Tokio es una pesadilla. Al menos para el béisbol cubano, desde que John Axford con su ponche a Lisbán Correa truncara la ilusión de quienes veían a Japón como un sueño posible.
El desenlace fue tan dramático como rápido. Dos presentaciones al hilo y Cuba no pudo saborear ni siquiera el saldo de un triunfo que al menos la mantuviera con esperanzas de pasar a la súper ronda del preolímpico de Las Américas, y de ahí a un último clavo caliente.
Esa es la realidad escrita sobre el terreno del Ballpark de West Palm Beaches, de la Florida, y hay que decir, sin tantas vueltas, que fue un mal desempeño, más allá de reconocer que el equipo batalló hasta donde sus fuerzas le dieron.
Cuba no pudo comprar el único boleto y así, por primera vez desde que el béisbol se insertó en los cronogramas olímpicos, el país que nunca faltó y que además ganó la mayor cantidad de títulos: (Barcelona 92, Atlanta 96, Atenas 2004) y siempre regresó con medallas (plata en Sidney 2000 y en Beijing 2008) no estará porque no pudo.
No deja de doler, aunque nada justifica ni los ataques demenciales y cavernícolas contra los jugadores y el béisbol mismo. Tampoco creo que voltear la espalda o tomar distancia por hastío de tantas derrotas en los últimos 10 años sea la postura prudente.
En primera instancia, creo que Cuba debió asistir porque tenía el derecho y la opción de hacerlo como los restantes países y los demás deportes de la isla que han salido a buscar sus boletos en medio de circunstancias sanitarias y económicas muy complejas. Y las armas no se entregan, al menos aquí.
Lo otro tiene que ver con el deporte, aunque en la Florida, tal como era de esperarse, se torcieron algunas de sus esencias cuando las provocaciones se fueron de control y resultaron presa del odio irracional. Si no fue más es porque a veces la sangre patriótica, vestida de reales banderas logró silenciar, de algún modo, un estadio hostil.
Mas, volvamos el terreno, donde la pesadilla encontró por dónde minar las ansias beisboleras cubanas en dos partidos jugados con similares hilos dramáticos y adeudos semejantes. Cuba logró batear en un torneo marcado por la ofensiva y de largo alcance, como lo dicen la cantidad de jonrones y el tamaño de los batazos. Y ahí al parecer fue concordante con sus claves al presentar, al menos en papeles, una alineación basada en el poder por encima de la velocidad, que solo consiguió con los parientes Santos, a quienes vi un poco más sueltos en las bases y el home.
Solo que ese poder ni se desplegó al nivel de las expectativas de la dirección del equipo ni, mucho menos, cuando en verdad hizo falta para evitar momentos de extrema tensión en los finales, como se vivió en los dos partidos y cuando una decisión o un batazo precisa de algo más que del deseo de ser héroe. Es un hecho que varios salieron en busca de un gran estacazo y ahí pudo perderse un hit o un extrabase más útil.
Y no es solo problemas de alineación, mucho más con la que salimos en el primer partido con un cuarto bate como Alfredo Despaigne sin estar en toda su forma, mientras abrimos con el líder jonronero de la 60 Serie Nacional en el banco; no importa si después Lisbán Correa, tras el delirio del cuadrangular que casi empata el partido ante Venezuela, fallara cinco veces frente a Canadá, cuando quizás la presión no le ayudó a ajustar el traje como cuarto madero.
Entonces caemos en lo de las concepciones de nuestro juego, el cual ya saben leer de memoria equipos como el canadiense, que aprendió a ganarnos hace 10 años. No se trata de poner a este o a aquel, sino dónde en función del momento. Quizás por ahí entendamos la presencia de Frederich Cepeda y la insistencia de Ferrer de no quitar nunca a Erisbel Arruebarruena, pese a estar mal previo al evento.
Y por ese carril entramos al box, por donde, creo yo, se le fue más el torneo a Cuba. Al no funcionar ninguno de los dos abridores, y uno de ellos, Lázaro Blanco, dejado de más, el equipo cayó en el síndrome del desespero y, aunque luchó, todo lo que pudo hacer fue acercarse, con dramatismo, a los marcadores, pues en ningún caso logró siquiera empatar y se quedó en el por poquito, para colmo de semejanzas con un 6-5 los dos marcadores. Es verdad que Blanco fue el mejor de la Serie Nacional; mas, ¿sería el ideal para lanzarle a Venezuela?
Un día después, Yariel Rodríguez, al parecer preconcebido para relevista desde antes de salir de Japón, mostró que hay libritos que pueden ser leídos de manera diferente en tiempos del béisbol moderno. Ya dije antes que por su calidad y por estar activos en su temporada, los contratados de Japón debían llevar el peso. ¿O para qué invertimos?
Lo cierto es que, aunque algunos sintieron la derrota de forma distinta porque “casi se ganó”, en el concierto mundial Cuba sigue varada en el mismo sendero donde se detuvo en el 2019: fuera de las medallas del Súper 12 y un desastroso sexto lugar en los Juegos Panamericanos de Lima. Ahora enfrentó un escenario donde no era favorita ante equipos que le superan en calidad, opciones, bagaje competitivo, dinero…
Cuba fue con lo mejor, o al menos parte de lo mejor que tiene, y no es problema de edad porque varios equipos cargaron con nóminas “semiañosas”, pues las estrellas están inmersas en sus ligas. Entonces habrá que replantearse qué es lo mejor de aquí hacia delante.
El béisbol no ha estado cruzado de brazos. La última Serie Nacional ensayó una estrategia que, aupada por el fallecido comisionado nacional Ernesto Reynoso apostó a juzgar más pelota y en los últimos años ha invertido a través de contratos con ligas foráneas, una práctica que no ha rendido lo que se pretende y que al parecer le cuesta hacer entenderse en el team work a todos los que llegan de tantas partes para un torneo tan corto donde no da tiempo a respirar, ni a empalmar, pero esas, todavía para bien, son las reglas como alternativa al éxodo de atletas jóvenes que comprometen el futuro del béisbol cubano.
Cuba cayó. Mas otros siguieron para animar un torneo que puede disfrutarse por su propuesta de juego y la incógnita de quién será el agraciado.
Por más resquemor e insomnio inevitable que nos produjera, quizás esta pesadilla sea el mejor de los síntomas, pues aún padecemos por el béisbol, y eso no es del todo malo, aunque veamos a Japón desde el dolor de la distancia.