corona son más amplias.
Y si ninguna de esas disciplinas obtuviera una victoria, la pequeña Isla seguiría siendo la misma potencia. De igual manera, si cada una de ellas alcanza un triunfo o más de uno, como dijimos, sería una hazaña, pero no os asombréis, porque no sería una sorpresa, es Cuba.