Palabras a los Intelectuales es una inflexión determinante en la subjetividad social cubana, a partir de la cual se instaura y privilegia lo que puede denominarse un acto de clivaje político. El término clivaje, aplicado a la clínica psicoanalítica, denota un mecanismo psíquico que, inconscientemente y frente a conflictos internos o externos, permite dividir en dos las representaciones contradictorias de un mismo objeto.
Es decir, las características negativas y positivas de una persona o situación son separadas sin posibilidad de conciliación o de matices. Por ejemplo, una madre para quien una de sus hijas es casi perfecta y la otra es el desastre de la familia. O en el llamado Síndrome de Estocolmo, donde la víctima niega de manera absoluta cualquier percepción de maldad y violencia en el secuestrador. Aquí el clivaje se hace acompañar de afectos y amor para poder sobrevivir subjetivamente, como sujeto, frente a la omnipotencia violenta del secuestrador.
En Palabras a los Intelectuales, Revolución constituye una representación investida por la subjetividad del líder. De cierta manera se hace antropomórfica, es decir, es nombrada como un sujeto con aspiraciones y deseos, lo que confiere carácter fetichista a lo patriótico. A partir de esta intervención, el sujeto-revolucionario-idealizado asume su derecho a existir solo deshaciéndose de la diversidad de otras lecturas políticas, dividiendo en dos polos la percepción del proceso social.
La frase emblemática de Fidel en aquel momento, la que transcendió con autonomía aunque era parte de un análisis más extenso fue: «(…) Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho(….)». El clivaje de esta frase no divide precisamente a revolucionarios y contrarrevolucionarios, sino a honestos —que según las palabras de Fidel Castro podían ser revolucionarios o no tan revolucionarios— y deshonestos (contrarrevolucionarios incorregibles).
Este clivaje todavía perdura en los significantes que circulan en la prensa y la televisión oficiales de la Isla contra todo el que disiente: «mercenarios», «apátridas», «pagados por el imperio». En el núcleo semántico del discurso oficial siempre se encuentra presente la deshonestidad. El significante revolucionario sería completamente vacío hoy día si no consiguiera adherirse a otro significante oculto, el de honestidad. Por tanto, una persona que disiente no solo debe preocuparse por la argumentación política, sino por la defensa de su integridad. De ahí la facilidad para criminalizar cualquier acto de desacuerdo o disidencia política.
Si en la clínica los efectos del clivaje los vemos en el sufrimiento de los cuadros borderlines, o límites, donde el sujeto rebota entre la dependencia absoluta y la desarticulación de su relación con los otros; en lo social apreciamos sus efectos en los fenómenos de identificación rígida y disociación social de los grupos extremistas o sectas. El sujeto no puede tomar distancia de lo ideológico y se convierte en sujeto de la obediencia, que es el fin de las sociedades de control.
El resultado de este tipo de organización subjetiva en el ámbito psicosocial es la radicalización, la circulación del miedo como afecto regulador de las relaciones humanas, de la paranoia, la denigración, la discriminación del otro, el odio y la violencia. En fin, la locura social.
La lógica de las intervenciones de Fidel en junio de 1961, funda la exclusión como forma de posicionarse los cubanos, unos frente a otros. Este discurso ha condicionado que se conciba la representación social de una intelectualidad en los márgenes de la Revolución y otra en una posición completamente marginal.
A pesar de ciertos momentos de tolerancia política hacia textos y contenidos artísticos o científicos difíciles de digerir políticamente por el gobierno, la historia del arte y de la intelectualidad cubana siempre tropieza con la tensión del clivaje. Como resultado se tiene la homogenización de opiniones. Los intelectuales cubanos saben muy bien qué se dice, cómo se dice y dónde se dicen las cosas en los espacios públicos.
La experiencia es testigo de que las consecuencias de asumir un pensamiento libre en Cuba puede implicar la represión, el ostracismo, el destierro social, el aislamiento e incluso la pérdida de derechos constitucionales. Las UMAP fue el destino de muchos intelectuales apenas cuatro años después de la referida intervención de Fidel.
Los profesores sin aula, el decreto-ley 349, los actos de repudio y el acoso, el impedimento a la libre circulación, las detenciones arbitrarias, el destierro y la difamación institucionalizada para con los artistas e intelectuales, bien antes y después del 27 de noviembre del 2020, son formas actuales de codificar Palabras a los Intelectuales. Por más que se pretenda releer de otra manera aquel discurso, la violencia política y social actual constituye el après-coup a partir del cual se interpreta.
Este mecanismo no es más que una defensa que, al negar lo inaceptable para el sujeto, crea un punto ciego. De ahí que aquello que ha sido reprimido o negado se muestre en actos y comportamientos explícitos, pero no reconocidos ni nombrados por el sujeto. Por lo tanto, todo clivaje y alienación a un ideal político intachable, borra la posibilidad de leer con matices la experiencia social. La anulación de la libertad de expresión es condición indispensable para perpetuar la frase y el fin de Palabras a los Intelectuales.
A su vez, esta actitud facilita la posición del «alma bella», idea que Lacan toma de Hegel y que niega cualquier posibilidad de responsabilidad subjetiva. Es decir, un individuo o comunidad atravesada por el clivaje como forma de relación con el otro, lógicamente no se hace cargo de sus errores. Un ejemplo, que no intenta soslayar el carácter histórico de los Estados Unidos como depredador de América Latina, es el abuso de la justificación del bloqueo como argumento para encubrir la imposibilidad de reformar, política y económicamente, al modelo de socialismo burocrático.
Con este mecanismo nos convertimos cada vez más en un país que se auto agrede, por su fidelidad a un conflicto imaginario entre socialismo y capitalismo, cuando nuestro real conflicto social y político es entre el Estado de derecho o el totalitarismo. Sin embargo, permanecemos atorados en una combinación clivada de identificaciones políticas muy pobres, deshaciéndonos de responsabilidad cívica con frases como: «Esto no hay quien lo cambie».
Si continuamos alienándonos al clivaje político que nos ha determinado por décadas, solo intensificaremos la auto-lesión del tejido social. Digo autolesión porque el tejido social se trenza a partir de afectos de identificación, en consecuencia, todo mal que se haga a otro cubano, es un mal que se hace Cuba a sí misma.
La idea de Pierre Joseph Proudhon de que la libertad no es hija del orden sino su madre, me parece una cura. Acá ciertos puntos a pensar, analizar y también a rebatir.
– Una salida posible es comenzar por la responsabilidad personal. Si de manera individual uno se deshace de este clivaje, es posible tender un lazo social de otra manera. Hablo de reapropiarnos del valor de la palabra, de asumir la coherencia entre lo que se piensa, dice y hace. Esto sería reapropiarnos a nosotros mismos.
– De esta manera, también se recuperaría la dimensión empática de la que estamos hechos como seres sociales. Esto implica decir «No» a todo acto que exija perder la capacidad de compasión y empatía para defender posturas políticas o ideológicas. Dígase actos de repudio, de exclusión o de intimidación. Si lo advertimos, en su retórica los medios oficiales se deshacen todo el tiempo de la empatía.
– Para crear un espacio a la empatía entre los cubanos, debemos tomar distancia de cualquier discurso que nos empuje a reaccionar sin reflexión; de cualquier discurso que se enuncie, en cualquier esfera de nuestras relaciones, desde el poder. Debemos hacer el ejercicio de asumirnos libres allí donde la política no tiene total acceso; libres de pensar desde nosotros mismos. En ese espacio se le da lugar al sentir del cubano común, el que no esta alienado como sujeto únicamente político.
– Finalmente, es imprescindible otorgar un lugar a lo ético dentro de lo político. En la clínica, darle importancia a las consideraciones éticas (que no es solo lo moralmente aceptado) tiene, en sí mismo, efectos terapéuticos. Sería bueno dialogar y llevar nuestras diferencias a los pies de lo ético antes de atacarnos desde trincheras opuestas. Tomar todo lo posible de la ética martiana, donde se concibe una Cuba sin cardos ni ortigas.