El director de la editorial me ha citado, desea entrevistarse conmigo. La editora del libro me adelantó que hay varios cuentos con «problemas políticos», y que si no los elimino me quedaré con ganas de publicarlo. Uno sobre todo será el centro de una reunión que se dibuja angustiosa. Lo titulé «Caperucita y los Tres Cerditos». En esta versión la chiquilla ha abandonado su matiz rojo y ahora se declara de centro izquierda. A la abuelita le ha sido otorgada la condición de vulnerable. Caperucita debe dar todos los días dos viajes al comedor del Sistema de Atención a la Familia, y luego partir al bosque con los pozuelos a llevarle la comida a la señora. La Dirección de Trabajo y Seguridad Social sospecha que la anciana los engaña, pues gracias a un raro pez con bigotes que habita en un arroyuelo cercano se han enterado que la susodicha fomenta un plan de desarrollo local para la cría de cerdos, y que ya posee tres. Debido a la pobreza de la vieja, los puercos tratan de construirse una cochiquera por esfuerzo propio, un leñador les vende los materiales a precios especulativos. El lobo se ha hecho de la vista gorda, pero no le gusta ni un poquito que se burlen de su poder, organiza un recorrido para chequear la implementación de los últimos acuerdos. Al llegar a casa de la abuelita, le pregunta quién ha autorizado ese proyecto de desarrollo endógeno. A la pobre vieja le da un infarto ante semejante palabreja. Caperucita llega justo cuando el lobo ha terminado de almorzársela, y ante las preguntas de la niña le plantea que no habrá diálogo mientras no le explique quién financia desde el extranjero esa cría de cochinos.
El tipo me hace pasar a su oficina. Hojea el volumen de cuentos y me comenta que están muy complacidos con el cuidado puesto en la ortografía y el claro dominio del lenguaje. Que si por ello(s) fuera, el texto íntegro tenía luz verde para ser enviado a imprenta, pero el problema estriba en que la libertad artística tiene sus límites y mi hipercriticismo se pasa de listo. Que el hipérbaton, como alteración del orden que las palabras tienen habitualmente en el discurso, está muy bien llevado en mi literatura, pero cuando ese orden se altera con manifestaciones como la del 27 («en la que sabemos que usted participó»), la cosa cambia. «Cambia tanto ―le respondí―, que de revolucionarios que fuimos a las veinticuatro horas, devenimos en mercenarios en menos de una semana». «Eres muy dado a la hipérbole ―apuntó él―, a la exageración de las circunstancias, los relatos o las noticias». «Eso hace todos los días la prensa ―le rebatí―, pero estamos tan acostumbrados…». Cité a continuación el proverbio chino que reproduzco en el libro: «“Impedir que se exprese la voz del pueblo es peor que detener el curso de un río”. Para qué sirve que cada vez tengan los ojos y las orejas más grandes, si no nos oyen ni nos perciben mejor. No es justo que haya seres humanos con derechos y seres “umapnos” sin ellos. No estoy por la división: si por mí fuera, Cuba se hubiera quedado con las seis provincias que tenía».
«Vayamos a ese cuento… ―alargó la frase como probando fuerza―. Se hace notoria la intención de recurrir a la intertextualidad para hacer guiños a un presente difícil, complejo, y que ustedes llaman contradictorio. No era necesario, por ejemplo, en una fábula donde confluyen varios animales de leyendas pretéritas, invocar al león y mencionar que con su anuencia están ocurriendo cosas feas en la selva. Tampoco decir que en la producción de carne se ha establecido un plan quinquenal gris y no se cumplen ciertos parámetros. Mucho menos, en la escena del consultorio, ante la frase de la enfermera de que esa vacuna, más que vacuna, es un país, poner en boca de Caperucita una expresión según usted antimperialista, pero de doble lectura y con muy mala leche: “Ay, enfermera, entonces no me ponga la Base Naval de Guantánamo”».
«¿No es magnífico que cada cual lo interprete como le venga en ganas, que no coincida lo que piense uno con lo que dilucide el otro?», pregunté. «Esa es la cosa ―dijo él―: necesitamos un arte con evidencias de otredad, pero hecho con buena fe. Se puede tener criterios diferentes siempre que se expongan en el momento y lugar adecuados, para que sean atendidos por los canales correspondientes».
No pude más y me fui, pidiéndole se metiera el libro por los canales correspondientes. Él engoló la voz para emitir una frase ya conocida que a mí se me antojó «Con la evolución todo, contra la evolución nada».