Los viejos manuales soviéticos de filosofía marxista-leninista dedicados al llamado materialismo dialéctico, aseguraban, quizás con razón, que las contradicciones eran la fuente de todo desarrollo, y las solían clasificar en: «fundamentales y no fundamentales», «internas y externas», «antagónicas y no antagónicas», etc. Luego aseveraban que las contradicciones antagónicas internas solían ser la causa básica de esa movilidad, de ese desarrollo, en tanto se generaban dentro de un sistema, órgano u organismo, y devenían en su perturbación y evolución correspondientes.
Esas presuntas verdades, que los cubanos que accedían a la educación media y superior aprendían de memoria, casi como los cristianos devotos aprenden la Biblia; unas veces para aprobar exámenes y otra por la convicción de que, asimilándolas, nos convertiríamos en sujetos con pensamiento dialéctico para enfrentar la vida y la comprensión del mundo, a veces se olvidan hoy. Una acusación frecuente para la época, cuando alguien insistía con obstinación en un argumento, era decirle: ¡no eres dialéctico!
Nos enseñaban, además, que la dialéctica se dividía para su estudio en «objetiva» y «subjetiva», con ello nos completaban el cuadro de comprensión de la movilidad inevitable de toda la realidad, aunque no siempre se asumía la necesidad del cambio para decodificar todas nuestras circunstancias. Por ejemplo, al valorar el proceso en las sociedades del llamado socialismo real, la mayoría de esos textos aseguraban que en el socialismo solo se revelaban contradicciones «no antagónicas».
Se insistía en que, tras la derrota de los antiguos explotadores y el establecimiento del denominado por entonces Estado de nuevo tipo, nos encaminábamos, en un espiral armónico, a la consecución del comunismo, donde se cerraría, presuntamente, el ciclo dialéctico de las negaciones. Era evidente que a nivel metodológico se asumía un cariz muy hegeliano para explicar estos asuntos.
Ello justificaba la unanimidad social y política, establecía como natural la inexistencia de objetores consecuentes dentro de los límites de la nueva sociedad y negaba que fuera posible la «reversibilidad del sistema». Sin embargo, lo que pareció ser, ya no es; vivimos actualmente en una sociedad que aspira a devenir modelo anticapitalista, pero que evidencia múltiples contradicciones internas, muchas de ellas de carácter antagónico, y que enfrenta a grupos y sectores que suelen tener, aunque no siempre proyectos irreconciliables, sí proyecciones contrapuestas en torno al país que desean.
Lo anterior permite afirmar que hoy en Cuba casi toda unanimidad es falsa, y quizás haya que afrontar definitivamente aquello que la vieja dialéctica enseñaba: las contradicciones internas son inevitables dentro de un sistema, y de ellas, las de carácter antagónico —esas que garantizan no solo la movilidad, sino además los cambios radicales dentro del conglomerado social—, nos son consustanciales.
Expresiones de tales contradicciones han aflorado desde hace años en diversos ámbitos, entre otros en torno a los modelos de familia y a los tipos de moralidades que deben aceptarse dentro de la cada vez más heterodoxa sociedad cubana.
Esto ha ocurrido, sobre todo, tras romperse en las mentalidades de no pocos, las viejas lógicas de lo que hasta la década de los noventa se denominaba moral socialista, y que en muchos presupuestos coincidía con la moral judeo-cristiana, de tanto influjo en la constitución del deber ser de la familia cubana: estructura monogámica, patriarcal, autoritaria con variaciones tras la salida masiva de mujeres al espacio público y el inicio de los debates en los sesenta referidos a la igualdad.
Es prudente recordar que aquel cuerpo moral defendido como socialista, impugnaba la infidelidad femenina, las orientaciones sexuales que rompieran con la heteronormatividad u «otros desvaríos»; y ello —salvo algunas críticas a la salida de los hijos del espacio familiar para incorporarse al sistema de becas generadas por la escuela al campo—, no provocó nunca choques frontales entre los sistemas religiosos más conservadores y sus presupuestos ético-morales vs las políticas del Estado a esos respectos.
Tampoco la religión contaba con bases sociales lo suficientemente sólidas para enfrentar conflicto alguno, especialmente tras las confrontaciones con el Estado en los sesenta y su consiguiente debilitamiento institucional y humano. En su transformación capital de la sociedad, que benefició a millones de individuos, cuando la Revolución puso a elegir a sus ciudadanos entre la fe religiosa y la adscripción al proceso: ¡las mayorías no tuvieron dudas!
En los noventa todo empezó a cambiar. La caída del socialismo real en Europa central, oriental y la URSS, aliados espirituales y estratégicos del Estado cubano por unos treinta años, no solo nos provocó la más grande crisis económica que haya vivido la nación en su historia, sino que además removió las bases filosóficas y espirituales que fundamentaban las convicciones de parte no despreciable del pueblo cubano en sus posturas cosmovisivas, morales y otras.
Una de las tablas de salvación a la que acudieron muchos para poder enfrentar la debacle que se vivía fue retornar al encuentro con las religiones. Quedó atrás el ateísmo, no solo institucional sino de actitudes, y se comenzó a presenciar lo que los investigadores que han tratado el asunto definieron como «reavivamiento religioso» en Cuba.
La nueva situación fue devolviendo sus bases sociales a las instituciones religiosas tradicionales, como la Iglesia Católica u otras denominaciones cristianas de larga data en la Isla; también visibilizó sin ambages las prácticas religiosas de origen africano, que incluso habían sido muy contenidas en la República Burguesa, a pesar del laicismo declarado de las dos constituciones republicanas.
Súmesele la aparición incontenible de nuevas formas de religión y religiosidad, que incluyen al islamismo, las religiones orientales y cada vez más al neo-pentecostalismo con su Teología de la prosperidad —muy vinculada conceptualmente al neoliberalismo como modelo económico e ideología política del capitalismo de fines del siglo XX e inicios del XXI—, a la que se han orientado iglesias y denominaciones protestantes y evangélicas más tradicionales.
Todas ellas tienen hoy voz suficiente para pretender dirimir conflictos y quizás salir airosas. La discusión del proyecto constitucional en el 2018, que devino Constitución de la República al año siguiente, fue expresión de su energía. La casi totalidad de estas instituciones pujaron por salir al espacio público o emitieron declaraciones objetando el proyectado artículo 68 de aquel texto, que reconocería un nuevo concepto de unión matrimonial y aceptaba la posibilidad del llamado matrimonio igualitario. ¡Nada igual se había visto en Cuba, por lo menos a partir de la década de los setenta del siglo XX!
Lo cierto es que el artículo de marras no fue aprobado, y durante los debates se emitieron más de 16.800 criterios adversos. Muchas de las iglesias y denominaciones, sobre todo cristianas, lo asumieron como una victoria simbólica y legal, pero quedaron alertas para otros posibles conflictos.
Al parecer llegó la hora. El Ministerio de Educación aprobó, presuntamente, la Resolución 16/2021[2] que legislaría la educación sexual de niños, adolescentes y jóvenes en el Sistema Nacional de Educación, y de inmediato, en las últimas semanas, se ha generado todo tipo de reacciones entre iglesias evangélicas, denunciando que la referida resolución irrespeta el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, y procura incentivar la llamada ideología de género en la formación de las nuevas generaciones.
A esta postura se sumó la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, con un comunicado por el Día de los Padres, el domingo 20 de junio, que dedica, en tono denunciatorio, por lo menos seis de sus acápites al asunto.
¿Qué tipifica a esta reacción? ¿Qué es la presunta ideología de género que tanto revuelo provoca? ¿Puede tener consecuencias frente al futuro referéndum en que se debe aprobar el nuevo Código de las Familias? Por razones de espacio, estas respuestas se ofrecerán en un próximo artículo.
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[1] No se ha podido acceder a la vilipendiada Resolución en la página que tiene habilitado el MINED para ello.