Tomo la cámara y escudriño los balcones, desde donde la gente descansa, conversa y ríe. El Memorial José Martí se ve infaliblemente hermoso y la bandera ondea y lo engalana. La Habana, llena de achaques, heridas y flores, parece a esta hora una urbe taciturna. Y mientras el día declina, uno sigue pensando que la gente no debería morir sin ver cómo le atardece la vida a La Habana desde una azotea.