Volver a Palabras a los intelectuales después de sesenta años, puede ser útil y aleccionador. Es parte de la época gloriosa de la Revolución y permite evaluar pertinencia, aportes y contrastes.
Con ese nombre se conoce la intervención de Fidel Castro ante escritores y artistas el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional. La precedieron dos reuniones, motivadas por discrepancias y preocupaciones debidas a la censura del documental «PM». Posterior a ella se constituyó la UNEAC.
Todas las generaciones rehacen la Historia con nuevos métodos, fuentes, paradigmas teóricos y con la visión de su época. No es lo mismo vivir el acontecimiento, que estudiarlo tiempo después. Lo que entonces era el futuro ya ocurrió, por eso la pasión cede a la objetividad y a la contrastación del discurso con la práctica.
La recurrencia de los disentimientos entre gobierno e intelectuales y artistas durante estas décadas no ha sido casual. Como expresé en entrevista reciente, la verdadera condición del intelectual se manifiesta cuando, con independencia de su ámbito profesional, reflexiona críticamente sobre la sociedad de su tiempo para tratar de influir en ella. Por eso suele ser incómodo al poder, aun cuando compartan doctrina política.
El contexto y la pertinencia del discurso
Todo discurso político pertenece a su contexto. La Revolución cubana fue un parteaguas y estaba en plena ebullición en junio de 1961. Tres complejos fenómenos de ese tiempo incidieron en el asunto que se ventilaba en aquellas reuniones:
1. La extraordinaria expansión de la esfera cultural, una real democratización de la creación y el consumo nacionales. Un amplio abanico de oportunidades se ofrecía a escritores, artistas y a las mayorías.
2. La confrontación revolución-contrarrevolución y la hostilidad de los EE.UU. que rompió relaciones diplomáticas a inicios de ese año. Hacía apenas dos meses había ocurrido la invasión por Playa Girón. La preservación y defensa de la Revolución eran fundamentales.
3. La existencia de diversas ideas y corrientes estéticas dentro del mundo intelectual y artístico, junto a preocupaciones e incertidumbre sobre la libertad creativa. Se conocían el significado y consecuencias del «realismo socialista» y hacía dos meses se había proclamado el carácter socialista del proyecto.
Las pautas de Palabras a los intelectuales
Hasta ese momento los cambios en la cultura eran emergentes, ambiciosos y complejos, algo usual en tiempos de revolución. Junio de 1961 fue el momento de pautar la relación del nuevo poder con el sector intelectual. Cuatro tópicos del texto serían claves:
1. El mensaje principal: legitimar la Revolución y conferirle prioridad en cualquier análisis. «La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma». «¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación (…)? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, (…) vaya a asfixiar el arte, (…) o la Revolución misma? ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?».
2. El énfasis en el «deber ser» de los intelectuales y artistas, como compromiso de servir a la Revolución: «(…) el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución».
3. La censura oficial sobre la producción cultural, por su significado en la educación del pueblo: «(…) si impugnamos ese derecho entonces significaría que el gobierno no tiene derecho a revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo. (…) ese es un derecho que no se discute». «Nosotros apreciaremos su creación siempre a través del (…) cristal revolucionario: ese también es un derecho del Gobierno Revolucionario (…)».
4. La libertad de «forma» y «contenido». Énfasis en que la Revolución es libertad y aceptación del consenso sobre la formal. Sin embargo, «La cuestión se hace más sutil y (…) esencial (…) cuando se trata de la libertad de contenido (…) el punto más sutil porque (…) está expuesto a las más diversas interpretaciones (…) más polémico (…) por su relación con prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades para decidir sobre la cuestión».
Veintiséis años después, ante el Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) Fidel explicó que en aquel momento decidió evadir la cuestión del «realismo» y enfocar la libertad formal, de ahí que cuando expresó «Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada», significaba «Vamos a emplear con absoluta libertad cualquier forma de expresión».
Luces y sombras después de aquel día
La cultura cubana ha cosechado grandes logros. Sin embargo, el costo ha sido alto, se ha perdido talento y las contradicciones se han multiplicado. Como otras esferas, está marcada por las características del modelo socialista, para el cual la creación debe corresponder con la política oficial.
En la conciencia social se ha instalado un fenómeno de equivalencia para el cual Revolución=Gobierno, lo que tiene diversas implicaciones negativas. Ello se viabilizó dada la permanencia en el poder de una generación y una figura central, Fidel Castro, que representaron a la Revolución triunfante y luego al Gobierno durante varias décadas. Palabras…. fue un hito importante. Esa forma corpórea que inicialmente adquirió la Revolución terminó por asimilarse y reproducirse en las grandes mayorías.
Del discurso de marras ha trascendido otra oración similar a la anterior: «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho». Las dos notorias frases se conocen más que el texto, pues la práctica posterior generó muchas sombras asociadas a ellas.
Una entrevista de 2011 a Leonardo Padura se titula: «Tengo miedo, pero me atrevo». En ella, el laureado escritor propone un repaso crítico de la evolución de tal dilema en la cultura cubana y asevera:
«La aplicación práctica de esa sentencia [se refiere a la famosa frase de Fidel] fue la peor de las posibles (…) Ese Estado todopoderoso (…) empieza a llenarse de un pensamiento burocrático —en un proceso típico de las revoluciones socialistas—, y ese pensamiento burocrático tiene un carácter conservador, retardatario y reaccionario (…)».
La supeditación de la sociedad, y en particular de la cultura, al Estado y a la política oficial, fue un rasgo fundamental desde los sesenta. El principal detonante fue el caso del poeta Heberto Padilla, que provocó la primera carta abierta de intelectuales del mundo a Fidel, en 1971.
A partir de entonces se cimentaron el miedo, el silencio, el evadir temas que rozaran lo político y la tendencia a escribir y hablar de acuerdo con lo políticamente correcto. Tal realidad solo empieza a cambiar durante los noventa, cuando el Estado comenzó a perder el control absoluto en muchas esferas, incluida la cultura. No obstante, ahí están los casos del CEA, las expulsiones de profesores y la represión y el éxodo de intelectuales. Más recientemente, los decretos 349 y 370 contra el arte, el periodismo independiente y el acceso a la información.
Palabras a los intelectuales fue una pauta para la política cultural,[1] no la política en sí misma. ¿Qué sentido tiene usarlas como estandarte y consigna para recrear la épica de la Revolución y su líder, o para seguir invocando en su nombre una «unidad» subordinada al gobierno? ¿Qué sentido tiene una excelente pieza oratoria en política si no se contrasta con la realidad?
Si un fragmento de aquella intervención tiene potencialidades hoy para ser un verdadero referente es este: «Revolucionario es también una actitud ante la vida, (…) ante la realidad existente. Y hay hombres que se resignan a esa realidad (…) y hay hombres que no se pueden resignar (…) y tratan de cambiarla: por eso son revolucionarios (…). Es precisamente (…) la redención de su semejante (…) el objetivo de los revolucionarios».
Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com
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[1] Se habla de políticas culturales más que de política en singular porque se ha ido adecuando a los tiempos y la institucionalidad del Estado, sin contar con un texto único que la clarifique. El Ministerio de Cuba tiene, como parte de la información de la UNESCO, un documento al respecto, que dice muchas cosas ciertas pero sobre todo no permite contrastarlo con la realidad cuando de esos límites se habla.
Declara como documentos rectores a: Palabras a los intelectuales (1961), El socialismo y el hombre en Cuba ( ), I Congreso de Educación y Cultura (1971), Constitución de la República de Cuba (1976), Tesis y Resoluciones sobre la cultura artístico-literaria del I Congreso del Partido (1975), Documentos del V Congreso de la UNEAC (1993) y más recientemente los Objetivos de la I Conferencia del Partido (2012).
Este último se resume en el objetivo 58: «Consolidar la política cultural de la Revolución, definida por Fidel desde 1961 en sus Palabras a los intelectuales, caracterizada por la democratización del acceso a la cultura, la defensa de la identidad y del patrimonio con la participación activa de los intelectuales, artistas e instituciones culturales, en un clima de unidad y libertad». Ver: www.lacult.unesco.org/docc/Politica_Cultural_Cubana_2018.pdf