Con no más ingresos que los imprescindibles para vivir bajo el techo de una humilde casa de madera, parte de cuyos bloques de cemento fueron a parar —donados, por voluntad propia— a instalaciones deportivas de la localidad, Pulgarón ha sido durante casi 60 años el millonario que pocos imaginan y que no siempre, ni muchos, han alcanzado a ver.