Armando Hernández es uno de esos hombres que lleva escrito su oficio en el rostro. Una de esas voluntades que subliman sus deseos. Que valoran la libertad creativa. Con la cámara fotográfica como una extensión de su cuerpo se armó de ilusión y sanó sus heridas. Perpetuó la historia del Inder. Es cierto, dirán algunos, que la ilusión es un espacio de esperanzas.