GUANTÁNAMO, Cuba. – Este 25 de junio se cumplen 180 años del nacimiento en Santiago de Cuba del Mayor General Guillermo Moncada. En su opúsculo Guillermón Moncada –quizás el primer intento de ensayo biográfico sobre el héroe–, el poeta guantanamero Regino E. Boti afirma que tuvo un origen humilde, pero que no desdeñó los conocimientos y la instrucción.
Fue un hombre inteligente y carismático y eso explica que poco antes del estallido de la Guerra de los Diez Años tuviera gran ascendencia dentro del ambiente revolucionario santiaguero, al extremo de que estaba considerado el líder natural de los patriotas.
Guerra de 1868: de soldado a General de Brigada
Guillermón Moncada se alzó a mediados de noviembre de 1868 bajo las órdenes del Mayor General Donato Mármol, quien en julio de 1869 lo designó segundo jefe de uno de los batallones de la División Cuba.
En 1870, al ser designado el Mayor General Máximo Gómez como nuevo jefe de la mencionada división, se produjo el encuentro entre ambos revolucionarios.
Afirma Regino E. Boti: “Uno de los primeros actos de Máximo Gómez fue conocer personalmente a todos los jefes que operaban bajo sus órdenes, y dispuso, para conseguirlo, una reconcentración de las fuerzas en el sitio conocido por Las Cuevas, en donde tenía instalado su campamento el coronel Policarpo Pineda, el de más renombre en Cuba entre los de su graduación. Cuando se realizaba la revista militar, Pineda se adelantó a Máximo Gómez, y señalando a Guillermo Moncada, le dijo estas palabras:
–General Gómez, le presento a mi primer capitán, porque es bueno y se puede tener confianza en él.
A partir de entonces Gómez confió importantes misiones a Guillermón, quien, desde julio de 1870 y hasta el fin de la guerra, participó en más de 40 acciones combativas en las que fue herido en tres ocasiones, dos de ellas de gravedad, y terminó la contienda con el grado de General de Brigada.
El héroe de la Guerra Chiquita
Calixto García, máximo líder de dicho levantamiento, lo designó jefe de las fuerzas del centro y del sur de la provincia de Oriente con el grado de Mayor General.
Debido al fracaso del nuevo intento libertario, junto con el entonces General de Brigada Antonio Maceo, Guillermón Moncada participó en el Acuerdo de Confluentes, mediante el cual capitularon ante las fuerzas españolas.
Las autoridades coloniales le permitieron salir del país, pero cuando se hallaba en alta mar rumbo a Jamaica fue detenido, trasladado a Puerto Rico, y desde ahí enviado a la cárcel en España.
Fue amnistiado en 1886 y, en septiembre de ese año, regresó a Santiago de Cuba. Tuvo participación en los preparativos del Plan Gómez-Maceo y en la conspiración conocida como “La Paz del Manganeso” (1890).
Por su activismo revolucionario estuvo preso desde el 1 de diciembre de 1893 hasta el 1 de junio de 1894 en el cuartel Reina Mercedes, de Santiago de Cuba.
Tanto era entonces su prestigio que José Martí lo designó jefe de la provincia de Oriente cuando preparaba “la guerra necesaria”.
El adiós de un grande de la Patria
Guillermón se alzó en Alto Songo al amanecer del 24 de febrero de 1895. Sin embargo, su salud estaba muy quebrantada por la tuberculosis adquirida durante su encierro en las cárceles españolas.
Murió en plena manigua, en el campamento de Joturito, Alto Songo, el 5 de abril de 1895.
Dos anécdotas que retratan al héroe
Durante la guerra de 1868 operaba en la zona de Guantánamo un odiado coronel de origen cubano, jefe de las guerrillas colonialistas, nombrado Miguel Pérez Céspedes. En esa zona también comenzó a operar Guillermo Moncada.
A la vuelta de un camino, el patriota cubano halló una maltrecha hoja de papel en la que estaba escrito:
“A Guillermo Moncada,
En donde se encuentre
Mambí: No está lejos el día en que pueda, sobre el campo de la lucha, bañado por tu sangre, izar la bandera española sobre las trizas de la bandera cubana.
Miguel Pérez Céspedes”
Al dorso de la hoja respondió Guillermón:
“A Miguel Pérez y Céspedes
En donde se hallare
Enemigo: Por dicha mía se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No me jacto de nada; pero te prometo que mi brazo de negro y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria. Y siento que un hermano extraviado me brinde la triste oportunidad de quitarle filo a mi machete. Mas, porque Cuba sea libre, hasta el mismo mal es bien.
Guillermón”
El encuentro entre ambos guerreros se efectuó el 16 de mayo de 1871 y Guillermón dio muerte al temido represor.
Hallándose preso en España recibió esta carta escrita por un exsoldado español que, junto con otros nueve, fue a realizar labor de inteligencia cuando se preparaba el combate de El Naranjo y fueron hechos prisioneros.
“Cádiz, 24 de enero de 1880
Sr. Dn. Guillermo Moncada
Mahon
Admirado general:
(…)
¿Recuerda Ud. General, cómo fuimos presentados a Ud? Éramos los diez reos de muerte, según leyes establecidas por Udes. En la manigua, según creo. ¡Ah! Su intervención decisiva nos salvó la vida. Resonarán siempre en mis oídos sus palabras de patriota:
Opino que a esos diez soldados se les debe dejar en libertad; ponerlos en condiciones de que no sufran percances hasta hallarse entre los suyos, y congratularles por el servicio desinteresado y espontáneo que realizaban en pro de su causa; porque merece alabanzas y no destierros ni patíbulos el soldado que ofrece su vida por conquistar una victoria.
(…)
A Ud. debo la dicha de estar en el seno de mi familia y de acariciar las cabecitas de mis pequeños. Acabo de llegar del norte y una noticia de un periódico me ha movido a escribirle esta carta. ¿Qué podría yo ofrecerle en cambio de la vida que me otorgó? La suerte le ha sido contraria, y hoy paga Ud. con una prisión los nobles esfuerzos que hizo en la manigua para que Cuba fuera independiente. Ud. en cambio premiaba a los españoles que tal hacían por la honra y el nombre de su patria y su bandera. Es bien triste; pero eso no quita para que yo sea su amigo y que le ofrezca cuanto tengo. En caso de alguna urgente necesidad no vacile Ud. en dirigirse a su, más que amigo, hijo.
Luis Zárraga”
Boti, usando una frase de un poeta clásico español, calificó a Guillermón como un “rayo de guerra”, pero esa luminosidad también acompañó a su inseparable hidalguía.
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