Ainoa llora desde que ponemos un pie en el consultorio. Ya es más grande: comienza a percibir las señales de los médicos y sus quehaceres. No le gusta que la toquen, ausculten o manipulen, mucho menos que la vacunen. Por tanto, protesta. Para colmo, ahora las doctoras y enfermeras llevan nasobucos, máscaras, guantes, gorros y batas de protección.