Fieles a la tradición establecida, cada 23 de abril, Día del idioma, depositamos flores ante el monumento a Miguel de Cervantes en el parque de San Juan de Dios. Allí reposa la representación de su figura sedente, acomodada en vestuario renacentista. Ajenos al significado de lo que en este sitio sucede, los chiquillos del barrio corretean a su alrededor. Semejante a Don Quijote de la Mancha, el personaje nacido de su pluma que echó a andar para siempre, cabalgando a través de los siglos y atravesando tierras y océanos, Cervantes fue también un caballero de la triste figura. Por ese motivo, la imagen del hidalgo manchego montado sobre el huesudo Rocinante evoca con mayor exactitud el recuerdo del genio de la creación literaria que intentó en vano subsistir mediante el ejercicio de las artes del cortesano.
La existencia de Cervantes transcurrió en el corazón de un imperio en su etapa de máxima expansión, cuando de las tierras recién conquistadas se extraían metales preciosos que sustentaron el desarrollo del capitalismo. Para España eran también los tiempos de más alto esplendor literario. En el escenario emergían, además de competir en menudas rivalidades, Lope de Vega y Calderón de la Barca, Góngora y Quevedo, »