Como madre que espera el regreso de sus hijos para ser feliz plenamente, solía vérsele sentada en el portal de su casa, en la calle principal del municipio pinareño de San Juan y Martínez. El mismo lugar al que salió aquel 13 de agosto de 1957, al escuchar los disparos y la agitación de la muchedumbre. Habían asesinado a sus dos únicos hijos.