Sí, merecidísima la debacle de Estados Unidos en la ONU este miércoles 23 de junio, cuando 184 de los países presentes en el Hemiciclo de Naciones Unidas votaron ¡Sí! a la Resolución de Cuba que exige poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero de Washington contra la isla, en la que constituyó la ocasión número 29 desde 1992 en que el organismo mundial aborda el tema. Solo EE. UU. e Israel votaron en contra, mientras Colombia, Ucrania y Brasil se abstuvieron.
Emocionado por este resultado, el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, expresó minutos después en Twitter: “¡Contundente victoria! El discurso imperial cínico, mentiroso y calumnioso es tan inmoral, descarado y obsoleto como lo es el criminal bloqueo. El mundo está con Cuba. Se aísla EE. UU., no tiene derecho a sancionar”.
Muy conmovedoras también para este redactor resultaron las palabras expresadas por la mayoría de los representantes de delegaciones que explicaron su voto, por la solidaridad que traslucen, el respeto y el cariño hacia nuestra patria, henchidas de admiración por sus logros científicos, al punto de convertirse en el primer país de América Latina y el Caribe en contar con sus propias vacunas para combatir la mortal pandemia de COVID-19 que asola a la humanidad.
Realmente, lo ocurrido este miércoles en la ONU lleva a la reflexión de que, en el país de los “tanques pensantes”, uno no puede menos que preguntarse qué pensarán Biden y su entorno político, así como los ideólogos de su partido, ante esta derrota apabullante con la etiqueta de 2021, la cual año tras año han compartido demócratas y republicanos durante su alternancia en el poder en la poderosa nación imperial, hasta que Barack Obama, el primer presidente afroamericano en su historia, cayó en cuenta de que, para obtener resultados diferentes, había que hacer cosas diferentes.
Sobrevino entonces aquel instante casi mágico en que, al discutirse en 2016 la moción cubana contra el bloqueo, Washington se abstuvo, al igual que su aliado sionista y no hubo ningún voto en contra.
Ahora uno se pregunta: ¿Por qué insiste Washington en volver a la mil veces fracasada política de estrangulamiento a la isla, cuyo único éxito ha sido hacer sufrir al pueblo cubano, sin que puedan quebrantar su voluntad de lucha, su vocación internacionalista y su decisión de construirse un futuro propio e independiente a cualquier precio, empresa en la que ha ganado en buen lid la solidaridad y simpatía de pueblos y gobiernos en todo el mundo?
Cuba ha logrado lo que prácticamente ningún país desde la fundación de la ONU en 1946 y es la de cobijar bajo la bandera de la exigencia del fin del bloqueo a la comunidad internacional en pleno; esto, dicho en el sentido más amplio de la palabra no cómo la ha usado EE. UU. cuando ha conseguido arrastrar a un grupo de vasallos para apoyar sus torcidas causas e intereses mezquinos en su afán de imponer a otros sus puntos de vista y forzar cambios de régimen a lo largo y ancho del planeta.
Hoy Estados Unidos solo puede ufanarse de contar con un gran poderío militar y económico, pues su caudal político está cada vez más quebrantado debido a que su prepotente proyección internacional, basada en la fuerza y no en la razón, le enajena cada vez más el apoyo de pueblos y gobiernos.
A poco menos de seis meses de su asunción como mandatario de la superpotencia, Joe Biden no ha movido un dedo para eliminar ni una sola de las 243 medidas de estrangulamiento contra Cuba adoptadas por su predecesor en la Casa Blanca, Donald Trump, entre ellas aquella descabellada de incluir a la isla en la arbitraria lista de naciones que apoyan el terrorismo o no hacen lo suficiente para combatirlo, que el magnate neoyorquino promulgó nueve días antes de dejar la presidencia.
Biden, como Trump y como todo el estamento político norteamericano saben de memoria que la patria de Martí no tiene nada que ver con el apoyo a ese flagelo, pero necesitan esa infamia para arreciar más aún el cerco contra la isla. No estaría mal que el mandatario recordara lo que le pasó a Kennedy en Bahía de Cochinos por seguir fielmente la política de su antecesor republicano Dwight D. Eisenhower.
Algunos analistas políticos plantean que ha llegado para Biden la hora de definir su política hacia Cuba, que no hay excusas para la demora y que pronunciarse sobre el bloqueo es una obligación moral del actual presidente, sobre todo porque esa fue una de sus promesas de campaña ante millones de electores estadounidenses.
Él mismo debería pensar que los sectores de centro, y sobre todo los de la izquierda representada por Bernie Sanders, le dieron su apoyo contando con que no seguiría las retrógradas políticas puestas en práctica por Trump, aunque hasta ahora parece que ha continuado el mismo guion del repudiado señor que alentó el asalto al Capitolio por una turba de fanáticos y echó por tierra lo que pudo haber quedado del prestigio democrático de USA. Por algo el politólogo Noam Chomski ha expresado que “la política de Biden es, en buena medida, indistinguible de la de Trump”.
Está en las manos del actual mandatario hacer la diferencia con alguien que, con sus bufonadas, atropellos y desplantes, clasificó como un ser abominable para amigos y enemigos. Debe entender que, de vez en cuando, debe hacer algo que complazca a sus electores y una de esas iniciativas puede ser empezar a demoler el infame entramado trumpiano contra Cuba.
No es de subestimar que hace escasos días la Cámara de Representantes del Estado de Illinois aprobó una resolución que pide al Congreso eliminar el bloqueo económico, comercial y financiero que el gobierno de Estados Unidos mantiene contra Cuba. Según la embajadora cubana en Washington, Lianys Torres, el documento es el número 33 que adopta una autoridad local o estadual del territorio estadounidense en aras de mejorar las relaciones bilaterales.
Si Biden deja de titubear y cumple sus promesas de campaña no solo quedará bien con su conciencia, sino que ayudará a que muchos norteamericanos y cubanos tengan trabajo; desde los empleados de líneas aéreas, puertos y aeropuertos, hasta los agricultores, tripulaciones de cruceros y muchos otros, y evitará atraer para sí el odio profundo que suscita cada vez más en el pueblo de Cuba la política criminal de bloqueo que con su inacción ha hecho suya.
El oportunismo de Trump, que hizo del coronavirus un aliado en su guerra económica contra la isla, puede macar profundamente a Biden hasta el punto de que, en el imaginario popular, no haya diferencia apreciable entre el expresidente y el político que un día representó una esperanza de cambio y de relaciones mutuamente beneficiosas entre La Habana y Washington.