No es libre el que obra por miedo al castigo, sino el que obra por amor a la justicia.
San Agustín de Hipona
(354-430 d.n.e.)
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En un artículo anterior aludí al miedo como causa del inmovilismo social ante la defensa de derechos cívicos. Es un síntoma y consecuencia del daño antropológico que padecemos, ligado a la restricción de la libertad.
Como sensación angustiosa, provocada por un peligro real o imaginario, el miedo es una de las emociones básicas, primarias y universales de los seres humanos. Regula la conducta, permite adaptarse al contexto y tiene dos salidas: afrontarlo o evadirlo.
En lo sociopolítico, el miedo puede instalarse para dominar y contribuye incluso a que el individuo, con el fin de sobrevivir, renuncie a la libertad. Ayuda a someter a la mayoría, a eliminar contrarios, neutralizar criterios, restringirlos al espacio privado y provocar incertidumbre sobre el futuro.
Es una actitud disfuncional y dañina que obstaculiza al desarrollo pues, al expandirse en el imaginario social, va debilitando la acción, el pensamiento crítico y la capacidad de los ciudadanos para imaginar una sociedad mejor.
El miedo en nuestro tejido social
Existen diversos tipos de miedo: a perder el trabajo, la vida, el prestigio, la familia, que se activan más en etapas de crisis como la que actualmente genera la pandemia. Pero en sistemas opresivos ellos se convierten en norma y multiplican sus efectos.
Es una reacción de la naturaleza humana. Cuando se estimulan sus temores, el individuo se torna vulnerable a mecanismos de manipulación psicológica. No es preciso sufrirlos directamente, basta con ser testigo directo o indirecto para que el miedo se instale en la mente. La persona intenta alejarse de fuentes de peligro, lo cual produce su aislamiento, impotencia y frustración, que suele derivar en tendencias autodestructivas.
En Cuba, el miedo «real», el «social» y «a la incertidumbre» son los principales. El primero se experimenta por los que son reprimidos; el segundo responde a un estímulo externo como la criminalización, que afecta la dignidad de la persona e inhibe sus relaciones. El último existe cuando cuesta visualizar el futuro y, por tanto, la persona no sale de su zona de confort.
Al derivar del poder, sus efectos penetran en el tejido social y dañan a la sociedad. Se articulan en el discurso político con la presentación de un enemigo convincente —interno o externo— para señalarlo, deshumanizarlo, eliminarlo o neutralizarlo, e infundir temor en el resto.
El mensaje se monta así en los miedos naturales del individuo. El filólogo español Fernando Ariza ha dicho: «Los líderes más hábiles (…) saben que un par de eslóganes encienden más el corazón (…) que un puñado de datos fríos, ambiguos y complicados. También saben que la crisis económica no es suficiente, (…) siempre es bueno potenciar el miedo del individuo para que les siga con verdadera pasión».
El enemigo descrito por Orwell en 1984 se ha manifestado en realidades capitalistas y socialistas. Como las personas precisan socializar, se las puede convertir en «masa», con lo cual ceden su criterio y su libertad al líder para que tome decisiones por ellas.
Dictadores en Europa, Asia y América Latina se definieron por el uso de tal mecanismo de dominación durante el siglo XX. Si bien las fórmulas originales quedaron atrás, muchas ideas de tendencia totalitaria se conservan bajo nuevos formatos.
En nuestro medio, la reiterada invocación «al enemigo» en el discurso y la propaganda, y la desconfianza en todo y todos, excepto en lo que emane desde el poder, son muestra de ello. Nos infundieron el temor a disentir en público, abandonar una organización política o de masas, escribir algo crítico o «cuestionar» decisiones oficiales. Vivimos llenos de aprensiones: a hablar por teléfono libremente, a que se nos impida la salida o entrada al país, perder el trabajo o los estudios, ser sancionados, criminalizados, perder prestigio y quedar aislados.
Padecemos incluso los denominados «miedos ocultos» por el profesor Robinson Salazar: «silencio, auto encierro, (…) olvidar lo observado, negar los atropellos, desinteresarse de lo colectivo (…) y encerrase en el mutismo de nada se, nada vi, soy ajeno a todo».
La propaganda, los poderosos mecanismos de control social, el papel del liderazgo y la dependencia del Estado han sido fundamentales. Esto se constata en diversas esferas. Sobre la cultural, Leonardo Padura asevera: «(…) comenzó a funcionar prácticamente desde el principio (…) el Estado del miedo, el miedo como elemento condicionante a la hora de pensar (…) realizar (…) y promover la obra. Ese miedo mediatiza por completo el desarrollo del arte».
El monopolio estatal cubano sobre la totalidad de los medios, permitió durante décadas todas las variantes posibles de manipulación de masas. La censura, la propaganda política y la presentación del paraíso cubano frente a un mundo caótico han sido códigos permanentes.
Salvando la distancia entre los documentales La dictadura del algoritmo (Cuba) y el norcoreano Propaganda, puede derivarse una conclusión similar. No son falsos sus mensajes, pero si colocamos los catalejos al revés, son similares la valoración —en términos de manipulación— e intencionalidad política de ambos.
La superación del miedo y la libertad
El psicoanalista alemán Erich Fromm sostuvo que el miedo restringe la libre y propia voluntad, imposibilita la realización individual y obstaculiza el desarrollo del pensamiento. Por tanto, menoscaba los derechos humanos, perturba el funcionamiento de la sociedad y el ejercicio de la ciudadanía. Con el tiempo se naturaliza y convierte en una especie de institución informal.
Para superar esa condición es preciso concientizar el problema, apreciar la libertad como valor y ejercer los derechos. No obstante, al ser un fenómeno social que afecta la vida y el progreso del país, se requiere eliminar las causas que lo originan.
Como la libertad es principio esencial en la vida, tarde o temprano se impondrá, por efecto de la crisis y porque siempre hay inadaptados que influyen en los demás. Ariza ofrece una lección útil: «Sospechad (…) de las soluciones sencillas a los problemas complejos, del que nos señala un enemigo concreto y malvado, del líder carismático y del eslogan pegadizo que nos remueve el corazón».
Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com