El VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) reiteró y ratificó una vez más la caracterización del Partido como «Partido de la Nación Cubana», formulación que se inscribe como una idea fundamental desde el IV Congreso (1991).
¿Es acaso válida tal declaración? ¿Se corresponde con nuestra realidad socio-cultural y nacional y con las tendencias que configuran nuestro desarrollo hoy en día? Considero que este enunciado no se ajusta en nada a lo que pretende reclamar. Creo además que se impone para la dirigencia actual reconsiderar seriamente semejante fórmula en aras de su propia credibilidad, prestigio y un poco de necesaria modestia.
No se tome esto como un cuestionamiento infundado e insolente; tampoco como un intento de subversión ideológica, propaganda enemiga u otras suspicacias e intentos habituales de descalificación. Trato de abordar el asunto con la mayor seriedad y rigor posibles e invito a reflexionar acerca de esta importante cuestión. A continuación algunos argumentos y criterios que pueden aportar al debate:
1. En la primera década de existencia del Partido (1965-1975), la sociedad cubana alcanzaba elevados niveles de homogenización económico-social luego de las estatizaciones absolutistas, con lo cual se culminaba una larga etapa de luchas y transformaciones significativas en materia de beneficios sociales. Tal escenario, unido al talento y carisma de Fidel, la permanente confrontación con EE.UU. y un exilio al servicio de este, propiciaron un contexto político e ideológico de apoyo mayoritario a la Revolución. Con justeza podía el Partido reclamar y aspirar a una condición de vanguardia del pueblo o, al menos, de sectores mayoritarios del mismo.
2. No obstante, se tendía a ignorar y subestimar los efectos de desgaste económico y social —y sus efectos sobre el posicionamiento político de no pocas personas— que años de privaciones y carencias materiales originaban. Los episodios de Camarioca y los llamados «vuelos de la libertad», no solo fueron síntomas iniciales de una tendencia hostil, de descontento, de alienación, que encontraba en la opción de emigrar hacia EEUU, su mejor solución.
Para finales de los años sesenta, el comandante Sergio del Valle, ministro del Interior por entonces, advertía en una conferencia a puertas cerradas que comenzaba a constatarse un fenómeno esencialmente nuevo: la composición de clase de «los que se iban» empezaba a cambiar; ya no eran «burgueses siquitrillados», sino gente trabajadora, humilde, de la ciudad e incluso de zonas rurales. Este enfoque, lamentablemente, no se tradujo en oportunos diseños de políticas que analizaran con realismo las nuevas tendencias.
3. Lo anterior antecede y explica en buena medida —junto a la influencia desmitificadora de los «vuelos de la comunidad»— el conflicto de la embajada de Perú y del Mariel (1980), cuyo análisis, dominado por la confrontación y las vejaciones (calificaciones de «escoria», brigadas de respuesta rápida y actos de repudio), no propiciaron una rectificación en la dirección que apuntara tempranamente el comandante Sergio del Valle.
4. Entre tanto, los cambios generacionales pasaban completamente inadvertidos. La generación que había luchado contra Batista envejecía visiblemente, y a su alrededor se creaba una estructura de intereses y bienes materiales que beneficiaría también a hijos y nietos. En tanto, la población joven crecía en un ambiente donde el pasado de lucha se convertía en vaga referencia de los viejos o de heroísmos de tiempos idos, mientras que el presente era una contienda diaria por resolver frente a las recurrentes carencias, fenómeno que se agudizará al extremo con el colapso del llamado «socialismo real» en Europa Oriental y la URSS.
5. Este colapso —más allá del agravamiento de la crítica situación material del país— tuvo otro efecto del que no se habla: las jóvenes generaciones, educadas en la creencia de una superioridad del sistema socialista mundial, veían con estupor desmoronarse toda la arquitectura de supuestos principios, valores y alianzas sobre los cuales habían sido aleccionados.
Dicho factor promovió decepciones, la sensación de haber sido engañados, gran frustración y el consabido saldo de desencantos, que se tradujo en diversas opciones, desde optar por diversas creencias, cultos e Iglesias, sociedades fraternales hasta mil formas de prácticas de corrupción y siempre la recurrente opción de emigrar hacia EE.UU. (la pira pa’ la Yuma).
Cuando Luis Orlando Domínguez, ex-secretario general de la UJC y miembro del Comité Central, fue enjuiciado por un caso de corrupción, su principal argumento sería: «Yo hice lo que veía hacer a otros dirigentes», ello hace recordar la famosa frase, popular en Cuba antes del 59: «Inmoralidades sin mí no, porque las combato; a mí hay que llevarme».
Culminación trágica de semejante tendencia la van a representar poco después los sucesos del caso Ochoa-Abrantes (1989) y, durante las décadas siguientes, los casos del comandante Rogelio Acevedo y su esposa, el caso Aldana y el del general de Cuerpo de Ejército Abelardo Colomé Ibarra (Furry) y sus hijos, así como otros menos conocidos que involucraron a ministros y altos directivos gubernamentales.
6. El costo de estos últimos episodios golpeó severamente los niveles de autoridad moral, prestigio y credibilidad de la dirigencia. No admitir esto es pura ceguera. No por casualidad, el entonces miembro del Buró Político, Jorge Lezcano, advertía con preocupación acerca de la posibilidad de tener que «gobernar en minoría», razonamiento este no solo de señalada gravedad, sino absolutamente inaceptable.
En un contexto tal, proclamarse «Partido de la Nación» aparecía a los ojos de no pocos como una pretensión irreal. No menos irreal es persistir actualmente en la misma formulación. Tiene un parentesco lamentable con la conocida frase del rey francés Luis XIV: «El Estado soy yo».
7. La Cuba de estas últimas décadas no es la de la lucha contra Batista, la de Girón, el enfrentamiento a los alzados de la contrarrevolución, la Crisis de Octubre y las gestas internacionalistas; es la de una muy precaria sobrevivencia, derivada de un Partido/Estado monopolista-absolutista que se aferra a un modelo probadamente inoperante, inseparable del mundo de escaseces y de la incesante y devastadora guerra económica por parte de EEUU, agravada hoy al extremo por los efectos de la pandemia.
8. Cuba es una sociedad donde se han acentuado de mil maneras diferentes los procesos de diferenciación económica y social, con muy diversos sectores extendidos a actividades particulares y privadas —que eufemísticamente se insiste en denominar «sector no estatal».
En la que los sectores agrícolas privados y de arrendatarios, y no las cooperativas agrícolas, ven anuladas sus potencialidades, —lo mismo o peor ocurre con las CAN (Cooperativas No Agrícolas)— como resultado directo del control e injerencia estatal.
En la que existen dos tipos de ciudadanos, los que disponen de MLC (moneda libremente convertible) y los que dependen casi exclusivamente del peso. Tenemos hoy una población activa que bordea el millón de personas y que ya no depende para su sustento de un salario del Estado, fenómeno insólito cuatro décadas atrás.
A cada uno de estos sectores corresponden intereses y aspiraciones específicas, horizontes diferentes, ideas y propuestas propias que no tienen necesariamente que coincidir, o ver como aceptables, las que proponen y disponen el Partido y su gobierno.
9. Desde otro ángulo nos enfrentamos a la problemática migratoria que supone también un desafío de proporciones mayúsculas. Casi un millón de cubanos — más si sumamos su descendencia— han emigrado hacia EE.UU. y, en gran parte, alimentan una hostilidad manifiesta hacia las autoridades cubanas, al extremo de pronunciarse mayoritariamente a favor del ex-presidente Trump.
¿Son o serán considerados parte de la nación cubana? Su entrelazamiento hoy con la población de la Isla alcanza cimas insospechadas en un pasado distante. Más de 600 000 visitaron Cuba antes de la pandemia, cifra impresionante con una carga diversa de influencias, valores y conexiones.
¿Se les visualiza como parte de la nación o no? En correspondencia, ¿se les extenderán plenos derechos o no? ¿Se pondrá fin al conjunto de restricciones y costos que limitan sus posibilidades de viajar normalmente a su país de origen, sobre aquellos que hayan conservado su ciudadanía? ¿Tendrán derecho a alguna representación parlamentaria organizada?
Las conferencias llamadas «La Nación y la Emigración» estuvieron quince años sin convocarse. Se enajenaba así un componente importante e inevitable de nuestra nación. ¿Acaso no interesan?, ¿no hay posibilidades de trabajar sobre las diferencias y probables coincidencias?, ¿es que a «La Nación» no le concierne este considerable segmento de nuestra población, aunque hayan renunciado a su ciudadanía por conveniencias elementales? ¿Los excluimos como integrantes de la nación?
10. Este universo económico y social ofrece un cuadro que cuatro décadas atrás no existía, pero que hoy se manifiesta de maneras diferentes y con un nivel de interacciones, difusión e influencias sin precedentes gracias al espacio cibernético y las redes sociales.
Es una diversidad que debe —tiene—, que ser asumida en toda su complejidad, asegurando los pasos y mecanismos que posibiliten expresarse legítimamente —unas veces coincidiendo, otras discrepando, con propuestas diferentes y hasta en franca oposición—, sin que nadie se ofenda o escandalice.
Esto deberá reflejarse en todos los planos: Partido, Gobierno, Asamblea Nacional y en los medios oficiales, sin verticalismos ni comportamientos lineales, sin exigir lealtades basadas en la intolerancia, la obediencia incondicional ni el voto a mano alzada. ¿Es acaso infundado o inaceptable que esta diversidad llegue a tener representaciones dentro del Partido e incluso en partidos diferentes? ¿O es que ya se nos olvidó aquello de «base y superestructura»?
11. Seamos razonables en abordar la diversidad actual y su incremento futuro si se pretende un rediseño integral del modelo y no solo colocar parches. Ello es imperativo para el inevitable reordenamiento económico y político de la totalidad del sistema. Esta nación heterogénea hoy y mucho más mañana, exige el replanteo.
12. El Partido puede ser el Partido de muchos y puede aspirar —mediante su práctica efectiva— a ser el Partido de vanguardia de otros, pero de ninguna manera auto-invocarse como Partido de la nación. Esta última es muchísimo más diversa. Como afirmé al inicio, se imponen un replanteo total y un debate nacional.