El VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) se celebró entre el 16 y 19 de abril en La Habana. Comienzo por anotar dos características mediáticas que dominaron la escena: los informes en la prensa oficial se caracterizaron por su brevedad y escasa información, con excepción del Informe Central presentado por el secretario general saliente; y la no cobertura televisiva del trabajo y debates en las tres comisiones y las sesiones, hasta la formalidad de la clausura.
Este congreso estuvo precedido por varias semanas en que la prensa oficial resaltó una considerable reducción en las escalas de los precios de productos e insumos, que se anunciaron a comienzos de año como parte del llamado Ordenamiento. También se comunicó la destitución del ministro de agricultura, sin razones especificadas. A los ojos de muchos, esta acción lo señalaba como cabeza de turco o chivo expiatorio por la tremenda crisis alimentaria que data de años. Lo curioso es que lo sustituye su viceministro primero o mano derecha, que sería tan responsable de esta crisis como él.
Tanto en el trabajo de las comisiones como en algunos puntos planteados por el primer ministro Manuel Marrero, y que se repiten en el Informe Central, destacan un conjunto de enunciados y formulaciones notablemente abstractas, sin especificaciones, soluciones o propuestas concretas, por ejemplo: actualización, conceptualización, desarrollo sostenible, potenciar, contexto complejo, y otros que no se traducen en medidas o proyectos. Tal léxico viene repitiéndose desde hace años, junto con la antiquísima frase: «Todo lo que nos queda por hacer».
Por otro lado, brillaron por su ausencia informaciones, explicaciones, criterios y proyectos que abordaran problemas capitales, como el estancamiento total de las industrias azucarera y niquelífera, el aumento de la deuda externa y otros que reclaman soluciones prioritarias.
Raúl Castro da lectura al Informe Central al VIII Congreso del PCC (Foto: Estudios Revolución)
Raúl Castro en su informe caracterizó la actual crisis alimentaria como un «asunto de seguridad nacional» —caracterización dramática en la que coinciden todos en Cuba—, y se refirió a treinta medidas prioritarias en este campo y a doscientos lineamientos (diseñados en el 2006, corregidos más tarde con apenas un 20% de ejecución y de los que hoy solo un 30% se ha puesto en práctica). Sin embargo, no precisó cuáles son y el orden en que se aplicarán para reestructurar el probadamente inoperante modelo económico.
También se reconoce —otra vez sin detalles de tipo alguno— que el llamado Ordenamiento anunciado el pasado mes de enero ha presentado «errores» y generado «insatisfacciones». Adjetivo este muy distante de las reales tensiones sociales acumuladas.
Se admite asimismo que el Ordenamiento ha desatado precios excesivos y provocado con ello «una afectación del poder adquisitivo de una parte de la población». La frase: de una parte de la población, es un eufemismo rampante y se añade a las formulaciones evasivas presentes en las argumentaciones previamente apuntadas de Raúl Castro y Manuel Marrero.
La crisis alimentaria —en opinión de muchos economistas y especialistas de la Isla— debería ser enfrentada con profundas transformaciones, empezando por la eliminación del mecanismo de Acopio, restituyendo la plena independencia de diferentes formas cooperativas que permitan poner fin al abrumador control burocrático e injerencia del Estado y restableciendo mecanismos que propicien la libre comercialización en las relaciones monetario-mercantiles del campo con la ciudad. Como apunta en un reciente trabajo el especialista David Pajón: «El apetito monopolizador (del Estado y sus instituciones) nubla las visión de las autoridades».
Estos puntos estuvieron ausentes de la agenda del congreso, que insistió en medidas de escasa o ninguna relevancia. En un análisis, el reconocido economista especializado en temas agrarios Armando Nova, utiliza una cita del especialista Juan José León que demuestra con creces la afirmación de Pajón. Según León:
«Posiblemente, el movimiento cooperativo cubano sea el único en el mundo rectorado por empresas estatales y un ministerio sea juez y parte, sin tener posibilidades de desarrollarse hacia formas superiores de cooperativas. Se deroga la Ley 95 que desde el 2019 recortaba la autonomía de las CPA (Cooperativas de Producción Agropecuaria) y las CCS (Cooperativas de Crédito y Servicios) por la Ley 335 y 395 en las que prima el carácter centralizador».
Similar tendencia se revela en el abordaje en torno al fomento acelerado de las MPYMES, o su crecimiento muy limitado y regulado. En tal sentido se subrayó nuevamente la fórmula de «complemento de la economía estatal», que no se empleaba desde hacía bastante tiempo.
Cuando el congreso se refiere a este neurálgico tema, evade concretar los cambios, acciones y plazos que habrán de superar o —por el contrario—, agudizar tales distorsiones, señaladas por economistas y especialistas de reconocido prestigio profesional. Con razón, y no menos preocupación, el economista Juan Triana alerta: «Ya nos tardamos demasiado, no hay tiempo para el largo plazo».
En una entrevista, otro conocido economista cubano, Omar Everleny, destacaba la «Necesidad que tiene este Gobierno de introducir con más fuerza el mercado» hacia un modelo de socialismo al estilo —salvando las diferencias— Doi Moi (Renovación) de los vietnamitas, y concluía enfatizando que hoy, a diferencia de décadas pasadas, el dilema es «Apertura o Muerte».
El «relevo generacional», del cual se viene hablando desde el IV Congreso (1991), continúa muy distante de culminarse y evidencia señales contradictorias. Sin que viniera al caso, Raúl Castro —para sorpresa de muchos— rememoró en su informe que la promoción de dirigentes jóvenes a los más altos cargos a inicios de los noventa del siglo pasado (Carlos Lage, Roberto Robaina, Juan Carlos Robinson, Felipe Pérez y otros) resultó un gran fracaso, por lo que se hace obligado que los dirigentes pasen ahora de los cincuenta a los sesenta.
Dicho argumento no debió caer muy bien a las más jóvenes generaciones, de entre treinta y cincuenta años, pues en realidad el meollo del asunto no está en la edad, sino en el talento y la dedicación.
Examinando la nueva dirigencia, encontramos un Comité Central donde es posible advertir algunos ya no tan jóvenes, entre cuarenta y cincuenta años. Menos excepciones existen en el Secretariado y solo un caso, en sus cincuenta, en el Buró Político de catorce miembros (el recién nombrado Ministro del Interior, Lázaro Álvarez Casas).
En tanto, tres figuras de mucha importancia como Díaz-Canel, actual secretario general; Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores, y un actor clave en materia económica como el general de Brigada y presidente de GAESA, Luis Alberto Rodríguez López-Callejas; que en los noventa formaron parte de esa generación intermedia, hoy comienzan a transitar por los sesenta años. Y repito, esto no es cosa de edad, sino de talento y competencias.
No menos elocuentes son los cambios en la esfera de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), donde el ministro del ramo y los jefes de los tres ejércitos (Occidental, Central y Oriental) fueron reemplazados no por militares en sus cuarenta y cincuenta, como fue el caso de Álvarez Casas; sino por generales que pasan los sesenta. El nuevo ministro, Álvaro López Miera, transita por los setenta y siete y desde sus catorce años ha gozado de la preferencia y el apoyo de Raúl Castro.
Álvaro López Miera, nuevo ministro de las FAR (Foto: Granma)
Otras perspectivas alrededor del nuevo Comité Central son: a) Un considerable relevo de sus integrantes; b) Una mayor presencia femenina y de negros y mestizos; y c) En los perfiles profesionales sobresalen especialistas y dirigentes de la industria turística, tecnología de la información, biotecnología y salud.
Un par de observaciones adicionales respecto a la dirigencia: a) No se ha precisado hasta ahora quién, cuándo ni cómo habrá de sustituir como presidente a Díaz-Canel, y b) La figura de José Ramón Machado Ventura desaparecía de la escena partidista así como su cargo, que no aparece en el listado del Buró Político, sin embargo, cuarenta y ocho horas después de concluido el congreso, en una reunión del Partido en La Habana, se mencionaba, en una nota de prensa, la presencia de Machado Ventura en su cargo de segundo secretario. ¿Error del periodista? ¡En lo absoluto! Habrá que esperar para descifrar el verdadero significado de esta súbita noticia.
Muchos observadores han señalado que el núcleo duro del congreso estuvo centrado en los desafíos económico-sociales. Llevan mucho de razón, pero —y este es un gran PERO—, la presencia de los peligros que plantea la política de EE.UU. acaparó la atención priorizada de diversos dirigentes y de Raúl Castro en particular, que enfatizaron repetidamente que Cuba se enfrenta a «un escenario complejo de subversión y de guerra mediática».
En un plano conectado directamente a lo anterior, el discurso oficial hizo hincapié en el tema del «uso responsable de las tecnologías de la información y las comunicaciones para sortear los peligros que representan la batalla en el campo digital».
¿Se traducirán semejantes enfoques en una política más creativa y de sólida argumentación o —como parece trascender del Informe Central— en mayores acciones restrictivas en todo lo relacionado con la informatización de la sociedad y el papel a desempeñar por las redes sociales? ¿Cuál es el alcance real de la frase «Uso responsable…»? ¿Acaso mayores restricciones derivadas de una notable indigencia de ideas y argumentos convincentes? El reto se enfrenta con ideas, no con medidas prohibitivas e intimidación.
No por casualidad, un conocido politólogo cubano, Rafael Hernández, ha llamado la atención sobre esta cuestión en los siguientes términos: «Lo que el Informe de Raúl dice sobre el desempeño de la economía palidece, sin embargo, ante la subvaloración del sector ideológico. No hay ningún escritor, artista, intelectual o representante de alguna institución de la cultura o las ciencias sociales». ¿Cuáles entonces serán los actores o cabezas pensantes que, a nivel de la nueva dirigencia, promuevan las mejores respuestas en el campo de las ideas y ante los desafíos mediáticos?
Es un rosario de insuficiencias e interrogantes las que el congreso nos deja, para, de ahora en adelante, desentrañar y valorar cómo se concretarán los planteamientos allí formulados.