De pronto, los aviones rompieron la barrera del sonido e, ipso facto, el estruendo, ensordecedor. Las lámparas bailaron como péndulos. El té, que hacía unos minutos había pedido, ondulaba como si también temblara sobre la trémula mesa. “Sientes que la bomba cayó al lado tuyo. Te aguantas. Da la sensación de que la próxima ya te va a caer a ti”, dice.