Entre las sábanas pulcrísimas y su bata rosada, Patricia Ramírez González parpadea dos veces y responde sí a la interrogante de su madre: “Patri, dile a las visitas si tú quieres a mamá”.
Nilda González sonríe. Siente que su niña también. Lo sabe porque hace siete años se comunican con el lenguaje de los ojos y del amor. Así es desde aquel accidente de tránsito cuando Patricia interpretaba a Leida, en la telenovela Cuando el amor no alcanza, una coincidencia que convirtió en suceso mediático el desenlace e impuso nuevos capítulos a madre e hija. “Me río con ella y me hace así con los ojitos y siento como que me está entendiendo y eso me da alegría, lo disfruto. ¿Me entiendes?”.
Claro y mucho, aunque ni encuentro las fuerzas que veo frente a mí. “Ella no es un vegetal…, es estado neurovegetativo, no es adornarlo, es que duele mucho. Cuando escuché esa frase por primera vez fue duro, duro, es que no lo concibes”.
PRIMEROS CAPÍTULOS
Era la noche del 17 de abril del 2014. En la Avenida 31, en la capital cubana, un auto se estrelló contra la puerta de otro en el que Patricia paseaba. En un apartamento de Olivos I, en Sancti Spíritus, se acabó la quietud: “Eso no se olvida jamás, de esos palos que te da la vida, recibir una llamada: ‘Tu hija tuvo un accidente’ y montarte en una Yutong, llegar y pasarte en una camilla por delante y no conocerla. Y yo: Esa no es Patricia. Estaba muy inflamada”.
Y era su hija, con 23 años y miles de sueños tronchados. El impacto le provocó múltiples traumas craneales y diversas fracturas… Comenzó así la pesadilla: la atención en la Clínica Internacional Cira García, en el Calixto García, Hermanos Ameijeiras, Instituto de Neurología y Neurocirugía…
“Estuvo 58 días en terapia intensiva y 28 en coma profundo”. En abril del 2015 llegó al Centro Internacional de Restauración Neurológica (CIREN). “Ahí permanecí tres años. Todo fue muy duro: entrar diario a una terapia y escuchar que tiene muerte neurológica…, no lo aceptas. Le decía a un médico pinareño: ¡Ay!, doctor, ¿me está diciendo que me tengo que ir preparando porque mi hija va a morir?, y rompía a llorar”.
Patricia fue sometida a tratamientos neurorrestaurativos muy avanzados. En su habitación recibía equipos médicos especializados y un programa terapéutico multifactorial con expertos en Logopedia, Defectología y Acondicionamiento Físico General, Magnetoterapia, Laserterapia, Electroestímulos… Fuera de los muros hospitalarios; sin embargo, sucedían escenas lamentables.
Desde Estados Unidos se orquestó una campaña que promovía ayuda para costear “posibles tratamientos” en el exterior por la supuesta incapacidad de Cuba para atenderla.
“Mira, eso hay que vivirlo para saber cuántas cosas uno hace en un caso como ese —cuenta Nilda—. Cuando llegué al CIREN empecé a buscar en Internet: que si en Estados Unidos una Fundación Internacional de Restauración Neurológica, que si en México un médico con un proyecto Reanima para despertar cerebros muertos, que si en la India uno similar según una noticia en el periódico Granma, que si las Clínicas Nissan en España. ¡Imagínese!, uno se esperanza. Cuando pasa el tiempo es que vas poniendo los pies en la tierra y te vas dando cuenta de la realidad, pero en aquel momento es una verdad tan grande que tú no la aceptas, ni te conformas y piensas que sí, que puedes”.
Su mente se pierde en el tiempo. En las noches sin dormir vigilando aquel aparatico, corriendo cuando pensó que se detuvo, y siempre en la insistencia. “No sé cuántas veces fui al Ministerio de Salud Pública, donde me atendieron muy bien, me entrevisté con el entonces ministro Roberto Morales Ojeda, que lloró conmigo. Nací con la Revolución y no nos tenemos que alarmar de que mi hija haya tenido toda la atención. Eso aquí es normal. Tuvo los mejores neurólogos, pero quería más y más y empecé a buscar noticias.
“Apareció una muchacha, creo que se llama Sahilí Hernández, con una campaña para recoger dinero, porque es que hacen política de todo y dije: “Si quiere hacerlo para llevarla a New Jersey, que era donde quería, está bien”, pero a la hora de soltar el dinero me dijo: ‘¡Voy a coger parte del dinero porque bastante que me deshice detrás de él, me picaron los mosquitos en el concierto de no sé quién!’. Tuvimos unos encontronazos por correo. Publiqué sus mensajes. Visité la página que se traduce como Vengan fondos para mí, para causas humanitarias, la acusaron y tuvo que devolver quilo a quilo a la página y de ahí a los donantes.
“Un día llamaron de un canal de Estados Unidos y les dije: Ni voy a hablar mal de la Revolución, ni del sistema de Salud cubano, ni voy a hacer política con mi hija. Hace un año y pico me contactó un youtuber y me dijo que si lo de Patricia fue una mala praxis y no sé qué y le respondí: No voy a decir nunca eso, si esas cosas son las que tú estás buscando, no estamos hablando nada.
“Ni sabía que eso había salido por las redes, me fueron a ver y les dije: No sé de qué me están hablando, ni tengo nada que ver con esa campaña, sí les digo que todo el que me quiera ayudar para buscar una posibilidad de mejora, lo acepto y el que no me quiera entender que acueste a su hija al lado de la mía. Recibí mucha ayuda de amigos, vecinos, iglesias…, todos fueron muy condescendientes conmigo. Vi lo que se hizo en el CIREN y en todos los hospitales con mi hija, pero es como le decía al doctor Amado Díaz de la Fe, jefe del equipo médico en el CIREN: ¡Ay!, doctor, quiero que me entienda, si dicen que en Groenlandia un esquimal le pone un pedacito de hielo a mi hija y la puede ayudar, me la llevo para allá”.
CAPÍTULOS INTERMEDIOS
Es hora de regreso. Han pasado cuatro años y la vida impone otros capítulos, los de la convicción, la realidad, la decisión…
“Al principio pensé que era transitorio y me decía: ella va a salir de esto, va a mejorar. Pero leía mucho, sabía lo que era y la decisión fue mía. Nunca me dijeron: llévatela. Pero el tiempo no pasa por gusto, llega un momento en que te percatas, sé que su daño es irreversible, pero tuvieron que pasarme siete años para darme cuenta”.
Nilda también cambió de “papeles”. Y de vida. Licenciada en Inglés y Ruso y profesora del Centro de Capacitación de la Empresa Nacional de Servicios Aéreos, dejó todo y se acogió a un retiro especial. “Fue un giro completo en la vida de las dos. Durante cuatro años sufrí, pues no pude ver a mi hijo Orestes vestido de verde olivo en el Servicio Militar. Tampoco estuve para sus pruebas de ingreso. Él se portó tan bien, veía mi permanencia allá como una forma de que su hermana se curara”.
En su nuevo hogar en un edificio de Garaita, facilitado por el Gobierno espirituano, sigue la atención. “Los médicos y enfermeras del consultorio de aquí, ¡por favor! y Salud Pública, ni qué decir. Patri ha tenido seis ingresos en casa, le hablo de un catéter en vena profunda y cosas así y eso es que hay confianza en la familia y un médico que se responsabiliza, me la rehabilitan, todo con amor inmenso”.
CAPÍTULOS ACTUALES
Han pasado dos horas de diálogo. Como en una telenovela, la emoción, el suspenso y la tensión suben el tono y la piel se encrespa. Frente a ti, esta mujer sigue de pie: “A veces me acuesto y soy un despojo de huesos, su atención es las 24 horas del día, tengo cansancio físico, pero tengo que hacerlo, es un compromiso del alma, de las entrañas, de ese amor infinito de madre con una persona que sabes no se puede valer, de que tienes que ser tú, que no te puedes cansar, de que a las once de la noche la sientes toser con flema y sabes que si no las aspiras no duerme”.
Es hora de merienda. Antes, la acomoda por si le molestan las escaras. Verifica si respira bien y de nuevo los ojos. “Patri, ¿te sientes bien?” y otra vez el doble parpadeo. “A veces me pongo a llorar, sufro con las curas fuertes en las escaras, tiene que ser así, pero me duele. En la noche me levanto, le doy una Aspirina, una Duralgina, porque imagino que tiene dolor”.
Los años y la constancia le han dicho que hay una conexión más allá de los estados. “Los potenciales evocados que le hicieron dieron que tiene cierta percepción auditiva y reconoce mi voz. Por eso no me gusta trasmitir ese llanto. Orestes, mi esposo, me dice: ‘No comentes cosas tristes y malas delante de ella porque cambia el semblante’. Hay días que está más comunicativa. Otros, no tanto”.
Llega la lluvia que aviva las nostalgias y purifica la tarde. El teléfono acerca a quienes, en la distancia del tiempo, la siguen, como Anita, la amiga incondicional. Una brisa suave entra por la ventana y remarca los colores: “La visto de lila con su batica, sus medias, su cintica. La combino siempre, le echo colonita de rosas”.
En la sala una fotografía eterniza a la Patricia que fue. La imagen la recuerda lindísima, altiva, de ojos enormes y bellos que se pierden y se encuentran siempre con los de Nilda, que la mira sin llantos como en los años de la telenovela que su hija no pudo terminar. “Era dinámica, activa, responsable. Físicamente muy linda, no lo digo yo, lo dice todo el mundo, no era de mucho cuerpo, pero tenía su cuerpecito armadito y era alta más que yo, se mantiene así con su carita viva, pero verla tan delgadita…, pararse frente a la cama y ver lo que está y pensar en lo que fue… es muy difícil.
“He soñado que se levantó de esa cama. Pero, asumo esta Patri. Nadie disfruta un estado como este, pero la disfrutas cuando la vistes, cuando le hablas de su hermano, cuando entras a la habitación. Porque lo que tú tienes ahora es tu hija y tienes que aprender”.
Porque quizás vio en mis ojos la pregunta que martillaba en mi mente, a Nilda González se le deslizó, sola, la respuesta: “No creo que haya ningún mérito para ponerme una medalla, porque es que lo tengo que hacer, yo sé que mi hija en su estado, si percibe algo o siente algo, está convencida de que esa es mi actitud con ella. Lo que estoy haciendo ella lo esperaba de mí”.