Caminaba por la calle Llano con la misma familiaridad con que lo hacía, cuando muchacho, por el batey de Birán, nacido a ambos lados del Camino Real, a la vera de la sierra de Nipe. Ello sí, andaba despacio por el empedrado centenario que, pendiente abajo, casi desemboca en el río Yayabo.
—Esa mañana le brillaban los ojos, el uniforme verde olivo; estaba risueño, recuerda Inocencia Valdés, una de los tantos espirituanos que colmaron las aceras de la emblemática calle para saludar al entonces Segundo Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz.
Era el miércoles 5 de junio de 1985. El también Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cumplía con su palabra de recorrer, palmo a palmo, la provincia espirituana. Lo había anunciado, ante decenas de miles de coterráneos concentrados en la Plaza de la Revolución Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, durante la celebración del Primero de Mayo. Igualmente, ese día, Raúl, no dado a derrochar elogios, consideró a Sancti Spíritus como “magnífica” provincia por sus resultados socioeconómicos y en la defensa territorial.
Por esa fecha, el actor de segunda que gobernaba los destinos de la Casa Blanca, Ronald Reagan, veía las sombras del comunismo por todos los rincones; el mandatario cowboy apostó por la carrera armamentista, como si se tratara de una liza de caballos. No únicamente la Unión Soviética; sino también Cuba permanecía en la mirilla de Washington. Mejor que nadie lo conocía Raúl, quien aquel Día del Proletariado Mundial y a los pies de nuestro guerrero ilustre que dormía siempre con el machete desenvainado, aludió al escritor ruso León Tolstói. La guerra es contraria a la razón humana, había expresado el novelista; el orador lo recordó. Acuñó la frase del autor de La guerra y la paz; pero hizo la salvedad: hay contiendas necesarias, como la iniciada en la manigua cubana y las que sobrevinieron.
“Habíamos hecho un trabajo muy serio en la preparación para la defensa, y Raúl lo reconoció —asevera Joaquín Bernal Camero, entonces primer secretario del Partido en la provincia—. Aquel fue su primer discurso ante los espirituanos. Esa visita nos estimuló a trabajar más y, como prometió, estuvo de regreso a las pocas semanas”.
A Inocencia nadie se lo contó; ella lo apreció con sus ojos de mar profundo en la calle Llano, y luego lo vio bajar hasta las márgenes del Yayabo ese 5 de junio, la primera de las tres jornadas continuas que departiría con el pueblo en los ocho municipios.
De todos los encuentros, Bernal Camero deja un espacio singular para al intercambio de Raúl con los pioneros en el zoológico El Bosque. Los niños y él hablaron con desenfado. Nada sugería que fuera el mismo combatiente que aparecía en la foto publicada en los libros de Historia, junto a Fidel, Almeida y otros asaltantes al cuartel Moncada, captada a la salida del Presidio Modelo, de Isla de Pinos, el 15 de mayo de 1955. Por un momento, el dirigente se quitaba la boina y se la ponía a uno, a dos niños, y luego se retiró para completar su recorrido por la ciudad, que comprendió, entre otros sitios, instituciones culturales, el Combinado de Productos Lácteos Río Zaza y la Escuela Militar Camilo Cienfuegos.
Al día siguiente, camino a Fomento, el Historiador de Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler, trajo de regreso pasajes protagonizados por Ernesto Guevara y su Frente de Las Villas en el Escambray y el llano. A 36 años, lo rememora Joaquín Bernal. En esas tierras del Che, Raúl se puso al tanto del Plan del Médico de la Familia y de otros programas socioeconómicos, como ocurrió ese 6 de junio, además, en Cabaiguán y Trinidad.
Yaguajay, Taguasco, Jatibonico y La Sierpe completaron el itinerario del día 7. En cada lugar hubo tribuna sin los podios solemnes. Raúl le hablaba casi al oído al pueblo; como lo hizo desde el portal del Museo Municipal de La Sierpe. “Les traigo un saludo de Fidel”, dijo, me narraría después alguien entrañable.
El abrazo llegaba de quien relataría cómo vino al mundo su hermano Raúl el 3 de junio de 1931, en Birán. El gallego don Ángel no sabía ya qué hacer con el sombrero. Los cedros despertaban por la algarabía de las tojosas y los sabaneros. Lina no daba a luz todavía; el desconcierto casi vencía a la comadrona Isidra Tamayo. Fidel seguía en el corredor. Justo a la una de la tarde, el llanto rebelde del recién nacido devolvía la tranquilidad a la familia. Al salir del cuarto, Isidra lo remarcaba con una sonrisa de oreja a oreja.