Como investigador del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) de Sancti Spíritus, el doctor Rafael Ibargollín piensa y actúa rápido. Quizás por esa virtud no le resultó difícil transitar de su intenso desempeño de los últimos años en las investigaciones sobre el tratamiento a pacientes diabéticos tratados con HeberProt-P a los candidatos vacunales cubanos, para los cuales mucho ha aportado esta institución científica. Solo que esta vez tuvo que aprender a pensar en grande.
“Estaba embullado preparando el estudio de intervención con Abdala aquí, pero de pronto me avisaron que tenía que ir para la región oriental, junto con un experimentado grupo de investigadores de Camagüey, a organizarlo allá en grupos de riesgo, fundamentalmente trabajadores de la Salud y de Biocubafarma. Fue en Santiago de Cuba, Guantánamo y Granma. Aquello era un estudio más abierto que involucraba muchas más personas, debería haber incluido a 66 000 pacientes, aunque en la práctica llegamos a algo más de 61 000. No usaba placebo, era directamente con la vacuna”.
Entre las ventajas de esta amplia intervención, desarrollada de forma paralela al ensayo clínico Fase tres, menciona que todos los involucrados salían protegidos y vacunados: “Además, por la rapidez con que se pudo hacer dio resultados estadísticos directos que pueden ser sumados al dosier, al expediente de la seguridad y la efectividad de la vacuna. Estos estudios que se hicieron en paralelo aportaron mucha evidencia rápida que permitió después poder tomar las decisiones, por ejemplo, de comenzar la intervención poblacional”.
Aunque los criterios de inclusión resultaban un tanto más abiertos, se mantenían bien establecidos y con todos los requisitos, una condición que se dificultaba en esa zona geográfica donde abundan áreas montañosas y de difícil acceso.
“Había sitios donde se podía establecer muy bien el vacunatorio, pero había lugares donde tenías que traer la gente a vacunar, crear grupos móviles. Por ejemplo, recuerdo el policlínico de La Pimienta, por allá donde se hizo el Realengo 18, por detrás de la Gran Piedra, una zona de extremadamente difícil acceso, que no tiene muchas veces ni electricidad por su ubicación. Había que garantizar que las vacunas llegaran frías allí y que los trabajadores y el personal de riesgo bajaran a vacunarse y eso nos costó muchísimo trabajo, pero se logró”.
El equipo también participó en el diseño —que después quedó como estrategia para el resto del país—, de la vacunación a los trabajadores de la zona roja: “Hubo que diseñar una estructura que permitiera llegar a los filtros —el sitio donde esas personas se cambian de ropa—, y vacunarlos allí garantizando toda la calidad del proceso”.
¿Qué te aportó como investigador esta experiencia práctica de llevar un resultado al terreno, fuera de los habituales espacios más cerrados de la ciencia pura?
“El investigador se caracteriza por buscar los detalles, revisarlo todo. Esta vez tuve que aprender a pensar en grande, si no piensas en grande no lo logras. Y pensar en grande siguiendo la misma meticulosidad, el mismo nivel de detalles, de calidad, orientado y revisando para que salieran bien las cosas. Si no piensas en grande, si no piensas como país —como dice nuestro Presidente—, no logras hacer este estudio. Y es el consejo que se le dio a los demás: tienen que buscar que llegue la vacunación a todas las personas, con la calidad que tiene que llegar; que se puedan recoger todas las variables del estudio; que se haga rápido y que se haga bien; aportando las disímiles maneras de hacerlo, sin dogma”.
Y en este empeño resultó clave la dirección del Centro de Ingeniería Genética y Bioteconología, tanto desde Sancti Spíritus como desde La Habana, cuando orientaba a su equipo en el terreno para que trabajara libremente, buscara variantes y resolviera cualquier problema.
¿Entonces le parece útil ese aterrizaje del investigador en la cotidianidad, en la sociedad?
“Mira si es útil que en esas provincias habían empezado antes de llegar nosotros a hacer cosas, a organizarse, pero estaban digamos que maniatados sin la presencia de los expertos que le dieran tranquilidad. Este resultado no se hubiera logrado sin los investigadores allí. Los investigadores tenemos que lograr eso, que lo que se concibió inicialmente dentro de un laboratorio se exprese allá en la población.
“Aquí, en el CIGB de Sancti Spíritus nos hemos dedicado bastante a eso, a que muchos productos nuestros y de Biocubafarma aterricen en la población espirituana, esa experiencia la teníamos de antes. Pero ahora lo tuvimos que hacer en una población mucho más grande y eso significó nuevos retos, nos abrió a nuevas experiencias. Es, no solo importante, es vital que dondequiera que se hagan estos estudios haya representantes de la casa productora que fabrica el producto, no solo para poder tomar decisiones ejecutivas en un momento dado, sino para dar tranquilidad, aclarar dudas.
“Por ejemplo, esa pregunta que muchos se hacen: me vacuno o no me vacuno. Yo le decía a la gente, la cuenta es muy sencilla, las probabilidades que tienes de que la vacuna te de una reacción adversa son extremadamente bajas, a menos del uno por ciento de las personas le dan reacciones adversas y las reacciones adversas severas son menos del 0.01 por ciento. En cambio, las probabilidades de contagiarse con la enfermedad y de que llegues a estar grave o eventualmente a morir son mucho más altas.
“Ten la seguridad de que poniéndote la vacuna te vas a proteger, a sentir mejor. Si te da la enfermedad no va a ser lo mismo, te va a dar más leve. Uno tiene que estar allí con las personas, sabiendo lo que hay detrás, sabiendo las analíticas, las calidades para poder decírselo a los demás y decirles miren, estén tranquilos, es una vacuna segura y va a funcionar”.